Las múltiples caras de Manuelita Rosas y de su retratista, Prilidiano Pueyrredón
En el bicentenario del nacimiento del polifacético pintor, una muestra que le dedica el Museo Nacional de Bellas Artes reúne dos obras que representan de forma distinta a la hija de Juan Manuel de Rosas
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El famoso retrato de Manuelita Rosas realizado en 1851, cuando su padre Juan Manuel todavía gobernaba Buenos Aires, es lo primero que se ve al entrar en la sala. Esta obra icónica de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) no podía faltar en la muestra que la institución le dedicará desde mañana a Prilidiano Pueyrredón para celebrar el bicentenario de su nacimiento. Aunque ahora está acompañada por otra más modesta y menos conocida: la que representa a la misma joven vestida de lila y blanco, en lugar del “rojo punzó” distintivo de los federales.
Esta última pintura, que mide poco más de 30 centímetros sin su marco, logra sin embargo competir por la atención del imponente cuadro de casi dos metros de altura. Si bien la pose es similar, el rostro en este caso luce más joven y fresco que en la segunda versión, realizada el mismo año. En este estudio la protagonista lleva además en su mano izquierda un pañuelo, en lugar de la carta dirigida a su padre que deja con su mano derecha sobre el escritorio.
Pero hay otra dramática diferencia entre ambas imágenes, y es el destino que vivieron. Mientras que la más pequeña suele exhibirse en la sala Guerrico, ya que procede de la colección donada por esa familia e integra el patrimonio del museo desde su inauguración en 1895, la más grande estaba destinada a presentarse en un baile que no llegó a realizarse. Tras la derrota de Rosas en la Batalla de Caseros, en 1852, la pintura se fue con ellos a su exilio en Londres, donde fue enmarcada. Regresó a la Argentina en 1903, donde integró primero la colección del Museo Histórico Nacional, según explicaron a LA NACION las investigadoras a cargo de esta muestra: Florencia Galesio, Paola Melgarejo y Patricia Corsani.
El encargo por parte de una comisión de cambiar de color del vestido tuvo, además, un fuerte peso simbólico. Como recuerda el curador Roberto Amigo en la página web del MNBA, luego del Pronunciamiento contra su padre en mayo de 1851 Manuelita reemplazó “las imágenes hasta entonces ocupado por la efigie omnipresente de Rosas” para presentarse como la intermediaria entre el pueblo y el gobierno, ya que era “estimada hasta por los propios unitarios”. “Este retrato es la afirmación de Manuelita como ejemplo federal del amor filial y la piedad –agrega este experto-, virtudes privadas que, si bien eran públicas, nunca tan necesarias como ante el próximo fin del régimen”.
Así como Manuelita tiene “dos caras”, Prilidiano no se queda atrás. Esta exposición, que lo presenta desde el título como “un pintor en los orígenes del arte argentino”, busca mostrar a través de cuarenta obras “todas las actividades que llevó a cabo para posicionarse como un artista completo y formado”.
Como todavía no existían en Buenos Aires salas de exhibición, afirman las investigadoras, él se las rebuscaba para exponer en el almacén de Fusoni Hermanos o para invitar a sus talleres a periodistas y potenciales compradores. Allí se sorprendían por ejemplo desnudos polémicos para la época como El baño –cedido por el MNBA para la muestra actual que le dedica en la antigua chacra familiar de San Isidro el Museo Pueyrredón- y La siesta, que representa a dos mujeres en una cama, ambos pintados en 1865. Aunque su variada producción también incluyó retratos formales, escenas costumbristas y acuarelas pintadas durante sus viajes por Europa.
En París se habría formado como arquitecto, y a su regreso a Buenos Aires impulsó mejoras urbanas como el rediseño de la Casa de Gobierno y la refacción de la Pirámide de Mayo. A eso se suma el rol docente: en su taller tuvo asistentes –como Fermín Rezábal Bustillo, cuya hija Carmen donó varias obras de Pueyrredón al museo- que se formaban mientras copiaban sus pinturas y se inspiraban en ellas para crear litografías, que luego se publicaban en medios.
Parte de estas múltiples facetas se revelan en dos autorretratos muy diferentes: uno de 1863 en el que se lo ve armado, en una escena de caza junto a un perro -que pertenece al Museo Mitre, ya que se lo regaló a su amigo Bartolomé, y se exhibe en la muestra actual del Museo Pueyrredón- y una caricatura realizada al año siguiente, del acervo de esta segunda institución, que lo muestra extendiendo su gorra como si pidiera dinero. Claro que no le hacía falta al heredero de una fortuna que incluía propiedades rurales y urbanas.
Urbana María Magdalena se llamó, justamente, la hija que tuvo con la española Alejandra Heredia mientras residía en Cádiz. “Sus nombres reunían, quizás inconscientemente, las tres pasiones del artista: la ciudad, la madre y el amor trunco”, observa Amigo en un libro publicado por el Museo Pueyrredón. Se refiere al matrimonio que no pudo ser con su prima segunda Magdalena Costa, debido a que sus padres no lo aprobaron.
“A pesar de ser el único heredero del director supremo de las Provincias del Río de la Plata y un destacadísimo pintor y arquitecto –lo que lo convertía sin duda en un ‘buen partido’-, Prilidiano no logró que le concedieran la mano de la joven en matrimonio –recuerda la curadora Florencia Battiti-. Quizá como metáfora secreta de ese amor no correspondido, Prilidiano retrató a Magdalena con una única mano visible, dejando truncada para siempre la mano que se le negó”.
Para agendar
Prilidiano Pueyrredón: un pintor en los orígenes del arte argentino, del 23, a las 19, hasta el 25 de febrero en el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473). De martes a viernes, de 11 a 20, y los sábados y domingos, de 10 a 20, con entrada gratuita.