Las cartas de Mama Antula, joyas de la primera escritora argentina
El corpus de la primera santa argentina, que rondaría las 350 epístolas, es un “tesoro” de valor literario y de fuerte contenido histórico; Pedro Luis Barcia investigó esta correspondencia y explica por qué es tan extraordinaria
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María Antonia de la Paz y Figueroa es reconocida por virtudes religiosas que la elevaron a santa. Sin embargo, la beata desarrolló también una faceta intelectual menos conocida, el género epistolar. “Es la primera escritora del Río de la Plata”, asegura el expresidente de la Academia Argentina de Letras Pedro Luis Barcia, quien investigó la correspondencia enviada a sus destinatarios con quienes mantenía una relación de amistad. Se trata de una serie de escritos pertenecientes a una mujer audaz e ilustrada que eran esperados con gran interés por personajes europeos como Catalina II de Rusia.
Durante una entrevista con LA NACION, Barcia destacó que el corpus de la santiagueña, que rondaría las 350 cartas, es un “tesoro” de valor literario y de fuerte contenido histórico, donde relata sus luchas por difundir los Ejercicios Espirituales de los jesuitas. Pero también revela coloridas anécdotas de su peregrinar como cuando se enfrentó a un tigre o produjo un estallido de pólvora frente a las narices del virrey.
“No registra repeticiones ni tropiezos tan frecuentes en el género epistolar de imperitos. Llama la atención su decir llano, fácil y sin afectación. La prosa es de tono familiar, espontánea, sin recovecos sintácticos, fresca, decantada y fluida. Esto, junto a su sentido informativo la hace apetecible a los europeos. No realiza muchas citas, nunca se mete en ‘bachillerías’, como diría la santa de Ávila”, señala.
“La correspondencia, adjunta a la Positio de su canonización, debe ser considerada la literatura epistolar originaria más importante, sino la más antigua de nuestro país. La beata sería la primera escritora de la Argentina, pero a su muerte, en 1779, no existíamos en tanto Estado moderno” Estos conceptos fueron lanzados por el erudito hace casi un cuarto de siglo, durante las Jornadas de Literatura Colonial del Cono Sur de la Universidad Católica Argentina. Entonces tenía una cátedra de Literatura Argentina en la Universidad de La Plata y se sorprendió al estudiar las cartas. Su intención fue situar el corpus epistolar en el marco de la literatura argentina previo a 1810 fundamentando la sugerencia del padre Pedro Grenón SJ, en una línea de 1919: “Merecería ser incorporada a nuestra literatura”. Aunque es recién a partir de las investigaciones de Barcia que se destaca por primera vez su naturaleza literaria.
“Una vivacidad expresiva infrecuente”
Mama Antula nació en 1730 y recibió esmerada educación, con franco acceso a la lectura desde muy chica. Fue clave para preservar la práctica de los Ejercicios Espirituales ignacianos, tras la expulsión de los jesuitas de las Américas en 1767. En Buenos Aires fundó la Santa Casa de Ejercicios Espirituales. El papa Francisco, un jesuita devoto de su figura, la canonizó el 9 de febrero pasado, convirtiéndola en la primera santa del país. En su empresa espiritual caminó a pie, miles y miles de kilómetros. Por ello la podríamos llamar, dice Barcia “la Alvar Núñez Cabeza de Vaca en polleras: la gran viandante frente a lo eterno”.
-¿Quién fue la primera en atreverse a “hablar” en una carta?
-Isabel de Guevara, que vino con Pedro de Mendoza y hace en una misiva una defensa de los derechos de la mujer, algo atípico en esa época. Le escribe a Juana la Loca (de mujer a mujer) para que le otorguen un terreno y un conjunto de indios a su cargo. Es atinada la pregunta en el sentido de “hablar” ya que ella, ágrafa, le dicta a un escribano quien resguarda los rasgos orales de la mujer.
-¿Existe un caso anterior y similar al de Antula?
-Sí, el de la mendocina Antonia Monclá y Santander de Estrada, autora de plurales epístolas. Radicada en Mendoza, las agavilló en un libro potencial y las envió a España para su edición. El legajo se perdió en el viaje. La obra de esta epistológrafa está hoy desaparecida. Hubiera sido nuestra primera escritora del Plata.
-¿Por qué considera la obra de María Antonia “un tesoro”?
-Ninguna escritora ni escritor nacido en el Plata logró la difusión mundial que alcanzaron sus cartas, no solo traducidas al francés, italiano, inglés y al alemán, sino al latín, al ruso y otras lenguas. Esta situación no puede exhibirla escritor argentino alguno, no ya del período hispánico, sino hasta entrado el siglo XIX, con Domingo Faustino Sarmiento.
-¿Su correspondencia revela intimidades de la vida cotidiana en el Virreinato?
-Tuvo contacto con la nobleza y con el virrey, pero evita entrar en detalles. Por ejemplo, no cuenta su dura pelea con las autoridades para difundir los ejercicios espirituales. Relata sus logros, pero no los trámites duros. Evitó todo lo que fuera conflicto.
-¿Cómo clasificaría sus textos?
