"Se puede vivir una larga vida sin aprender nada, se puede durar sobre la Tierra sin agregar ni cambiar una pincelada de paisaje; se puede simplemente no estar muerto sin estar tampoco vivo", reflexiona Héctor Alterio en el inolvidable monólogo que escribió Aída Bortnik para Caballos salvajes , la película dirigida por Marcelo Piñeyro .
La memoria fue para Bortnik una pieza clave en toda su obra, pero como bien decía esta artista que supo reflejar tan bien su tiempo, "no es bueno confundir memoria con nostalgia. Todo lo que realmente importa en el arte y en la vida que hemos elegido depende de nosotros (…). La fuerza del arte está realmente unida a la vida". ¿Será esa la razón por la que durante años lo guardó todo en cajas supuestamente insípidas, de cartón corrugado? ¿Será que quiso hacer memoria con cada uno de sus escritos, recortes, esos que caratuló y almacenó durante buena parte de su vida? La pregunta ante esa pila de 73 cajas no era ajena: ¿esperaba Aída que fueran revisadas, descubiertas como piezas de un gran rompecabezas listo para amar? Un legado de historias contadas y otras por contar. "Recuerdo mirar esas cajas en el estudio de Aída, apiladas meticulosamente, una sobre otra, durante las muchísimas horas que pasamos ahí discutiendo todo lo que escribíamos, tanto ella como nosotros, e incluyo a Fernando Castets y a Eduardo Sacheri en este nosotros", dice Juan José Campanella en el prólogo del catálogo que reúne el intenso trabajo de revisión y clasificación que llevaron adelante Patricia Molina (periodista), Silvana Di Francesco (productora), Gabriela Fantl (directora de casting) y Teresa Téramo (coordinadora del Master Audiovisual UCA y licenciada en Letras). Con el nombre Las cajas de Aída, el cuarteto de mujeres se sumergió en el mundo de Bortnik, con el apoyo de Mecenazgo y de la familia de la artista, considerada como la mejor guionista del cine argentino, que se consagró con La historia oficial(1985), film que ganó el primer Oscar para nuestro país como Mejor película extranjera y por el que estuvo nominada para el mismo premio como mejor guion. "¡Qué tesoro encontraron Gabriela, Patricia, Teresa y Silvana!", celebra Campanella este hallazgo.
"Además de una prodigiosa memoria, tenía tantos recuerdos personales que se fueron convirtiendo en una especie de hoja de ruta de su vida, porque para ella su cartografía profesional era también su derrotero personal –escribe Fernando Castets, en otro de los textos que integra el catálogo que verá la luz en julio próximo y que será parte de la muestra que en octubre se realizará en el Museo del Cine–. No se concibe una sin el otro. Y esos archivos singulares, únicos, ricos en información y necesarios para el trabajo, los fue ordenando dentro de cajas donde otro caos, el material, fuera algo contenido para que el caos creativo pudiera ocurrir a sus anchas. Esas son las cajas de Aída. Por supuesto, las cajas están abarrotadas de distintas versiones de guiones de todo tipo, borradores, grabaciones de audio, descripciones de personajes, todo el material que suele acumular un escritor con el paso del tiempo. Pero también, de documentos que son un registro de distintas etapas de su vida, que nos enseñan lo indispensable de los recuerdos para saber de dónde venimos, que es la única manera de saber hacia dónde vamos. Dejó un testamento, pero, mucho más importante, dejó un legado".
Tras su muerte –el 27 de abril de 2013–, las cajas de Aída quedaron en manos de Campanella y Castets, sus alumnos, sus amigos, su familia elegida, como le gustaba decir. En casa de Fernando encontraron un espacio donde volver a apilarse. Allí estaban, como el secreto de Pandora, listo para ser revelado. En uno de los tantos encuentros de amigas, Gabriela, Patricia, Teresa y Silvana decidieron que era hora de hacer algo y develar el misterio. Al abrirlas, se encontraron con un material que hace a nuestra historia, a nuestro patrimonio cultural. Durante un año y medio, se reunieron en la casa donde estaban las cajas, la misma que comparten Fernando y Gabriela. Eligieron un día fijo para encarar una ceremonia, un ritual de más de siete horas en el que anotaban todo lo que encontraban. Por momentos reían, por otros lloraban, y agradecían el reencuentro con esta mujer que supo poner en palabras historias que tanto tienen que ver con nuestro ADN.
