Las mujeres y las letras

En "La selva espesa de lo real" (1979), Juan José Saer lanzaba invectivas contra quienes encasillaban la literatura latinoamericana dentro de lo que se preconcebía como "específicamente" regional. Si bien se enojaba con las pretensiones de pintoresquismo, enunciaba, en un plano general, los dilemas que presentan los rótulos en literatura, sobre todo cuando estos rótulos pretenden legitimar las obras con rasgos ajenos a ellas. "Literatura gay", "literatura femenina", "literatura afro-indo-americana", entre otras, son nomenclaturas que comportan el riesgo de condicionar la recepción de las obras a una temática esperada o, peor aún, les adosan atributos que son propiedad de sus autores y no necesariamente de las obras mismas.

Algo de estos dilemas está presente en la reciente Antología de escritoras argentinas contemporáneas, editada por María Claudia André, traductora y doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Nueva York. El libro, que compila entrevistas y obras selectas de once poetas, dramaturgas y narradoras nacidas entre 1930 y 1950, se propone "rescatar, para la Argentina y el resto de los países hispanohablantes, una imagen del decir y el pensar femeninos en sus diferentes manifestaciones literarias". Posicionada "como lectora, como mujer y como crítica feminista", André muestra, tanto en el Estudio Preliminar como en las preguntas a sus entrevistadas, una serie de imprecisiones teóricas y construcciones voluntaristas sobre el sujeto "mujer" que debilitan seriamente el atractivo de su propuesta. Frases como "la esencia del ser femenino", las "nuevas heroínas" o la homologación de lo femenino y lo "feminista" degradan no sólo su aspiración de presentar heterogeneidades literarias sino también, principalmente, la legitimidad de su posicionamiento frente a esa "otra" mujer que entrevista y lee. Llama la atención que una académica alistada en las filas del feminismo eche mano a una retórica de "esencias", de identidades "idénticas" entre sí, de subjetividades pasibles de ser definidas por el hipertrófico término "mujer".

Sin embargo, las escritoras entrevistadas introducen salidas más interesantes a los escollos que les presenta André. Ante la pregunta sobre el feminismo de sus obras, Griselda Gambaro sostiene que "la literatura no es feminista, ni anti, sino que es literatura a secas" y la poeta María Negroni afirma que "cuando hay escritura, entonces no importan, una vez más, las etiquetas ni los géneros". La pregunta sobre la discriminación que sufrirían aún hoy las escritoras suscita respuestas como la de Aída Bortnik ("He sido postergada. A veces era evidente que algo me correspondía y no me lo daban") y lúcidas tomas de posición como la de Liliana Heker ("Los espacios se ocupan. Nadie le pide a un escritor joven, sea hombre o mujer, que se dedique a la literatura. Uno debe ganar su espacio ?por prepotencia de trabajo´, y hacerlo valer").

En las obras incluidas en la antología, seleccionadas por las escritoras, se advierten poéticas variadas, en las que lo femenino llega, en todo caso, "por añadidura". Exquisitos poemas de Diana Bellesi, Mirta Rosemberg y María Negroni; obras teatrales de tono dispar de Diana Raznovich, Susana Torres Molina y Aída Bortnik; relatos que narran amores en tiempos de la conquista (María Rosa Lojo), episodios futboleros (María Valenzuela), conflictos con vecinos (Angélica Gorodischer), sinfonías de gimnasios (Liliana Heker) o sublimes experiencias eróticas de la vejez (Griselda Gambaro) conviven en esta antología, que cumple, felizmente, con sus objetivos de difusión. La pregunta que queda pendiente es si la decisión crítica y política de leer obras tan diversas bajo el prisma de lo "femenino" no sigue alimentando el mismo paradigma que se pretende combatir.

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