Las irresistibles visiones de Pina Bausch
El nuevo film de Wim Wenders rescata la obra de la gran coreógrafa alemana, que dejó un recuerdo imborrable en el público argentino
Es otoño, 1980. Vamos por una autopista, en el corazón de lo que era Alemania Federal, en una combi que hemos retirado de la fábrica Volkswagen,en Wolfsburg. Maneja el pianista Jorge Zulueta y es el final de una gira por varias ciudades con el Grupo Acción Instrumental. Al pasar por un cruce de caminos una flecha en un cartel señala un desvío: "Solingen", se lee. Jacobo Romano, director del grupo, me susurra con intención: "Ese sendero lleva al lugar donde nació Pina". Me lo dice porque hemos acordado en que en un rato más me dejen en la escuela de danza de Essen Werden, de donde pasaré a Wuppertal para encontrarme, precisamente, con la compañía de Pina.
Solingen; en la casa de mi infancia un juego de cubiertos tenía impreso el origen: "Inoxidable-Solingen". Esto es: consistencia que no se deteriora. Solingen, los dominios del acero. La cuna de Pina Bausch. Yo ya la he conocido en la Argentina, unos meses antes, y no me asombra la aridez del páramo en el que se crió esta mujer, rara mezcla de temple metálico con madera de Stradivarius e imaginación felliniana. Lo entreví en su despedida, en Buenos Aires, cuando antes de partir me ordenó, con firmeza: " Come to see the rehearsals ". Pero, en plan de ir simplemente "a ver los ensayos", no sospeché lo que me esperaba en Wuppertal.
Cuando Pina murió, en junio de 2009, se desvaneció la esperanza de muchos de nosotros de volver a verla con su gente, la del Wuppertaler Tanztheater (vinieron a Buenos Aires en ese 1980 y regresaron en 1994, ver aparte), volver a regocijarnos con los hallazgos de su talento inagotable. ¿Nunca más? No sabíamos que ese año Wim Wenders estaba filmando a la compañía y a su inquebrantable coreógrafa-directora. Menos imaginable aun era que su registro fílmico vendría optimizado por la magia tecnológica del 3D, ese efecto óptico que da ilusión de habitar el mismo espacio de la fantasmagoría filmada, pero habitualmente destinado a aventuras o a cine catástrofe.
Las proezas de la Bausch en 3D: lo consiguió el inefable realizador de Las alas del deseo -WW, para abreviar-; los admirables registros de su película ("un documental", dicen) recorren las mismas salas del mundo que ocupan las producciones espectaculares de Hollywood. Y allí volvemos a ver a Pina, con su delgadez esencial y sus pies descalzos, desarmándose en la desolada pared de Café Müller.
Se presenta como Pina , así de simple; el afiche ostenta una frase de la genial coreógrafa a modo de lema: "Dance, dance, dance. Otherwise, we are lost" (Bailemos, bailemos, bailemos; de lo contrario, estamos perdidos). La llegada de la película de WW a los cines porteños me remueve la experiencia en Wuppertal, la de aquel lejano 1980, una época en la que no existían recursos tecnológicos tan sofisticados. Uno lleva desde el nacimiento, sin embargo, el propio 3D de la memoria, que es caprichosa y personal pero que, por eso mismo -como sostenía Fellini a propósito de su Rímini natal- es más verdadera que la otra, la corroborable.
Mi tránsito por el Tanztheater deWuppertal fue distinto del que hicieron otros. Normalmente ocurre que uno se anota para una audición y, con suerte, lo toman. Yo no; fui a "ver los ensayos"y una tarde ocurrió lo inesperado. Un día vas al club a mirar cómo se divierten las parejas en el baile, te dan un empujón que te hace aterrizar en la pista y de pronto te ves bailando el pasodoble?
Expresionismo
Animado por mi maestra Ana Itelman, fui a Essen Werden a hacer un stage para estudiar la danza expresionista en la escuela de Kurt Jooss, la Folkwang Hochschule, invitado por quien la dirigía entonces, el maravilloso Hans Züllig, ex bailarín de la compañía Jooss y que, a los 66 años, daba clases de "moderno". Pero cuando me preparaba para partir a Alemania, Züllig me escribió y me avisó que a la Argentina venía "una alumna" suya, una tal Pina Bausch, con su compañía. "Dígale que viene a Essen Werden. Wuppertal está cerca de aquí: pídale que lo invite." Y ella, contundente, me invitó, a su manera ("Come to see the rehearsals").
