Las artes argentinas también tienen "una mujer fantástica"
En la Argentina, más precisamente en la ciudad de Córdoba, vive "una mujer fantástica" que un poco se asemeja a la recientemente oscarizada Daniela Vega. Actriz, poeta, cronista, escritora y activista trans, Camila Sosa Villada (La Falda, 1982) se hizo conocida por su actuación en la película Mía, de 2011, donde interpretaba a una joven transexual que se hacía amiga de una niña huérfana de madre. Rodrigo de la Serna interpretaba al padre y la película fue dirigida por Javier Van de Couter, que "descubrió" a Sosa Villada gracias a la repercusión del espectáculo Carnes tolendas.
Luego Sosa Villada fue Nina, "la viuda de Rafael", en la serie televisiva homónima que emitió la Televisión Pública en 2012. Tiempo después, dio a conocer La novia de Sandro, un inspirado libro de poemas-crónicas publicado por Caballo Negro. Escritora de obras de teatro, de varietés con canciones y biodramas, la artista recibió el DNI que acredita su género femenino en 2013.
Ahora, invitada por Fundación Filba para participar de la séptima edición del festival Nacional que se celebra hasta mañana en la localidad de La Cumbre, a pocos kilómetros de donde pasó su infancia y adolescencia, la actriz y escritora presentó anoche un recital de poesía junto con Marcos Bueno en la Sala Berti.
El sello cordobés DocumentA/Escénicas acaba de publicar su nuevo libro, El viaje inútil. Trans/escritura que, en palabras de la editora Gabriela Halac, "fluye en un pensamiento que va de la reflexión sobre la escritura a su biografía en relación con cómo aprendió a escribir, a leer, a mirar el mundo, a escribirse ella, a salvarse en las palabras escritas". Dos anécdotas de su paso por el Filba retratan a Sosa Villada. Firmó con una sonrisa cálida los ejemplares de su nuevo libro para cada lector que se le acercaba y, apenas vio a Juan Forn entre la multitud, lo saludó con admiración: "¡Nuestro Truman Capote heterosexual!"
En la actualidad, prepara un espectáculo basado en la vida y la obra de Batato Barea, que se estrenará al final del invierno: Batatotrón o el antiteatro. "La gente del Centro Cultural Rojas me regaló un libro de Fernando Noy, Te lo juro por Batato, y quedé fascinada. Quiero rescatar su legado como artista y me siento identificada con su deseo de profanar todo, incluso el teatro", cuenta.
–¿Cuándo empezaste a sentir interés por la lectura y la escritura?
–Inmediatamente después de aprender a leer y a escribir, empecé a escribir cartitas de amor a mis padres, a las maestras. Eso fue creciendo y haciéndose más potente, sobre todo cuando empezamos a leer en el colegio a poetas, a Federico García Lorca, a Gabriela Mistral, a los poetas de la escuela primaria. Sabía que iba a escribir, que era mi área y que para eso estaba en la escuela. Escribir fue un deseo que se sostuvo solo y fue haciéndose cada vez más fuerte a medida que escribía. Un día Alejo Carbonell, el editor de Caballo Negro, me propuso reunir textos para publicar. Así nació mi primer libro.
–¿Cuánto hay en la escritura de tu trabajo como actriz y cuánto de la actuación en tus textos?
–De la actuación en la escritura está el manejo de la palabra oral, de lo que se oye. Creo tener algo de conciencia de cómo debe ser dicha la palabra en público y además me gusta escribir como cuando hablo. No tengo un oficio hecho de la palabra escrita. Siempre digo que soy medio bruta para escribir. Una actriz puede no escribir, pero un escritor siempre tiene algo de puesta en escena.
–¿Cómo fue experiencia como adolescente trans en un pueblo de Córdoba?
–De niña ya me travestía en privado, con ropa de mi mamá, o me pintaba. Empecé a tener una vida pública a los quince años. Hay dos caras en esa experiencia. Nada había más alucinante que vestirme como mujer y salir a dar una vuelta por el centro del pueblo. Eso era alucinante, tenía una sensación de libertad y de vértigo increíble. Pero a la vez, esa especie de desatención que sufrí de mis padres lo convertía en un acto doloroso frente a lo que me estaba pasando. Mina Clavero era un pueblo muy cruel, maltratador. Esa experiencia hubiera sido más soportable si yo hubiera tenido apoyo. El año pasado fuimos a Mina Clavero con Agustín Albrieu Llinás e hicimos una función de un espectáculo con canciones de Sandro que fue un éxito total.
–Luego fuiste a estudiar a la ciudad de Córdoba.
–¿Sabías que iba a estudiar Biología pero cuando llegué a inscribirme ya habían cerrado las mesas? Como tenía un hermano que estudiaba Comunicación, me anoté ahí. Me gustaba escribir y me metí en gráfica. Fue una mala elección, porque me di cuenta de que lo me gustaba era la radio. Me empecé a frustrar con las materias de redacción periodística y dejé y empecé teatro.
–¿Ahí conociste a Paco Giménez?
