Las bienales, espejo de un mundo en llamas
Estos encuentros artísticos sin fines de lucro asumen riesgos, provocan debates y transforman ciudades
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Como un siniestro presagio, las llamas anunciaban lo que estaba por venir: el mundo iniciaba una de las épocas más dramáticas de su historia. La noche del 2 de septiembre de 2018, un incendio devoró el Museo Nacional de Río de Janeiro, considerado el mayor archivo de historia natural y antropológica de América Latina. Semanas después, Brasil elegía como presidente a Jair Bolsonaro, un exmilitar que contribuiría a alcanzar el récord más alto en nueve años de deforestación en la Amazonia, como consecuencia del fuego sin control.
En ese contexto comenzó a gestarse la 34ª edición de la Bienal de San Pablo, titulada Faz escuro mas eu canto (“Aunque está oscuro, todavía canto”, frase tomada de un poema de Thiago de Mello). “¿Cómo puede responder el arte a todo esto que estamos viviendo?”, se preguntó en 2019 el curador Jacopo Crivelli Visconti al anticipar en Buenos Aires los principios inspiradores de la bienal que estaba por cumplir siete décadas, segunda en importancia global después de “la madre” veneciana.
“Este proyecto parte de la idea del diálogo”, agregó en diálogo con LA NACION al mencionar a Édouard Glissant como uno de sus principales referentes. Entre los conceptos del fallecido novelista, poeta y ensayista francés mencionó el de la “opacidad”, que consiste en “respetar al otro en lo que tiene de diferente y que no vamos a entender”.
Entonces llegó la pandemia. Y así como la humanidad enfrentaba enormes desafíos, la bienal tuvo que adaptarse para sobrevivir: abrió un año más tarde de lo previsto, con menos visitantes extranjeros. “Hacer esta bienal ha sido una forma de vivir en ese momento, con ese momento y para ese momento”, dijo Paulo Miyada, curador adjunto de Crivelli, en una visita reciente a la Argentina. “Pensar cómo desde una institución se puede plantear un espacio de encuentro de diferencias, de debate, de investigación, que va a movilizar desde lo poético hacia lo ético, la historia, las urgencias, la memoria y los deseos –agregó – nos parecía fundamental cuando se vive con la idea de peligro, de combate, de enfrentamiento”.
Entre las piezas exhibidas se contaron dos que sobrevivieron al incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro: el meteorito Santa Luzia, el segundo más grande hallado en Brasil, y una roca que cambió de color al exponerse a las altas temperaturas. “Ha cambiado, pero es la misma roca. Porque supo transformarse”, señala la página de la bienal. También se menciona otro objeto alejado de las obras monumentales que suelen participar de estos encuentros: una pequeña escultura donada por Kaimote Kamayurá, de la aldea Karajá de Hawaló, para ayudar a reconstruir la colección del museo.
Impacto local
Sin fines de lucro como las ferias, y expandidas por diversos puntos de las ciudades, las bienales asumen más riesgos. Como el que enfrentó Marta Minujín al levantar un Partenón de tamaño real con libros prohibidos en la Documenta de Kassel –encuentro que se realiza cada cinco años, no dos–, Adrián Villar Rojas al crear monumentales esculturas de arcilla y cemento en Venecia, o Eduardo Basualdo con su laguna mutante en Lyon.
La función de una bienal, según Miyada, es “el impacto, la historia y la construcción que ofrece a su comunidad”
La función de una bienal, según Miyada, es “el impacto, la historia y la construcción que ofrece a su comunidad”. “Una bienal sirve para posicionar artistas, ciudades, para incentivar el turismo, legitimar movimientos, activar el deseo de los coleccionistas y crear conciencia entre los gobernantes del capital activo que es el arte”, escribía Alicia de Arteaga en LA NACION en 2007, cuando se presentó en Ushuaia la Bienal del Fin del Mundo.
¿Cuál será su rol en el contexto de una guerra que amenaza con volverse mundial? Enfocada en la redefinición de lo humano, Venecia tendrá la palabra a partir de abril. Por ahora se acaba de inaugurar la 23ª edición de la de Sídney, dirigida por el colombiano José Roca y centrada en los ríos, humedales y otros ecosistemas de agua dulce y salada. “Los saberes indígenas han entendido desde hace mucho tiempo a las entidades no humanas como seres ancestrales vivos con un derecho a la vida que debe ser protegido –recuerda su sitio web–. Pero solo recientemente se les ha otorgado personalidad jurídica a animales, plantas, montañas y cuerpos de agua. Si podemos reconocerlos como seres individuales, ¿qué podrían decir?”
En abril abrirá la organizada por el Museo Whitney, en Nueva York; desde junio tomará la posta la 12ª Bienal de Arte Contemporáneo de Berlín, y desde septiembre, la 13ª Bienal del Mercosur. Mientras tanto, en Buenos Aires continúa hasta abril la de Performance BP.21, desde el 20 al 24 de ese mes se presentará la de Arte Joven, y ya abrió la convocatoria de proyectos para Bienalsur 2023, que abarca varios países. Toda una señal de que ni una pandemia ni una guerra pueden apagar la llama creativa.
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