Se armó un catálogo, un registro de ese material que incluye: guiones originales (y sus diferentes versiones ) de títulos como La tregua (primera película argentina nominada al Oscar), La historia oficial, Caballos salvajes, Gringo viejo y Tango feroz, entre otros; guiones de películas que nunca vieron la luz, como la versión de Noticia de un secuestro, inspirada en el texto del colombiano Gabriel García Márquez; 780 minutos de audio de investigación para armar la historia de Azucena Villaflor; los intentos por adaptar Zama, de Antonio Di Benedetto; las obras que formaron parte del movimiento Teatro Abierto; cartas, notas periodísticas que firmó y también las otras, las que hablaban de ella; hojas sueltas, y hasta el currículum respondiendo a una oferta de empleo del diario El País, de España, en su exilio.
"Abrir estas cajas, claramente, es hacer memoria con nuestra historia, con nuestra cultura –señala Silvana Di Francesco–. Aída fue una mujer que defendió siempre la memoria y su trabajo fue atravesado por ella". Este censar permitió reencontrarse con la artista, con la mujer, con su pensar y su motivación. En cada anotación, ya sea en una simple servilleta u hojas sueltas, se palpa esa construcción de mundos y vivencias. "Y en todas sus épocas prevalece y la atraviesa la coherencia", asegura Teresa Téramo. "Coherencia de vida –arremete Silvana–, con una clara interpretación de nuestra Argentina".
No puedo ver a los hombres sino como hombres, no puedo emitir condena y desecharlos sin acercarme lo suficiente como para intentar comprender. Y es esta posibilidad que se hace peligrosa –y finalmente quizás invencible– a sus ojos; la posibilidad de contar un mundo que no se divide tan nítidamente en víctimas y verdugos, un mundo donde nada es tan fácil como el blanco y negro. Un mundo donde no todos los buenos son tan buenos y no todos los malos son tan ajenos. El intento en La historia oficial, parecía doblemente peligroso porque es la historia de la que somos protagonistas, todavía nos envuelve. Justamente por eso, antes de que sea tarde, debíamos intentar, debíamos contarla para nosotros y para el resto del mundo, todavía desde el centro del dolor y, sin embargo, ya, como siempre, tan diferentes a los culpables, tipeó Bortnik en su máquina de escribir las razones por las que decidió llevar adelante el proyecto de película que dirigió Luis Puenzo y que interpeló a cada uno de los argentinos y a su historia tan reciente. Esta hoja que refleja el sentir, el motor de una obra clave de nuestra cinematografía, es uno de los tantos escritos rescatados. "En la caja que lleva por nombre La historia oficial encontramos diferentes versiones del guion e informes manuscritos que recibía Aída. No sabemos de quiénes eran, pero le contaban la situación de los reclamos de la madres, de las abuelas, de cuántos niños estimaban que estaban desaparecidos –destaca Gabriela Fantl–. Bortnik escribió el guion en el momento en que todo estaba sucediendo".
En esa misma caja hallaron un recorte en el que Bortnik recordaba las amenazas telefónicas que recibía por Ruggero, el programa de televisión que tenía como protagonista a Rodolfo Ranni. Era la misma época en que escribía La historia oficial. "Las amenazas eran por la serie, por la mirada que le daba al personaje de Ranni, ese periodista que ante todo buscaba la verdad –explica Patricia Molina–. Lo más interesante es que esas amenazas la empujaron a ir más allá, porque en ese momento estaba sumergida en la investigación para la película de Puenzo. La misma Bortnik contó que se sentía tan valiente, tan poderosa, porque a pesar de que la investigaban, esos otros no tenían idea de lo que estaba haciendo. ‘Si me amenazan por esto, no saben lo que se viene’, llegó a decir".
El repudio al terrorismo de Estado está presente en varios de sus escritos y, por supuesto, en sus obras. Recordemos que en 1981, cuando regresó al país tras el exilio en España, integró Teatro Abierto, movimiento cultural contra la dictadura que tuvo una amplia influencia en la sociedad y para el que escribió piezas fundamentales como Papá querido. "Cada intervención suya, ya sea en teatro, cine, televisión, como cuentista y periodista, dejó una marca. Atravesó la historia del país –destaca Silvana–. Fue amiga y asesoró a Raúl Alfonsín, para quien realizó un esbozo de lo que podríamos denominar una ley de medios. Alfonsín le encargó un informe para analizar la situación de la televisión pública, a partir de los viajes que ella realizó a Italia, Inglaterra y Francia para indagar en cómo esos países administraban la tevé pública".
Su relación con Alfonsín también se hace eco en las cajas, esta vez en un telegrama que él le envió en 1984 por el estreno de Primaveras, la pieza que subió al escenario del Teatro San Martín el 29 de noviembre de 1984, en un clima de una naciente democracia en el que se conjugaban esperanzas y expectativas. Que estas en estado de derecho le den los mejores aplausos. Reciba un fuerte abrazo. Raúl Alfonsín - Presidente de la Nación.