–Ya lo había escuchado en la facultad en algunas conferencias. Tenía unas salidas muy ocurrentes que iban en contra de todo el mundillo teatral. Lo que para todos los teatreros era un sufrimiento para él era un goce. Cuando empecé las clases con él, hubo un encuentro entre maestro y discípula. Parecía que sus clases eran solo para mí. Improvisaba, me iba de la clase y volvía cuando ya estaba otro grupo. Él me potenciaba esa libertad que tenía como actriz. Nunca más tuve esa libertad total de provocar, improvisar, delirar. Él fue el asesor de Carnes tolendas, la obra con la que salté a la esfera pública. Con la directora María Palacios, íbamos a hacer una versión trans de Yerma, de Lorca, pero él nos sugirió que hiciéramos un biodrama en que se mezclaba mi biografía y Lorca. Paco nos recomendó usar todos los personajes de Yerma. Pensábamos hacer una temporada de dos meses y se convirtió en un éxito que nos obligó a hacer funciones de miércoles a domingo. En Córdoba eso no pasaba hacía muchísimo tiempo. Me hice muy conocida, me invitaron a escribir en revistas y en diarios columnas sobre género. ¡Como si yo supiera! Siempre aclaro que no tengo la menor idea.
–¿Cómo abordás tus columnas?
–Son personales. Para no meter la pata o decir algo fuera de lugar, hablo sobre lo que veo y conozco. Soy una trans muy particular, sobre todo por el salto a otros espacios, pero además porque en esa marginalidad en la que vivía había algo que me rescataba todo el tiempo. Yo estaba muy bien relacionada, tenía amigos y amigas muy inteligentes, que me potenciaron a leer y a escribir, que impulsaron mi vocación. Yo estaba en la peor de las situaciones, sin plata, pero mantenía una relación muy profunda con la lectura y la escritura. Eso me rescató. Sino parece que las travas fuéramos todas las mismas y que una puede hablar por todas. No es así. Nunca pensé que un diario como La Voz del Interior me convocara para escribir una columna.
–¿Tu nuevo libro tiene esa mirada?
–Es un libro escrito para la colección "Escribir". No fue una reunión de textos hechos de antemano, salvo por uno que guardaba desde hacía mucho tiempo, una hoja con un cuentito escrito a máquina en tinta roja, que debo haber escrito a los once o doce años, seguramente, que fue cuando me regalaron la Olivetti, y que fue el puntapié de lo que desarrollé para el libro. Era un pedido claro: mi relación con la literatura. La novia de Sandro es un libro de poemas que parece escrito por otra persona, por otra Camila, la Camila antes del feminismo y el psicoanálisis, muy frágil, muy dañada, escribiendo para sobrevivir. Esto es una reflexión en torno a eso. A la escritura como espacio de supervivencia, algo que suena cursi y remanido en tanto y en cuanto es imposible compartir una experiencia de vida como la mía. Cuando Gabriela Halac me convocó a escribir en una colección donde hay libros de Juan Forn y Leonardo Sanhueza pensé "¿Qué voy a decir yo?" Quiero que me lean y que no sean malos cuando me leen.
–¿La película Mía se filmó antes de la ley de matrimonio igualitario?
–Fue antes de todo. Fue muy fuerte hacerla y fue una gran experiencia conocer a otras chicas trans, como Susy Shock y Naty Menstrual. Las travestis porteñas estaban más adelantadas que en las provincias. Buenos Aires era más amable con las trans. En Córdoba salíamos a la caída del sol y teníamos problemas constantes con la sociedad y con la policía.
–¿Eso cambió?
–Sí, pero ahora hay un rebrote transfóbico. Desde el año pasado lo noto. Tuve tres o cuatro situaciones que ya habían dejado de pasar. La diferencia, como decía Lohana Berkins, es que dejamos de ser víctimas pasivas y ahora somos víctimas activas. Un vecino me gritaba "Camilo" cuando salía de casa y yo tenía que fumármelo. Lo publiqué en Facebook y la gente respondió de inmediato. Dejó de hacerlo. Esto que está pasando es una disputa. No es que van a volver los años negros. Nos están disputando un espacio y lo vamos a ganar, sobre todo porque ya lo ganamos una vez.
–¿Te gustó la película chilena Una mujer fantástica, que ganó este año el Oscar?
–Sí, me gustó mucho y me pareció que el director [Sebatián Lelio] filma muy bien. Le noté parecidos con La viuda de Rafael, aunque en la película a ella la dejan sola, sin otras trans amigas. No pude dejar de notarlo. Celebro, pero de todas maneras me pareció llamativo. No conozco a Daniela Vega. Si bien la película me gustó, con el patriarcado es difícil no querer competir. Es como si no hubiera lugar para dos trans o para tres trans. Me escribían correos: "Vos tendrías que estar ahí". Si gana el Oscar Cecilia Roth, no le escriben a Mercedes Morán, diciéndole "Vos te lo merecías". Es como si no hubiera lugar para todas. Y sí hay.
–¿Cómo es la vida en Córdoba para la comunidad trans?
–Es duro porque es una especie de "Dogville", y eso que Córdoba, Rosario, Buenos Aires son un tanto más abiertas, mejores, es la palabra, mejores para vivir para las trans, pero es duro cuando querés trabajar, querés hacer, querés enamorarte, querés compartirte, porque el patriarcado arruina todo, lamentablemente. Hasta las relaciones más cercanas: veo morirse amistades, amores, por ese sostenerse constante en el patriarcado y sostener al patriarcado que está lleno de trampas... Las luchas cambian de acuerdo a las conquistas y las derrotas. Conquistamos una ley de identidad de género que todavía no se aplica; en el camino somos derrotadas porque seguimos muriendo, muchas en la indigencia, muchas en la más desoladora desvinculación de los demás. Hoy damos una lucha hacia afuera y podemos dar una lucha hacia dentro, para eliminar de nosotras la transfobia, el binarismo con el que fuimos moldeadas, revalorizar la rebeldía, nuestra anormalidad, ponerla como un privilegio. Creo que es la parte más linda de esta lucha.