-Era culta, manejaba la jerga judicial, en la que redacta sus pedidos, solicitudes de permiso de construcción, etc. Por otro, sus cartas son de una vivacidad expresiva infrecuente. La tercera modalidad es la modalidad de lengua hablada, que se expresa en su testamento dictado a viva voz en su lecho, con rasgos de oralidad propios en épocas en que la literatura era convencional, “escrita”.
De la Paz y Figueroa hablaba español y quechua (de ahí Mama Antula, no Mamá, porque en esa lengua indígena no existen palabras que no sean graves, salvo las exclamaciones). Mantenía fluida correspondencia: con el padre jesuita Gaspar Juárez, santiagueño como ella, exiliado en Europa; con el fraile Julián Perdriel, un sacerdote dominico, su confesor a la hora de morir; y con su secretario Ambrosio Funes, hermano del célebre Deán Funes, ambos actores de la revolución de Mayo de 1810. Catalina de Rusia leía correspondencia de la beata, aunque no estaba dirigida especialmente a ella, aclara el profesor. Los textos le llegaban traducidos al ruso y al francés. Tenían en la misma misión, luchar por la obra de los jesuitas.
La beata es además la primera autora en la literatura nacional sobre la cual, en vida, se escribe una biografía junto a una selección de sus escritos. Se trata de El estandarte de la mujer fuerte en nuestros días, de autor anónimo. El título no es exagerado para Barcia, ella es comparable a las varonas bíblicas, que reencarnaban en ella en su presente. Luego, especialmente a partir del 1900, se comienzan a conocerse otras biografías sobre su figura, algunas un poco noveladas. Poco a poco van saliendo a la luz también algunos textos de su autoría.
“Su feminismo es de sólida base religiosa y de firme sentido proyectual: lo que propone, lo hace”, afirma. Llamaba la atención por su altura, que superaba el metro ochenta, vestida con ropa talar negra y envuelta en una capa de ese color y apoyada por en un alto báculo culminado en una cruz. Cuando, junto a sus compañeras, entra a pie en Buenos Aires, debido a su aspecto particular los chicos le tiraban bolas de barro y le decían “bruja”. Algunos hasta creían que era un jesuita escapado de la expulsión disfrazado de mujer.
Las perlas halladas en las epístolas
“Con un manojo de estas anécdotas encerradas en las cartas podría armarse unas ´'Florecillas de Mama Antula’, asegura Barcia y pasa a contar algunas de esas historias. Una fue su encuentro con un tigre: durante un viaje en Tucumán, atravesando descalza las sierras, se topan con un grandísimo tigre, cerrándoles el paso. Sus compañeras retrocedieron aterradas, pero la beata muy serena, oró a la Virgen Dolorosa, y siguió avanzando con la cruz en la mano. La fiera se retiró con la cabeza baja, se perdió en la espesura y matorrales.
En otra misiva le pide a Juárez un “Niño Manuelito” para colgarse del cuello, pues el que tenía estaba gastado. Era una imagen de siete centímetros de un niño Jesús adormecido sobre una cruz. Llama la atención el detalle y la precisión con la que explica las características del objeto. Además de Manuelito, tuvo devoción por Nuestra Señora de los Dolores a quien mencionaba como “la Abadesa” de la Casa de Ejercicios Espirituales. “Vayan a pedírselo a la Abadesa”, repetía cuando faltaba alimento, o le contaban sus penas. Sí salía a pedir limosna para alimentar a los asistentes a las tandas de Ejercicios, volvía a la Casa con su carrito repleto, y parecía que se multiplicaba la comida.
Un día, cuando fue a pedirle permiso al Virrey para realizar los Ejercicios, de pronto se produjo un estallido de pólvora. Gracias a ese misterioso hecho, el hombre decidió autorizarla. Más adelante, los retiros fueron tan exitosos que la asistencia a los espectáculos como la comedia comenzaron a disminuir. Este hecho hace que le soliciten, infructuosamente, al Virrey su prohibición. Junto a María Antonia, una de las beatas que ayudaba en los Ejercicios, Casilda Adauto, era una mujer bellísima, que le generaba algunos inconvenientes: distraía a los varones asistentes quienes, por mirarla, se apartaban de la concentración exigida.
No solo disfrutaba el hecho de enviar, sino también al recibir correspondencia. Le dice a un destinatario desconocido: “Cuando estoy triste saco sus cartas y me pongo a leer.”
No es un caso cerrado
La mayor parte de las epístolas de la santa se conservan en el Archivo del Estado de Roma. Las que originariamente se encontraban en la Casa de Ejercicios Espirituales se trasladaron a la curia metropolitana para preservarlas, pero en 1955, durante la quema de las iglesias, el edificio y la correspondencia se incendiaron. Por eso no hay un inventario completo de todos los textos, advierte Graciela Río, titular de la causa de canonización.
También aclara que no se han encontrado aún misivas recibidas. “Lo interesante es que el caso no está cerrado, puede ser que aparezca más cartas ya que no eran documentos de Estado”, dice Río, que estudia y difunde la obra de la beata. Da como ejemplo el hecho de que hace poco en Inglaterra un historiador encontró una carta de Antula que había enviado alguien de la Compañía de Jesús. La santa mandó sus escritos a todo el mundo, por lo tanto “no sería descabellado que un descendiente de un destinatario todavía tenga en su poder epístolas de la santa”.
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