Historias por contar
Fue en el 24° Festival Internacional de Cine en Guadalajara, en 2009, luego de 18 años, que Aída y Gabriel García Márquez se reencontraron. En aquella ciudad mexicana, Bortnik le entregó las flores preferidas del Nobel de Literatura y el guion cinematográfico de su libro Noticia de un secuestro, que tenía previsto ser dirigido por Pedro Pablo Ibarra. La película nunca se hizo, y el guion aguarda en una de las cajas. Las fotos de aquel encuentro acompañan un diálogo inolvidable:
–Aída: "Para mí, Gabriel, eres un dios, y ya sabes que no creo en un dios (…). Por lo menos, hay dos dioses, creo que Shakespeare era uno y tú eres otro".
–Gabo: "No me digas eso, porque me lo creo y luego quién me aguanta".
–Aída: "Lo primero que hace uno con los dioses es darles una ofrenda, así que te traje flores amarillas, que sé que te gustan".
–Gabo: "Así que esta es la primera ofrenda. Se las paso a Mercedes, que es quien me guarda las flores".
–Aída: "La segunda ofrenda depende de tu humor, tu ánimo y tus ganas cuando la leas… Claro, y depende de la ofrenda misma: el guion cinematográfico de Noticia de un secuestro".
–Gabo: "Noticia de un secuestro es mío y yo no lo escribí como guion cinematográfico".
–Aída: "No, lo hiciste como crónica y yo lo transformé en guion".
–Gabo: "¿Y te has atrevido a hacerlo sin mostrármelo? Aunque me lo muestras ahora. ¡Qué bueno, porque esta noche no duermo!"
–Aída: "Y yo, Gabriel. Tengo mucho miedo, pero también estoy enormemente honrada (…) No te copié, te busqué. Te inventé. Te hice bromas. Pero no te copié, porque copiarte ha hecho que otros fracasen".
–Gabo: "¡Ah!, entonces éste no es el mío, no es mi libro. Entonces de quién es".
–Aída: "Claro que es tuyo, sale de ti, pero con algunas libertades. Espero que lo leas pronto. Ha sido un año en el que pasaron cosas terribles en mi vida y hacer este libro cinematográfico ha sido un refugio para mí. Esta es la humilde y temerosa ofrenda que te presento".
–Gabo: "Lo de temeroso no hay prueba, lo que me preocupa es lo de humilde (…). Tengo que leer el mío para acordarme".
–Aída: "No, no lo hagas. Cuando inicies la lectura de éste, te vas a acordar de cómo era el tuyo. Voy a agradecerte mucho que lo hagas, porque era una crónica. No hubiera querido adaptar tus historias de realismo mágico… Solo vine al festival para darte el libro. Está escrito como escribes tú, cuando lo haces en la crónica. Recuerdo que antes de que saliera publicado Cien años de soledad estaba en Buenos Aires y me pidieron hacer la crítica, pero leí Doscientos años de soledad, porque llegué a la última página del libro e inmediatamente regresé a la página uno. Estaba loca; no quería salir de allí, no quería que ese mundo se terminara nunca. Me enamoré perdidamente de ti."
–Gabo: "No quisiera que se hiciera una película de Cien años de soledad" [La noticia en estos tiempos es que Netflix prepara la serie basada en la gran novela].
–Aída: "Ni te preocupes, ese libro nadie lo va a tocar".
En noviembre de 2006, el guion de Azucena, 375 días estaba listo. La película basada en la vida de una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo tenía director y fecha de inicio de rodaje en 2008, y como protagonista a la actriz mexicana Adriana Barraza. La biografía no llegó a concretarse. La investigación, las diferentes versiones del guion, fotos, el listado de escenas y personajes y los 780 minutos de conversaciones grabadas entre Bortnik, Madres, Abuelas y familiares, como parte de la investigación, dan muestra del exhaustivo trabajo que encaraba la autora con cada uno de sus proyectos. "Era una mujer de acción –destaca Téramo–, se involucraba personalmente con cada investigación. Se documentaba. Todo ese material está en las cajas".
Como el trabajo que encaró para narrar la vida de Anna Letenská, una de las grandes actrices checas de los años 30. Los directores de teatro y cine luchaban por contratarla y los guionistas escribían para ella papeles dramáticos y también cómicos. "En 1988 –comenta Gabriela–, Aída comenzó el proyecto Fade Out. Fueron cuatro años de lecturas, investigaciones, viajes y versiones de guion en inglés y español sobre la vida de esta popular artista. La película tenía como director al checo Jiri Menzel, pero lamentablemente no llegó a rodarse. Hay una caja en la que solo hay faxes entre el director y los productores. La historia de esta mujer es sumamente interesante. Letenská fue arrestada por la Gestapo, liberada para completar su última película, que paradójicamente fue una comedia, y luego fusilada en el campo de concentración de Mauthausen, en la mañana del 24 de octubre de 1942".
