La vida diaria en el Paraíso
Emanuel Swedenborg (1688-1772), el científico, teólogo y vidente sueco, admirado por Borges, no sólotrazó planos de primitivos aeroplanos, automóviles y submarinos; además predijo con exactitud supropia muerte, la de Pedro III de Rusia y el incendio de Estocolmo. A los 56 años, se convirtió en el vocero de Dios, con el que tuvo algunos diálogos. Habituado a conversar con ángeles y espíritus, describió enLa arquitectura del cielo (Adriana Hidalgo) la existencia después de la muerte y la activa sexualidad celestial. Anticipamos fragmentos del prólogo de ese libro
Una de las primeras paradojas que sorprenden a los estudiosos de la vida de Swedenborg se vincula con el tiempo que le tocó vivir. Es de suponer que quien afirmó tener permanente contacto con ángeles y espíritus, quien mantuvo interminables conversaciones con seres espectrales, e incluso se asumió como un visitante habitual de los reinos celestiales al punto de dedicar las últimas tres décadas de su vida a describirlos como si estuviese promocionando nuevos paraísos turísticos, debe de haber tenido una existencia errática y alucinada. Muy en particular, porque nació y se desarrolló en el núcleo del siglo XVIII, también conocido como la "Edad de la Razón", una de las épocas más frías y deprimentes que registra la historia de la Humanidad. Y sin embargo -por lo menos hasta 1744, cuando tiene las primeras visiones que delatan su crisis espiritual- Swedenborg se destacó como un ciudadano ejemplar, que contribuyó al conocimiento científico con obras dedicadas a diversos campos, desde la mineralogía hasta la filosofía y las ciencias naturales. [...]
El padre de Emanuel Swedenborg fue el obispo luterano Jesper Svedberg, un hombre de enorme predicamento que se desempeñaba como profesor en el seminario teológico. Se sabe que en sus días de monje Martín Lutero vio espíritus y conversó con ellos. Muchos de sus adeptos guardaron severos ayunos y vigilias para lograr también un atisbo del otro mundo. El joven Emanuel tuvo experiencias semejantes y, como escribiera a un amigo en el ocaso de su vida, "desde los cuatro hasta los diez años me dediqué constantemente a pensar en Dios, en la salvación, en las aventuras espirituales de los hombres. Varias veces revelé cosas que maravillaron a mis padres y les hicieron pensar que los ángeles hablaban por mí". [...] Swedenborg no volvió a ver luces u oír voces del mundo espiritual hasta que tuvo cincuenta y seis años. [...]
Estudió en la Universidad de Uppsala, y ya en sus primeras obras dio muestras de poseer verdadero talento poético. No obstante, se consagró principalmente a las matemáticas y la mecánica. Sus asombrados profesores lo vieron simplificar difíciles problemas de cálculo, y más de una vez no pudieron igualar la velocidad con que su genio se adentraba en los laberintos del saber. Ese alumno, de quien los otros estudiantes hablaban en voz baja, les inspiraba un respeto cercano al pavor. [...]
El enamorado inventor
Ha sido descrito como un joven de rostro austero, sin ser huraño; cuerpo bien proporcionado y hermoso, y personalidad atrayente. No puede decirse que fuera aficionado a las alegrías y deportes propios de la juventud, y al encontrar años después a la tímida joven que le inspiró la única pasión de su vida, no supo cortejarla. En lugar de dirigirse a ella, habló con su padre, el distinguido ciudadano Christopher Polheim, y le planteó el asunto como si su amor pudiera ser demostrado con mapas y diagramas. El padre, que consentía de buen grado la relación, hizo al joven Swedenborg una promesa que caducaba a los tres años. Pero la muchacha quedó tan asustada que su hermano logró convencer al pretendiente de que renunciara al proyectado matrimonio. Sin embargo, su amor por ella no se extinguió jamás.
