Las palabras de Haydn
En el Festival de Música de las Canarias, cuya edición 38° terminó ayer, Jordi Savall volvió a dirigir Las siete últimas Palabras de Cristo en la Cruz, de Joseph Haydn, y volvió a hacer, como su grabación de 2007, con la inclusión de textos de José Saramago. Savall tiene debilidad por esta obra y eso queda claro en lo que dijo antes de los conciertos de estos días: “Es una de las músicas más bellas que se han compuesto para orquesta sobre un tema espiritual. Son palabras muy profundas las que dice Jesús antes de morir y Haydn compuso todas esas reflexiones con música lenta. Por tanto, es una música de una gran profundidad, de una gran belleza y de una gran intensidad”.
Las palabras de Cristo, frases en realidad que Haydn usa en latín, son en traducción las siguientes: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, “Mujer, aquí tienes a tu hijo”, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, “Tengo sed”, “Todo se ha cumplido”, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Del origen de la obra tenemos un testimonio de primera mano. Suele creerse que la condición de testigo es un efecto del azar; el lujo o la desventura de una casualidad que sitúa a un individuo en cierta excepcionalidad de tiempo y lugar. Pero no alcanza con eso. Hay que estar también a la altura de la excepción. Las tareas diplomáticas le facilitaron a Georg August Griesinger semejantes privilegios y cumplió con ellos; vinculado además a la edición de partituras por su colaboración con Breitkopf & Härtel, logró estar presente en tres de los acontecimientos musicales más relevantes de la historia: las primeras audiciones de La flauta mágica de Mozart, de la Tercera sinfonía de Beethoven y de La Creación, del propio Haydn. Con Haydn precisamente mantuvo una amistad particular, asimétrica desde luego, en la que el diplomático escuchaba más que hablaba. De esas charlas resultaron estos Apuntes biográficos sobre Joseph Haydn, publicados por primera vez en libro en 1810, el año de la muerte del compositor, y de los existe una edición en castellano con el sello Turner.
En el libro de cada anécdota tiene la intensidad de las comillas y el relato se vuelve íntimo a medida que el músico envejece (la vejez era para él otra forma de la enfermedad) y sobreviene su declinación. Allí Griesinger cuenta lo siguiente: “Un canónigo de Cádiz le pidió a Haydn hacia el año 1785 que escribiera una música instrumental sobre las Siete Palabras de Jesús en la Cruz, que habría de resultar adecuada para un solemne servicio que se celebraba todos los años durante la Cuaresma en la principal iglesia de Cádiz. En el día prescrito [Viernes Santo] se cubrían los muros, las ventanas y los pilares de la iglesia con telas negras, y solo una lámpara de gran tamaño que colgaba en el centro iluminaba la sagrada oscuridad. A una hora determinada se cerraban todas las puertas y comenzaba la música. Tras un preludio apropiado, el obispo subía al púlpito, decía una de las siete palabras y exponía una reflexión sobre ella. En cuanto concluía, descendía del púlpito y se arrodillaba delante del altar. La música llenaba esta pausa”.
El relato de Griesinger nos muestra ya que la pieza de Haydn admite (aunque no necesita) otras palabras. El poeta Mark Strand, por ejemplo, incluyó en su libro Man and Camel el “Poem After the Seven Last Words”, con estos versos enigmáticos: “The truth of disguise and the mask of belief were joined forever” (La verdad del disfraz y la máscara de la fe quedaron para siempre unidas).
Savall, la semana pasada, se hizo también una pregunta que es imposible no hacerse cuando se escucha la pieza de Haydn: ¿podemos gozar de su dimensión estética sin advertir la espiritual? ¿No será una sola dimensión?
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