En la solapa de una carpeta oficio en la que se lee La víctima, quedaron agendados los teléfonos de Osvaldo Soriano y Aída. Era noviembre de 1974, trabajaban juntos. Osvaldo escribía a mano. Bortnik a máquina y a dos columnas. El exilio golpeó la puerta de ambos y el proyecto no llegó a concretarse.
En el exilio
"Yo trabajaba en (la revista) Cuestionario, que fue la única publicación que no se sometió a censura. Recibí amenazas, lo de siempre. Papá había muerto y me fui a España –narró Aída en la entrevista para el canal Encuentro, en 2011–. Ellos me pagaron el viaje y yo conseguí un pasaje en un carguero de ELMA. El barco se descompuso dos veces. Una de ellas, en altamar. Yo estaba escribiendo La isla para Alejandro Doria y necesitaba una revisión, porque empezaron a prohibir actores que iban a interpretarla. Entonces cambiamos y yo escribí durante todo el viaje. Los tripulantes, me construyeron una mesita, un banco especial y yo me sentaba con malla y pollera larga en la cubierta y escribía. Era la envidia del resto de los pasajeros, porque los cargueros no tienen entretenimiento para los pasajeros".
El rodaje de La isla se realizó durante el exilio de Aída. "Encontramos una copia del guion que Graciela Dufau, una de las protagonistas del film, utilizó como una especie de diario de rodaje", describe Di Francesco. En el reverso de las hojas, Dufau escribió: Martes 2 de enero de 1979: Hoy se filmó el baño. El calor era insoportable. Fue una secuencia difícil, dura, muy angustiante. Selva (Alemán, la otra actriz) tuvo problemas. "Así comienza el diario Dufau –señala Molina–. Aída no pudo ser parte del rodaje, pero decidió arriesgarse y volver aún en dictadura para ser parte del proceso de montaje. A todas nosotras nos encantaría saber en qué momento llegó a sus manos este guion/diario íntimo que atesoró casi 40 años".
Fue también en el exilio, en 1977, que el director Nicolás Sarquís contactó a Bortnik para la realización del guion de Zama. "Mucho antes de Lucrecia Martel hubo otros intentos de adaptar la novela de Antonio Di Benedetto, entre ellos el trabajo de Aída –destaca Teresa Téramo–. Es interesante ver de qué manera leyó el texto, cómo se sumergió en él. Hay varias escrituras con citas de la obra, sinopsis. Era una gran lectora".
Quienes la conocieron no dudan en afirmar lo exigente que era consigo misma. Ese corregir constante atraviesa cada una de las cajas y las enriquece de miradas, de conceptos. "Ver el proceso de trabajo de Aída es alentador para cualquiera que quiera ser guionista –ensalza Campanella–. Vivimos en una cultura de primer boceto, en la que si las ideas no salen de entrada, el autor se descorazona, piensa que no sirve, o depende de esa verdadera rareza llamada inspiración. Leyendo estas páginas, se transmite su manera de trabajar, de sudar frente a la máquina de escribir, de darse aliento y volver a empezar".
Aquellas frases
En un papelito suelto se puede leer "la puta que vale la pena estar vivo", esa frase icónica que Héctor Alterio –su actor preferido– grita con los brazos abiertos en Caballos salvajes. "Esa frase solía decirla su marido –recuerda Di Francesco–, al que ella llamaba Man. Solían ir a Córdoba, a una casita lejos de todo. Apenas llegaban a ese lugar cargado de verdes, soltaba la frase". En pleno rodaje, Marcelo Piñeyro llamó desesperado a Bortnik, necesitaba un grito de libertad y, como tantas veces contó Alterio, ella le regaló ese alarido que ya es tan nuestro. "Aída ha sido siempre una especie de escritora fantasma en todas mis películas –reconoce Juan José Campanella–. Nada se filmaba si no pasaba por su ojo crítico y su crítica certera. De esas discusiones surgieron momentos inolvidables de las películas. Desde el monólogo de Nino, hablando de lo que era el restaurante cuando lo atendía Norma en El hijo de la novia, pasando por el ‘Tenés rico olor, papi’, de Luna de Avellaneda, hasta el ‘Dígale que por lo menos me hable’, de El secreto de sus ojos. Discusiones ricas, cuestionadoras, en las que nos ponía sobre la pared, obligándonos a defender ideas, mejorarlas o abandonarlas. Así era Aída, rigurosa, meticulosa, sincera. De esa manera era con su propio trabajo, siempre puliéndolo, reescribiéndolo, cuestionándolo. Este trabajo hecho a máquina de escribir, tecla a tecla, idea a idea, quedó guardado en estas cajas, verdaderas pirámides de talento".
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