Las razones detrás de un duelo
En la producción de un film o de una serie siempre hay una escena que se resiste a ser determinada en un espacio. Los lugares que se buscan para la escena no aparecen o si se los encuentra se tornan imposibles o se frustran a último momento por razones inexplicables.
Hace poco tuve una curiosa experiencia al respecto. Hacia el final de la producción de una serie, teníamos que definir en dónde grabar una escena que llevábamos meses posponiendo a raíz de este fenómeno: cada vez que encontrábamos una locación, sucedía un imprevisto. Así pasaron las semanas. Y cuando faltaban sólo dos días para terminar la producción, debíamos sí o sí grabarla. Nos encontrábamos en Jujuy; por un lugareño, me enteré de que existía un pueblo abandonado en el que vivía un habitante. La escena postergada era muy simple: se trataba del reencuentro entre un hombre que debía vivir en un sitio recóndito escapando de su pasado y un joven que venía de una ciudad a buscarlo, para proponerle que retomara el camino que había abandonado.
El pueblo del único habitante estaba escondido en los confines del norte argentino, protegido por un cerro coronado por una imponente cruz. Al rato de batir las palmas surgió una mujer de mediana edad, en compañía de una llama. Me presenté y le pedí permiso para filmar en su pueblo, una veintena de casas abandonadas y una iglesia muy particular: su enorme campana estaba instalada al nivel del piso, de modo tal que cualquiera podía tocarla.
La mujer nos abrió de par en par su reino. Nos dijo que tenía la llave de todas las puertas y que también era la encargada de la iglesia. Le conté como sería la escena: un joven vendría, tocaría la campana; una puerta se abriría, descubriendo a un hombre, el único habitante de ese pueblo. Luego, ambos sujetos se acercarían lo necesario como para reconocerse. Me preguntó qué puerta necesitaba abrir. Entonces miré a mi alrededor y alguna fuerza irracional me llevó a señalar con decisión una puerta blanca, que no tenía nada en particular. La habitante negó con la cabeza. "Esa es la única que no puede abrirse." Le pregunté por qué y me dijo que allí vivía alguien. Todos nos sorprendimos. Finalmente el pueblo tenía dos habitantes. "Es una señora que no sale nunca porque está de duelo". Le pregunté cómo hacia para vivir y me dijo que le pasaba la comida por la ventana. "¿Hace mucho?", le pregunté. "Hace mucho". Estaba a punto de elegir otra puerta cuando la mujer de las llaves del pueblo me pidió que no lo hiciera. Que quizá era momento de preguntarle a la otra habitante si no quería abrir su puerta
Al otro día llegamos junto con el sol. Y allí estaba la guardiana del pueblo, esperándonos con una tímida sonrisa. A su lado ya no estaba la llama, sino otra mujer. No estaba ni triste, ni contenta. Solo estaba en la calle de su pueblo. La puerta en cuestión estaba abierta. Las saludé y nos dispusimos a filmar el postergado plano. Cambiamos varias veces de lente hasta encontrar el encuadre correcto. Hicimos la escena. Lo hicimos una sola vez y salió bien. O eso me contaron. Yo nunca vi el plano. Estaba muy entretenido mirando un pueblo, sus dos mujeres, y allá en el fondo una llama.
El autor es cineasta