Así que cuando concluí el stage en la Hochschule me fui a Wuppertal. Conocía esa ciudad a través del cine (no sé si es casual), por una película de Wim Wenders de 1974; no es un paraje grato para vivir, pero si algo vuelve inolvidable a Wuppertales el famoso Schwebebahn: WW hacía viajar a la pequeña heroína epónima de su film Alicia en las ciudades en ese insólito trencito monorraíl que va "por el aire"; corre suspendido de una estructura, siguiendo el curso del río Wupper. La cosa es que en Wuppertal ya me había asegurado una habitación en casa de la inglesita VivienneNewport, una de las bailarinas de más fuerte personalidad de la compañía. Pero venían de una gira y Vivienne se había traído a una bailarina china: no había lugar. Me derivaron a lo del neoyorquino Arthur Rosenfeld, con quien ya nos habíamos hecho amigos en Buenos Aires.
Asistía con Arthur a las clases de Jean Cébron (otro ex de las huestes de Jooss), que daba algo parecido a "contemporáneo", marcando el ritmo con una timbaleta, pero no me animaba a las de Clásico, que dictaba Dominique Mercy, uno de los bailarines emblemáticos de la compañía, al igual que quien entonces era su mujer, Malou Airaudo, ambos de fuerte presencia en Pina. A las cinco de la tarde empezaban los ensayos en el legendario cine abandonado de Wuppertal que fue sede de la compañía, una enorme sala (algo inhóspita) circundada por viejas butacas, en las que dejábamos mochilas y abrigos y donde después nos sentábamos a mirar. Pero los "ensayos" no eran tales: cuando llegué eran sólo exploraciones.
Ya había olfateado cosas del expresionismo en la escuela de Jooss, y ahora comprobaba que ésa era la raíz de la "imaginería bauschiana". También advertí que, sin saberlo, yo caía en la génesis de algo, y esto era lo verdaderamente excepcional para cualquiera que intentara asomarse al universo de Pina: todavía no había obra; lo que hacían era embrionario, sin idea central ni estructura. Era puro tanteo.
Lo inesperado. Una tarde Pina me miró y me convocó: "Hey, you. Let's try". Y me ubicó frente a la suiza Anne Martin, que no tenía partenaire . Y fue el empujón que me mandó a la pista. Hay que imaginar el desconcierto de un tipo que viene de un grupo independiente de danza contemporánea porteño y que aterriza en Alemania, en una compañía líder de la danza europea, algo así como Bruno Ganz en Las alas del deseo?
Flaca y vivaz, Anne era la más alta de la compañía, casi de mi misma estatura. A partir de ahí, en los días sucesivos improvisamos juntos, según las consignas que tiraba la coreógrafa: "Maneras de apoyarse en el otro", por ejemplo. Ésa fue la que más desarrollamos, en distintos módulos y "series". "Fijarlas, porque ésas quedan", dictaminó Pina. Así fue; cuando años después, en Buenos Aires, vi en la Sala Lugones un documental de la pieza terminada, descubrí que, en efecto, aquellos "dúos" constituían un bloque. La obra ostentaba un título emblemático en el repertorio Bausch: Bandoneón . El flaco que bailaba con Anne Martin, por supuesto, no era yo.
¿Qué misterio palpitaba en las secuencias que la coreógrafa rescataba y reelaboraba? La alquimia de Pina, la que configuró la estética Bausch, era algo así como una "poetización de lo cotidiano" en términos de movimiento. Esas cosas rescató Wenders en su film, con varios de los integrantes históricos de la compañía que pasaron por el célebre salón de baile de Kontakthoff, una de sus obras capitales: la actriz Mechthild Grossman (que había actuado con Fassbinder); la española Nazareth Panadero; la inglesa JosephineAnn Endicott o la conmovedora Meryl Tankard, que sigue interpretando, al cabo de 30 años, la impactante escena del manoseo machista. Parece gente común, con ropa de calle, pero detrás de esa cotidianeidad palpita la irresistible lírica de Bausch.
También, cuando Wim Wenders saca la cámara a la calle y filma un solo femenino, danzado en medio del tránsito y bajo el Schwebebahn, que pasa por lo alto: Pina se nos fue y no volverá a viajar en ese trencito, que sigue siendo el transporte urbano más antiguo del mundo pero que ya no está solo, como "emblema" de la ciudad: así como Salzburgo se debe por entero a Mozart, Wuppertal será, para siempre, el reducto gris donde el genio de Pina gestó esa vorágine de impulsos y visiones que acaso sean mucho más que pura danza.