Las mejores películas del mundo
Las listas históricas tienen algo de lúdico, mucho de arbitrario y todo de incomprobable. Nadie se baña dos veces en el mismo río, como nadie degustó los mismos vinos, leyó los mismos libros, escuchó los mismos discos o vio las mismas películas. La máxima de Heráclito, así adulterada, encuentra confirmación en el nuevo ránking de los cien mejores films de todos los tiempos que una vez por década organiza entre diversos críticos (en 2022 superaron el millar y medio) la revista Sight and Sound.
El balance comenzó en 1952 y tuvo casi siempre en lo más alto a El ciudadano (1941), la película de Orson Welles. Las excepciones fueron la primera edición (Ladrón de bicicletas, de Vittorio De Sica) y la ahora anteúltima, en 2012 (cuando Vértigo, de Hitchcock, desplazó a la obra maestra de Welles).
El nuevo listado trajo una sorpresa: el mejor film resultó Jeanne Dilman, 23 quai du commerce, 1080 Bruxelles, de la belga Chantal Akerman. Que la película es una obra maestra va de suyo (es la marca de Akerman), que la elección refleja el espíritu de la época también (una directora mujer, con temática acorde). Que sea de 1975 importa: la fecha parece lejana, pero la estética no. La elección revela, en todo caso, que al calor del siglo XXI la crítica decidió por primera vez relegar los clásicos y su aura fundacional.
Lo interesante de la lista de Sight and Sound (en una paralela, la que hacen los directores, salió en primer lugar 2001: Odisea en el espacio) es que, si se prescinde de la numeración, es difícil no acordar con la mayoría de las elegidas. Pongamos como ejemplo los títulos que –por igualdad de votos– figuran en el lejano puesto 90: El gatopardo (1963), de Luchino Visconti; Madame de… (1953), de Max Ophüls; Ugetsu Monogatari (1953), de Kenji Mizoguchi; y la extensa y más reciente Yi Yi (1999), del taiwanés Edward Yang. Dicho de otra manera, esta clase de listas conviene explorarlas en conjunto, haciendo caso omiso de los posicionamientos. Reflejan el gusto de una década. Que In The Mood For Love, la hermosa película de Wong-Kar Wai, figure en el top ten –en vez de la que se inspiró en la novela de Lampedusa– dice más de la memoria emotiva y etaria de los críticos que del propio cine.
Que no haya siquiera una película de Herzog (¿Fitzcarraldo?) puede ser tomado como un desliz estadístico, pero hay para compensar dos películas del ineludible Robert Bresson (Al azar Baltasar y Un condenado a muerte se escapa). Que no figuren latinoamericanas, y sí un par del brillante tándem inglés Michael Powell/Eric Pressburger, habla de otra cosa: Sight and Sound, al fin de cuentas, es la revista del British Film Institut y su óptica es –a pesar de los intentos de corrección política– anglosajona. De John Ford hay apenas una obra (Más corazón que odio). De Howard Hawks, ninguna. Los westerns, fundamentales, no parecen hoy de buen tono.
En todo caso, en una lista tan amplia, conviene recomendar las inclusiones menos obvias. Por ejemplo Ordet (1955), del danés Carl T. Dreyer, una de las más formidables películas que se hayan hecho sobre el tema de la fe. De F.W. Murnau figura Amanecer (1927), silente y espectacular. De Fritz Lang, más allá de Metrópolis, conviene el asesino serial de M (1931). Del prolífico R.W. Fassbinder figura La angustia corroe el alma (1974), que muestra a una señora de edad que se enamora –¿o encapricha?– de un joven negro. De los años noventa, mejor no perderse las siete horas de Satantango, (1994), del húngaro Bella Tarr.
¿Un primer puesto personal? De tener que elegir, a pesar de las películas de Ozu o de Godard, la respuesta automática sería Sunset Boulevard (1950), la genialidad de Billy Wilder que, con la coartada del policial y su exestrella de cine mudo, se convierte en elegía negra de las primeras décadas del cine. Por esas cosas de las compulsas, aparece en la nueva lista, lejos, recién por el número 78.
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