Las mil y una maneras de morirse de miedo, según los relatos de Roger Otero Lorent
El joven autor boliviano escribe a partir de la angustia, el temor a la muerte y el costado siniestro de los vínculos familiares; dice que "lo morboso es divertido"
"Nunca conocí a la mujer que me parió." O: "Estaba convencido de que la vejez se había apoderado de mi abuelo, que lo estaba pudriendo por dentro". O: "Elena es hermosa, joven y quiere tener sexo conmigo. Yo estoy soltero. Sería fácil ceder a su petición si no hubiera un inconveniente: es la esposa de mi mejor amigo". O: "A mis trece años volví a escaparme de casa, a toda velocidad y sin que nadie lo notara". Roger Otero Lorent va al grano desde el comienzo, pero después las cosas se van complicando.
El escritor boliviano estuvo hace unos días en Resistencia, provincia de Chaco, para presentar en el Festival Mulita la edición argentina de su libro de cuentos De qué hablamos cuando hablamos de morir. Otero Lorent tiene 34 años, publicó alrededor de 13 libros -algunos de ellos, destinados a un público juvenil- y aquí ha decidido ocuparse de la muerte.
"Le tengo miedo a la muerte en el sentido del terrible dolor físico que pueda venir con ella; por ejemplo, le tengo terror al avión", dice, apenas unas horas antes de abordar un vuelo que lo regresará a su país. "En el momento en que suceda la muerte va ser un punto cero en el que ya no va a importar nada, pero le tengo miedo al dolor que involucre morir en llamas o asfixiado, más que a lo que pueda pasar más allá. Y así es la idea de la muerte en este libro, no como un estado último de la vida, sino como un proceso que sucede en varios días, o en varios meses, e incluso antes de nacer. El proceso que lleva a ella es lo que me interesa."
La muerte, entonces, como un estado de angustia, como lo irreversible e insoportable. Y el morbo que eso genera, como una materia que la literatura puede atravesar sin culpa. "Lo morboso es divertido. La gente tiende a ser morbosa aunque lo niegue, aunque le cueste admitirlo. Hay una lucha interna entre lo moral y lo morboso, pero ambos se reconcilian cuando algo te da mucha curiosidad. Como cuando hay un embotellamiento de tránsito y te preguntás qué ha pasado, y conforme van avanzando los autos te vas dando cuenta de algunas pistas que te hacen pensar que ha habido un accidente. Y entonces empezás a especular: «Seguramente esto no avanza porque alguien ha muerto y por eso se dificulta el paso». Cuando te vas acercando, te das cuenta de que el muerto está bastante más lejos de lo que pensabas: lo que detiene el tránsito es toda esa gente que está curioseando, que quiere mirar. Cuando estabas atrás renegabas contra los de adelante, pero una vez que llegás ahí pasás a formar parte del problema. Entonces entrás en el círculo de lo morboso."
El placer de contar una historia
La familia, lo siniestro en los vínculos familiares, el modo en que los demás nos constituyen, queramos o no, es otro de sus temas. "Nacés con muchos problemas genéticos, que acaso hayas heredado de tus bisabuelos: estás programado para desarrollar ciertos problemas en el futuro.Y después están los problemas psicológicos adquiridos, que te los brinda el entorno y los que te están educando: tus padres o tus tutores. Y así se va formando tu personalidad. Llega un momento en que entrás en conflicto: se detona algún punto neurálgico en el cual te das cuenta de que a partir de ese momento no vas a ser el mismo. Esas situaciones son ideales para la literatura", plantea.
Aun en los cuentos más tortuosos, el lector atento podrá percibir el amable placer que siente el escritor al contarle la historia.
En algunos casos, Otero Lorent apela al policial, no tanto como argumento, sino más bien como método. "Muchas veces uno escribe policial sin darse cuenta", razona. "Hay una estructura muy clásica en los policiales: un dato oculto que tiene que revelarse, que no necesariamente tiene que ser un crimen. A veces puede ser un problema a solucionar, y para solucionarlo se requieren alguien que investigue y un antagonista, alguna clase de malhechor."
Pródigo en elementos, o bien enteramente fantásticos, o bien ambiguamente fantásticos (cuando al lector le queda la duda de si lo ocurrido sucedió en verdad o sólo en la afiebrada mente del personaje), De qué hablamos cuando hablamos de morir intenta resolver en varios de sus cuentos uno de los problemas más gratificantes para un escritor: en palabras de Otero Lorent, "hacer verosímil lo inverosímil".
Otras noticias de Libros
- 1
El director del Museo de Bellas Artes actúa en “Queer”, la adaptación de la novela del ícono contracultural William Burroughs
- 2
Murió Beatriz Sarlo a los 82 años
- 3
“Blackwater”: la saga matriarcal de terror gótico que es un fenómeno global
- 4
El legado de Beatriz Sarlo se define entre el exmarido y los discípulos de la intelectual