La virtualidad sube la apuesta, y el arte digital acepta el reto
Los metaversos, mundos más inmersivos que la realidad aumentada, incluyen obras que cotizan en el mercado
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Estamos inmersos en un futuro ficcional. Esa es la primera impresión al sumergirnos en los metaversos. Desde el navegador, y si uno quiere con un casco de realidad virtual, se accede a estos universos creados digitalmente donde se puede interactuar con otras personas, jugar, comprar y vender parcelas para construir casas, galerías, catedrales y hasta museos.
Devenidas estrellas principales, las obras de arte en este mundo virtual tienen encriptado su token no fungible (NFT, por sus siglas en inglés). Creados con tecnología blockchain, los NFT no puede en ningún caso copiarse ni plagiarse. Al contrario de lo que ocurre cuando descargamos una imagen de internet, el ensamblaje de códigos que estructuran la obra NFT impide su reproducción masiva. Además, como con las criptomonedas, existe un registro donde se consigna quién es el dueño y se le otorga un certificado digital de propiedad.
Una de las principales diferencias entre las obras NFT y una obra física en el mercado de arte tradicional es que con las primeras, cada vez que cambian de manos, una parte del dinero de la transacción le corresponde al artista.
Las grandes casas de remate intervinieron con fuerza. Christie’s subastó por primera vez en su historia una obra totalmente digital: Todos los días: los primeros 5000 días, un collage digital realizado por Beeple, que se vendió por 69,3 millones de dólares, convirtiéndose en la tercera obra más cara vendida de un artista vivo, detrás Jeff Koons y David Hockney. En el caso de Beeple, El valor de la obra opacó el polémico contenido de algunas de las piezas que la integran y que llevan títulos como “¡Es divertido dibujar a gente negra!” o “Niño nerd, gordo, chino y sus amigos imaginarios”.
Aún es muy pronto para develar si estamos frente a una burbuja, en un espacio etéreo con valores hipervolátiles, o si las obras NFT producirán un impacto estructural en el arte y en el mercado tradicional: en términos históricos el criptoarte es embrionario
Aún es muy pronto para develar si estamos frente a una burbuja, en un espacio etéreo con valores hipervolátiles, o si las obras NFT producirán un impacto estructural en el arte y en el mercado tradicional: en términos históricos el criptoarte es embrionario.
Rafael Parra Toro, artista nacido en Venezuela y nacionalizado argentino, exhibe en Decentraland (un mundo finito de 90 mil parcelas de tierra virtual), en OpenSea y Rarible. “La naturaleza de mi obra siempre fue digital: incluso las obras ópticas siempre las hice primero en formato digital y después las llevé a otros formatos”, señala. Consultado por LA NACION sobre la conveniencia o no de vender obras en criptomonedas, dice: “Me sirve más vender en ethereum que en dólares: así como históricamente el peso se devalúa respecto al dólar, se ha demostrado que los dólares se devalúan respecto a las criptomonedas, e incluso las cripto respecto a los NFT”.
Maestros como Gyula Kosice, Rogelio Polesello, Eduardo Mac Entyre, Eduardo Rodríguez, Miguel Ángel Vidal, Perla Benveniste y Bastón Díaz tendrán sus obras NFT disponibles en el metaverso. “También estamos trabajando con artistas emergentes”, señala Felipe Durán, uno de los fundadores de UXart, grupo creativo y tecnológico enfocado en nuevos medios digitales.
En la segunda edición de Diderot Digital Exhibition se incluyen NFT de diez artistas argentinos especialistas en esta tecnología a quienes Stefy Jaugust y Julián Brangold, curadores de la muestra, les pidieron un cruce: mirar desde el arte digital el arte físico. Las obras están a la venta con billetera virtual y se pueden ver en la plataforma Diderot.Art
Agustín Di Luciano, artista argentino que firma como dilucious, fue el primero en alojar una obra en Decentraland. “Central Park wins es una escultura digital donde los árboles del Central Park empujan los rascacielos hacia el mar. Cinco años más tarde, creé un bosque de sequoias gigantes en NFT que se exhibe en Decentraland, pero no está a la venta ni nunca lo estará: es una reserva natural digital”, dice dilucious desde Miami, recalcando su interés por la preservación del ecosistema.
Un caso de arte híbrido también es el de Lorenzo Masnah, artista del Street art que creció entre Bogotá y Nueva York y que hizo grafitis de avatares en Seattle, Los Ángeles, Nueva York, Bogotá, Medellín y Cartagena. Parece paradojal: los propietarios de avatares (monos y pingüinos, entre otras imágenes con estética de dibujo animado) lo contratan para que incluya estas imágenes en murales en la calle. Además, vende la foto con un video y un mapa de la ubicación del graffiti. “El NFT para mí es una ventana de posibilidades que no tiene nada que ver con los gobiernos ni con los bancos”, dice Masnah desde Brooklyn. Por dar un ejemplo de cuánto pueden llegar a cotizar los avatares: un lote con 9 imágenes de Criptopunk se vendió en Christie’s en mayo por casi 17 millones de dólares.
De este nuevo universo, Parra Toro señala un aspecto clave a tener en cuenta: el impacto social de los metaversos, que, a diferencia de la realidad aumentada, suponen una experiencia inmersiva plena. “Es fundamental analizar hacia dónde va a evolucionar la especie cuando nos acostumbremos a la ausencia de contacto físico –dice–. Hoy hay un monstruo enorme de inteligencia artificial sin ética: los artistas tenemos la responsabilidad de visibilizar este problema y más aún los artistas que trabajamos en los nuevos medios”.
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