La voz alienada de Valeria Luiselli y un demoledor registro de la pandemia en Nueva York
"Bronx. Todo el día, todo el día las ambulancias. Suben por Broadway, dan vuelta en la calle 230, y luego se adentran en las calles del barrio. Los paramédicos suben por las escaleras de los edificios, tocan a la puerta de pisos de departamentos, entran a las profundidades de las vidas ajenas, de pronto vueltas íntimas: los libreros, el polvo acumulado, los retratos de familia, platos por lavar, camas deshechas, una mujer esperando, respirando, sentada en un sofá", escribía la mexicana Valeria Luiselli en la madrugada del sábado en Twitter, red social en la que habitualmente describe postales de su barrio de Nueva York, con el coronavirus devenido –como muchas partes del mundo– un campo de batalla desierto.
"Las sirenas de las ambulancias son campanas de iglesia, son la alarma sísmica, son aviones de guerra, son un rito casi escolar. Las sirenas nos encuentran dispersos, fragmentados en las exigencias de nuestra nueva vida cotidiana, y con su zozobra sonora nos reúnen periódicamente", continuaba Luiselli. Como muchos otros escritores en cuarentena por estos días, está dedicada a tratar de encontrarle sentido a lo que ocurre frente a su ventana y también dentro de las cuatro paredes de su casa: "Nos reúnen en el mero núcleo del miedo, que es la única realidad que ahora compartimos. Ahí nos amasan, ahí nos alinean –como en el patio se disciplina a una escolta infantil–. Nos entregan, nomás, a la experiencia colectiva de nuestra enorme soledad, enorme intimidad, todo el día. Todo el día las ambulancias".
Bronx. Todo el día, todo el día las ambulancias. Suben por Broadway, dan vuelta en la calle 230, y luego se adentran en las calles del barrio.&— Valeria Luiselli (@ValeriaLuiselli) April 5, 2020
Si las quirúrgicas descripciones de Luiselli –cuya voz autoral suele ser una primera persona que alterna el extrañamiento con la seducción– construyen de tuit en tuit un demoledor registro de la pandemia en la Gran Manzana, uno de los epicentros del Covid-19 en los Estados Unidos, es porque funcionan como extensión de sus obras, en las que la autora ejerce una autoficción con alto contenido político. En Desierto sonoro, la sorprendente novela que aquí editó el sello Sigilo, una pareja en descomposición –muy parecida a la que solía conformar su autora–emprende un viaje en auto desde Nueva York hacia Arizona, separados por sus pasiones y por sus temperamentos en colisión: al llegar a destino, ella irá a registrar los relatos de los niños que logran sobrevivir al cruce de la frontera con México y especialmente, las historias de los que mueren allí; él busca revivir los sonidos perdidos de la Apachería, de la rendición de los últimos indígenas ante el ejército de los Estados Unidos y su posterior reclusión en reservaciones. Los hijos pequeños de él y de ella viajan en el asiento de atrás, perforando el silencio glacial del matrimonio con quejas, pedidos de canciones y una enorme cantidad de preguntas; en el baúl viajan siete cajas que contienen el material reunido en la investigación previa por ambos etnógrafos. Su contenido se irá inventariando en cada capítulo, pero también llenando y vaciando con elementos del trabajo de campo –más historias, más voces– a medida que transcurre la travesía.
Desierto sonoro es el quinto libro de Luiselli, pero fue el primero escrito en inglés, publicado como Lost Children Archive. Esta anomalía literaria parece responder, en parte, a una normalidad biográfica: Valeria Luiselli nació en Ciudad de México en 1983 y creció entre Corea del Sur, Sudáfrica y la India. Trabajó en los tribunales neoyorquinos, donde traducía las respuestas de los niños indocumentados en peligro de ser deportados, experiencia registrada en Los niños perdidos (un ensayo en 40 preguntas). Son esas preguntas, las que la autora debía hacerle a los chicos para intentar que sus respuestas –sus historias, en definitiva– pudieran adaptarse a los confines del lenguaje legal y le permitieran tener la posibilidad de quedarse a vivir en ese país vuelven a enunciarse aquí, entre la autoficción, el alegato humanitario y la investigación periodística. Pero también hacen propias las preguntas de su propia hija (el título en inglés de ese libro es Tell Me How It Ends, dime cómo termina), acerca del sentido que debería darle a la tragedia de los migrantes y a un mundo que cierra los ojos y los oídos ante ella.
Leer la novela traducida al castellano –por Daniel Saldaña París y la propia Luiselli– es una experiencia infrecuente: devuelve el idioma con una película de extrañamiento e inexactitud, como si se pudiera redescubrir la lengua materna en la adultez. El efecto es producto de la riquísima experimentación formal que recorre toda la obra, desde la simple asociación de palabras infantil hasta las múltiples perspectivas en espejo, leit motivs casi sinfónicos y hasta novelas inventadas por la autora con el único propósito de ser citadas como fuentes de realidad.
Desierto sonoro fue elegido como uno de los diez mejores libros de 2019 por The New York Times (no es difícil imaginar una valoración similar aquí a fines de este 2020), y seleccionado por el expresidente Barack Obama como uno de sus libros preferidos de ese período, acaso una línea aún más directa a un merecido reconocimiento global de Luiselli. Quien, por estos días, acaso, ha encontrado otro modo de reescribir su vida en cuarentena ante un público felizmente cautivo.
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