Las lecciones de Oscar Wilde
Del libro De profundis y ensayos (Losada); traducción de Delia Pausini
Uno de los textos más relevantes para un crítico de cine y de cualquier otra cosa (y para los lectores de libros en general) es El crítico como artista, de Oscar Wilde, escrito antes de que existiera el cine. Allí, desde el personaje de Gilbert, Wilde decía cómo debían ser el arte y la crítica, y que la crítica era un arte, y se oponía a quienes creían que "el objetivo adecuado de la crítica es ver el objeto como en realidad es". Gilbert, evidente voz del autor, conversaba con Ernesto, que llevaba las de perder en el diálogo argumentativo. En el último tramo del texto, Ernesto dice: "Bueno… ya has dejado sentado que el crítico dispone de todas las formas objetivas; ahora desearía saber cuáles son las cualidades del auténtico crítico". Gilbert le devuelve la pregunta: "¿Cuáles serían, en tu opinión?". Y sigue esto:
Ernesto: –Bien, diría que un crítico debe ser, sobre todo, justo.
Gilbert: –¡No, justo no! Un crítico no puede ser justo en el sentido corriente del término. Se puede dar una opinión francamente imparcial sobre aquellas cosas que no nos interesan, y ésta es, sin duda, la razón por la cual una opinión imparcial jamás tiene valor. El hombre que ve los dos lados de una cuestión es un hombre que no ve nada en absoluto. […] Sólo un rematador puede admirar parejo y de modo imparcial todas las escuelas de arte. No, la ecuanimidad escapa a las cualidades del verdadero crítico. Ni siquiera es condición de la crítica. […]
Ernesto: –Pero el verdadero crítico debe ser, al menos, racional, ¿verdad?
Gilbert: –¿Racional? Hay dos maneras de sentir rechazo por el arte, Ernesto. Una es sentir disgusto por él. La otra, disfrutarlo racionalmente. […]
Ernesto: –Bueno, el crítico, al menos, deberá ser sincero.
Gilbert: –Un poco de sinceridad es peligroso y el exceso de ella, fatal. El verdadero crítico deberá ser siempre sincero en su devoción por el principio de la belleza, pero buscará la belleza en cada época y en cada escuela, y jamás tolerará verse limitado por ningún hábito establecido de pensar, o por algún estereotipado modo de ver las cosas. Se realizará de muchas formas, y de mil maneras diferentes, y siempre sentirá curiosidad por nuevas sensaciones y renovados puntos de vista. A través de un cambio constante, y sólo a través de él, encontrará su verdadera unidad. No consentirá ser esclavo de sus opiniones. Porque, ¿qué es la mente sino movimiento en la esfera intelectual? La esencia del pensamiento, como la esencia de la vida, es la perfección. No te dejes atemorizar por las palabras, Ernesto. Eso que la gente llama falsedad no es sino un método por cuyo intermedio podemos multiplicar nuestra personalidad.
[El diálogo continúa, y algunas páginas más adelante…]
Ernesto: –Pero ¿no es el poeta el mejor juez en poesía y el pintor en pintura? Cada arte debe recurrir en primer lugar a sus propios artistas. Su juicio será, sin duda, el más valioso…
Gilbert: […] –Más allá de ser cierto que el artista es el mejor juez de arte, un artista realmente grande nunca puede juzgar el trabajo de los demás y apenas si puede juzgar el propio. La misma concentración de visión que convierte a un hombre en artista limita por su particular intensidad su facultad de sutil valoración. La energía de la creación lo precipita ciegamente hacia su propia meta. […]
Ernesto: –¿Dices que un gran artista no puede reconocer la belleza de una obra diferente de la propia?
Gilbert: –Le resulta imposible hacerlo. […] Los malos artistas siempre se admiran mutuamente. Llaman a eso tener una mentalidad amplia y carecer de prejuicios. Pero un artista verdaderamente grande no puede concebir que se muestre la vida o se modele la belleza en otras condiciones distintas de las elegidas por él. La creación usa su facultad crítica dentro de su propia esfera. No puede emplearla en la esfera ajena. Y porque un hombre no puede hacer algo es, precisamente, el juez adecuado para ello.
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