Las cosas de Frida, parte de la obra de la mujer más famosa del mundo del arte
Nueva York.– Cuesta imaginar que alguna vez Frida Kahlo haya sido una artista desconocida, pero en 1938, cuando inauguró su primera exhibición en Nueva York, la revista Vogue prefirió nombrarla cómo "la esposa de Diego Rivera". Actualmente, sin embargo, tal vez no haya artista más famoso que Frida Kahlo, que con sus enormes ojos marrones, su ceño unicejo, y esos labios fruncidos y coronados por un bozo incipiente, es una figura reconocible desde México hasta Burkina Faso. Definitivamente, ninguna otra mujer de la historia del arte goza de tanta aclamación popular.
Hay una Barbie Frida, un filtro de Snapchat que se llama Frida (y que tiene un sospechoso efecto de aclaramiento de la piel), y en eBay las chucherías con su nombre se cuentan por millares. Hace unos años, hasta Beyoncé se vistió al estilo Kahlo, al igual que los más de 1.000 fans que se reunieron vestidos de Frida en el Museo de Arte de Dallas. Incluso la primera ministra británica Theresa May usó un brazalete con dijes de Frida Kahlo durante un importante discurso pronunciado en público.
Sin embargo, esa "Fridamanía" no era mi única reticencia ante la muestra "Frida Khalo: las apariencias engañan", que acaba de inaugurarse en el Museo de Brooklyn. La muestra no es tanto una exhibición de la obra de la artista mexicana, sino una recapitulación de su vida a través de su ropa, sus joyas y objetos de su casa. Una versión de esta muestra ya pudo verse en el Victoria and Albert de Londres, cuyas muestras recientes han sido espectáculos livianos dedicados a la así llamada "cultura de las celebridades". Mi temor era que la muestra de Brooklyn siguiera la tónica del Victoria and Albert y sus exhibiciones dedicadas a estrellas de la música pop como Kyle Minogue, Pink Floyd y David Bowie.
Pero resultó ser un proyecto más riguroso que aquellos, gracias a Catherine Morris y Lisa Small, curadoras del Museo de Brooklyn, que profundización y ampliaron la versión del Victoria and Albert con nuevas obras en préstamo, imágenes fílmicas sorprendentes, y decenas de antigüedades precolombinas de la propia colección del museo. Otro excelente detalle es que todos los textos de pared y las etiquetas de la muestra pueden leerse tanto en inglés como en castellano. La indumentaria de Kahlo, prestada por la Ciudad de México, es de una elegancia fantástica, sobre todo las elaboradas polleras y blusas de la ciudad de Tehuantepec, Oaxaca. En cuanto a sus pinturas, solo se exhiben 11, en una muestra que contiene más de 350 objetos.
Según Morris y Small, más que reliquias de una celebridad, esas prendas de ropa son logros cruciales dentro de la obra de Kahlo, al igual que sus piezas de joyería y sus corsés para enderezar la columna: cuando era adolescente, Kahlo sufrió un accidente de tránsito, y la muestra pone especial énfasis en la discapacidad que sufría la artista a causa del mismo. ¿Sus prendas de ropa tienen el peso de obras de arte, o son fruslerías biográficas? Mi opinión oscilaba mientras iba recorriendo las salas, pero el fervor que despierta el personaje de Kahlo entre sus admiradores revela cuánto puede proyectarse en unas faldas y unos chales.
Kahlo fue una pionera del sinceramiento personal, una embajadora de la cultura de su país, y un polo esencial de contactos sociales que ayudaba establecer vínculos entre norteamericanos, europeos y la vanguardia local. Posó incansablemente para los mejores fotógrafos del mundo, incluidas Tina Modotti, Carl Van Vechten, Imogen Cunningham y Edward Weston. Su verdadero logro, según propone esta exhibición, fue lograr una expansión duchampiana de su arte más allá del caballete, y hacia adentro de su hogar, de su moda y de sus relaciones públicas. Para bien y para mal, todo eso la convierte en una verdadera figura de nuestros tiempos, y también complejiza las interpretaciones fáciles de la contradicción entre su ideología comunista y la industria global actual en torno a su figura.
