Labatut & Martel: brillantes sobre el mic
Entran y se van del auditorio entre aplausos, como estrellas, por lo brillantes. Primero sale ella, de vestido camisero largo y borcegos, deja el bastón a un lado del sillón, y unos pasos más atrás toma posición él, que se aferra al micrófono y espera con un nerviosismo como el que no sentía desde la universidad que detrás de esos anteojos de montura clara, que ya son tan emblemáticos como los de Victoria Ocampo, Lucrecia Martel abra el juego. “Bienvenido joven –le dice a Benjamín Labatut–. Voy a hacer como un programa de cable”, avisa, y arremete: “Si estuvieses flotando en el espacio…”. De esta manera empieza un mano a mano cómplice entre la directora de cine y el escritor chileno; así, con una hipótesis que nos ubica a años luz de casa, como para que sepamos que en la hora por delante no se hablará prácticamente de nada que exija pisar la Tierra. El caos y el orden, la locura y la cordura, Dios y los dioses, hasta dónde llega la metáfora. Un largo devenir de pensamientos alimenta a la legión de lectores –también cinéfilos– que agotaron esa misma tarde, en tiempo récord, las entradas para verlos coincidir en el Malba. Gravitando, entonces, entre el “olor a pan quemado o a carne chamuscada” (cosas a las que dicen que huele el exterior más exterior), comienzan a tramar un diálogo que se recordará entre lo mejor del Festival Internacional de Literatura (Filba), que acaba de pasar.
Labatut, que publicó el fascinante Un verdor terrible y más recientemente, Maniac, un autor obsesionado con la ciencia, quien al principio temía escribir y al final asumió la tarea “con un fervor ridículo”, buscará cumplir con el pedido que Martel lee de un papelito que saca del bolsillo y despliega: que le dé una definición. “La literatura es una religión sin dios”, dirá entonces, y también que “los libros son conjuros, estás tratando de atrapar algo”. En una pirueta de escapista, que quiere pasar por espontánea pero podría ser coreografiada, enseguida le devolverá a su amiga –la admirada realizadora de La ciénaga, La mujer sin cabeza y Zama– la pregunta, recíproca. “Lo que uno pretende en el cine es una experiencia”, cree, “el argumento es una excusa”. Y no van a pelearse, claro, pero para él “la trama es todo”, y no se lo calla.
A los 44, aparentemente en sus cabales, el chileno admite que de chico sentía que estaba loco, que iba a volverse loco. Hoy sabe que “mientras puedas participar de la cosa colectiva, entrar y salir, estás cuerdo”. Usa una idea poderosa y movilizante: “Estás en el mar: o nadás o te ahogás”, plantea, y cómo no pegar una patada al aire, sentirse vivo de solo oírlo. La mujer que está al lado mío, una prestigioso socióloga, vecina de butaca de una novelista de renombre en una fila de butacas que en perspectiva deja ver otras caras conocidas, me dice por lo bajo: “¡Qué buena imagen!”. Y yo, que con frecuencia peco de una literalidad pasmosa, me acuerdo del día aquel que por primera y última vez me tiré al mar desde un acantilado, y ya en el agua, mientras esperaba que una fuerza me devolviera a la superficie (¡eureka!), pensaba exactamente eso: ¡o nadás o te ahogás!
“Labatut & Martel”, escrito así, como si fueran un dúo, están en YouTube, listos para repetir la conversación tantas veces como les den play. A menos que planeen salir de gira a conquistar nuevos fans con su “programa de cable” en modo live, ese encuentro habrá sido histórico.
“¿Pensás que ya llegó el apocalipsis zombie?”, arriesga la cineasta para terminar, como corresponde al tema. “El fin del mundo es un proceso. El mundo se está acabando continuamente. Es algo que quisimos, que buscamos. Estamos participando del apocalipsis”, responde el escritor. La reflexión se mete sin opción con la inteligencia artificial, un tema que nos atraviesa, a algunos no tanto como las miradas y las palabras de estos dos “genios” (otra clasificación que los convoca). Brillantes sobre el mic, ellos mantienen a todos hipnotizados –en cambio– con cada zarpazo de inteligencia real.
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