Las joyas de Isidoro Blaisten
Fue una fiesta de amigos, escritores y lectores. El viernes pasado, en el auditorio de la librería del Fondo de Cultura Económica, se presentó la reedición del libro de cuentos La felicidad, de Isidoro Blaisten (1933-2004), publicado ahora por la editorial Hugo Benjamin de Hugo Benjamín Levín. La primera edición apareció en 1969, en Galerna, que dirigía Guillermo Schavelzon. Isidoro todavía firmaba con el apellido “Blaistein” tal como figuraba en “el documento”, según sus palabras. Más tarde, le quitó la segunda “i”: Blaisten. Los presentadores fueron el actual editor, Hugo B. Levín, que anunció la reedición en 2024, en el mismo sello, de la única novela de Blaisten, Las voces de la noche, terminada poco antes de morir. Después les tocó el turno a los escritores Josefina Delgado (”Pepita”) y Vicente Battista. Aclararon que hablarían de Isidoro como amigos y admiradores del autor, no como críticos. Pepita contó que, en la juventud, cuando todavía estaba casada con Alberto Perrone, y había quedado embarazada, el matrimonio recibió un pedido de Blaisten: quería ser el padrino del futuro infante. El pedido tenía su dosis de imaginación porque Blaisten era judío; sabía que Pepita y Alberto eran ateos; y que no iban a bautizar a quien resultaría una niña, Daniela. De todos modos, Daniela siempre llamó “padrino” a Isidoro.
Battista evocó las idas por la tarde al cine Cuyo del barrio de Boedo, adonde iban a ver películas de “convoys” entre gritos y risas. Jamás se les habría ocurrido llamar “de cowboys” al género cuyos reyes eran John Wayne y John Ford. Battista señaló la cualidad de la prosa de Blaisten en la que conviven en continua metamorfosis, la risa y el llanto; la tristeza y la alegría, la belleza y la fealdad.
Graciela Melgarejo contó la historia del sustancioso prólogo que escribió para la edición. Redactó casi de un tirón el primer párrafo en que resumió la obra de su compañero, pero quedó bloqueada de angustia. Tras un lapso prolongado de parálisis, cuando se acercaba la fecha de entrega, encontró la salida. Acudió a los archivos de Isidoro, que era un hombre muy organizado, a pesar de que su familia y muchos amigos lo consideraban un bohemio desorganizado. Esos archivos registran el proceso de escritura de sus cuentos, los comentarios que suscitaron en críticos y lectores y las respuestas a entrevistas. Cuando Melgarejo los recorrió, verificó una vez más hasta qué punto había constancia, obsesión y orden en las narraciones de Isidoro: jóvenes arpistas de sus comienzos reaparecían hacia el final de su narrativa, proliferaban los vendedores que no venden; los emprendedores que fracasan; y se multiplicaban las enumeraciones que nacían de sus asociaciones desbordantes de imaginación, humor, absurdos y contrastes. Los cuentos eran claramente autobiográficos. Sus desarrollos estaban hechos de enumeraciones que actuaban como motor de los relatos. Su novela, él mismo lo pensó, podía leerse como una sucesión de cuentos. Graciela señaló que Blaisten hizo teoría literaria con profundidad y gracia en sus ficciones y ensayos; la contrabandeaba entre sonrisas.
Cuatro de los cuentos de La felicidad, “El tío Facundo”, “Los tarmas”, “Tonini” y el que da título al volumen fueron editados en distintas antologías, entre ellas, en Dublín al Sur; pero “Ahora que va a venir”, “Alimentación y salud”, “La cartas y el cuento” y “El remate” nunca volvieron a publicarse, aunque los tres primeros son muy buenos y “El remate”, una joya.
No podía faltar el tango en ese homenaje organizado por un tanguero como Levín, que presentó a la cantante Andrea Bollof y a la bandoneonista Cindy Harcha. Isidoro era un gran bailarín de tango, del tango “caminado”.
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