Kahlo nació en 1907 en Coyoacán, un barrio de la Ciudad de México, en una vivienda recién construida llamada Casa Azul. A los 6 años, contrajo poliomielitis, y a los 18, un tranvía atropelló al colectivo en el que viajaba, un accidente que le hizo trizas la columna y la pierna derecha. Su padre, Guillermo, un fotógrafo especializado en documentación arquitectónica, tomó un retrato formal y a la europea de su hija pocos meses después del accidente, imagen que puede verse en la primera sala de la muestra. Allí se ve a Frida con una larga pollera oscura de seda y un libro aferrado entre sus manos, con el pelo recogido hacia atrás y un semblante adusto. La pierna derecha, la que la torturaba, está a medias escondida.
El gran atractivo de la exhibición es la ropa de Kahlo, aunque dentro de las vitrinas con espejo de fondo, su esplendor se opaca, y en algunos casos parecen maniquíes de una vidriera olvidada.
La muestra es más interesante como muestra fotográfica, ya que contiene 150 imágenes que revelan la meticulosa elaboración de esa severidad y aplomo que registra el lente. En las fotos tomadas en su estudio, aparece con un vestido de Tijuana de pies a cabeza: nada de mamelucos manchados de pintura. Para la cámara de Imogen Cunningham, Kahlo lució una capa oscura y un collar precolombino de trozos de jade.
A Diego Rivera, el gran juglar de la izquierda mexicana, le encantaba que su joven esposa Frida se vistiera con trajes típicos de Tijuana, como una especie de revancha contra la envidia parisina de la burguesía de la Ciudad de México. Sin embargo, la exhibición del Museo de Brooklyn demuestra que Kahlo prefería esos conjuntos tan elaborados –chales rayados sobre blusas de encaje, mamelucos festoneados con flores de seda tejidas, polleras amarillo canario y añil profundo– por razones mucho más profundas. Las polleras largas cubrían su malograda pierna derecha, que finalmente fue amputada, mientras que las blusas holgadas daban espacio a los corsés y soportes que usaba para sostenerse erguida tras someterse a casi dos docenas de cirugías de columna. En la exhibición puede verse una espaldera de acero equipada con correas de cuero para mantener erguida la columna, que también se vislumbra debajo de un vestido de Tijuana traslucido en el dibujo que da nombre a la muestra: "Las apariencias engañan". Para Kahlo, esos corsés pasaron a ser lienzos por derecho propio, y los adornó con la imagen de la hoz y el martillo: hasta postrada en cama le gustaba vestirse de punta en blanco.
La ropa, así como los corsés y las joyas, fueron encontradas en 2003 en un baño de Casa Azul, donde nació, trabajó, sufrió y murió, a los 47 años, en 1954. En la década de 1940, Kahlo y Rivera ampliaron esa casa de estilo francés con un anexo de inspiración azteca que le encargaron a Juan O’Gorman (más conocido por sus fabulosos mosaicos en el edificio de la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de México), y que decoraron con estatuas indígenas de piedra, figurines de papel maché, calabacines pintados y una saludable mezcla de mascotas. Un registro fílmico muy poco conocido muestra los exuberantes jardines que servirían de inspiración para la densa vegetación al estilo Rousseau de la obra más emblemática de Kahlo que está presente en la muestra: Autorretrato con monos (1943), donde puede verse a la artista compitiendo por el primer plano con un cuarteto de primates.
La cuenta de Instagram de la exhibición ya casi tiene 1 millón de seguidores, así que probablemente serán incontables los visitantes que se acerquen a la muestra para ver autorretratos como ese. Ojalá le dediquen el mismo tiempo a otras obras incluso más potentes que comparten la misma sala: una docena de exvotos, retablos sobre metal de autores mexicanos anónimos, similares a los cientos de pinturas que rodeaban a Kahlo en su Casa Azul.
Los exvotos muestran algún hecho de violencia o algún trance de grave enfermedad, pero también la intervención divina: alguien que agradece a la Virgen de Talpa por liberar a su hijo de la cárcel, otro rinde alabanzas al Espíritu Santo por salvar la vida de un hombre atropellado por un auto. Cada uno de esos exvotos es una pequeña obra maestra sobre el sufrimiento y la redención, hecha con gran economía de recursos y a corazón abierto. Esos artistas, al igual que Kahlo y Rivera, que los recuperaron, sabían que el arte aspira a mucho más que convertirse en mito o en mercadería.
(Traducción de Jaime Arrambide)
The New York Times
Jason Farago
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