En 1709, cuando tenía veintiún años, se graduó con honores de doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de Upsala. [...] Su padre deseaba que ingresara en la carrera diplomática, pero Swedenborg eligió el camino de la ciencia. Aunque le dieron cartas de presentación para los soberanos de Europa, tranquilamente los ignoró para buscar la compañía de los hombres más sabios de su época, en cuyos hogares se presentó, en ocasiones, sin previo aviso, para solicitar una entrevista. [...]
Christopher Polheim no consiguió que su hija aceptara casarse con Emanuel, pero la profunda admiración que le provocaba el joven hizo que lo compensara de modo no menos halagüeño: lo presentó al rey, que en 1716 le otorgó un cargo en el Colegio Sueco de Minas.
Su función consistía en recomendar los mejores procedimientos por seguir en el usufructo de las minas y la fundición de minerales. [...] Como pensador independiente, sintió la necesidad que tienen los talentos originales y poderosos de descubrir los profundos secretos de la naturaleza. Le eran familiares la fragua y la cantera, el taller y el astillero, las estrellas y el trinar de las aves en la mañana. [...] En él, en suma, se daba la rara combinación de lo práctico y lo bello, de los números y la poesía, del genio inventivo y la aptitud literaria. Era el modelo de enciclopedista inquieto en quien luego se reflejaría Diderot. [...]
Su febril creatividad lo llevó a desarrollar los planos para la construcción de un vehículo mecánico de compleja estructura, un ingenioso artefacto volador y un buque capaz de navegar debajo del mar, anticipándose de esa forma a la invención del automóvil, el aeroplano, el submarino. [...]
En su primera obra filosófica significativa, aparecida bajo el título de Química (1720), rechazaba el concepto newtoniano de la existencia de partículas permanentes e irreductibles de materia y proponía en cambio que todo era esencialmente movimiento articulado de acuerdo con pautas geométricas.
No obstante, su obra más representativa en lo que respecta a estudios filosóficos aparece en 1734, en tres volúmenes y bajo el título general de Obras filosóficas y mineralógicas. En el primer tomo, "Principia", tendía a explicar "los principios de las cosas naturales" en la experiencia, la geometría y la razón, postulando la creación de un "primer punto natural de materia". Este punto primigenio debía su razón a la voluntad divina y era puro movimiento. La cosmología de Swedenborg se fundaba en el concepto de energía, al punto de afirmar que en la actividad está la clave para comprender los tres reinos de la naturaleza, el animal, el vegetal y el mineral. La experimentación moderna ha confirmado muchas de las hipótesis de Swedenborg en este campo. [...] Un voluminoso ensayo posterior, Infinito, asume con mayor vigor sus conceptos filosóficos. El título completo es Bosquejo de un razonamiento filosófico sobre lo infinito y la causa final de la Creación, y sobre el mecanismo de la operación del alma y del cuerpo. En el ambicioso título se ocultaba el intento de Swedenborg por defender la idea de que aun cuando lo finito no podía comprender lo infinito, la razón exigía concluir que el ser humano era el fin de la Creación. [...] El alma, en consecuencia, aunque no fuera posible verla o medirla, era el único vínculo entre Dios y el hombre. [...]
Todos los que lo conocieron, sin importar su clase social, han dejado testimonio de la nobleza de su carácter, de su abnegada devoción. [...] Era el único vidente entre los ciegos; el único que oía entre los sordos; la voz que clamaba en el desierto en un lenguaje que nadie podía entender. Y cuando comenzó a profundizar sus "investigaciones celestiales", tenía entonces más de 50 años, fue visto con creciente suspicacia. Su inexplicable don de la clarividencia le permitía predecir con exactitud desde los hechos más banales hasta su propia muerte o la de Pedro III de Rusia, o el incendio de Estocolmo. Utilizaba indiscriminadamente su capacidad visionaria para solucionar los problemas más pueriles. Las confesiones de índole sexual en su Diario de los sueños (1743-1744) resultaban "chocantes" para quienes pensaban en él con veneración, y en sus textos sobre los espíritus asoman mórbidas fantasías sexuales de carácter un tanto infantil.
Inteligencia ávida y marcada por la paradoja, Emanuel Swedenborg encendió algunas chispas del Romanticismo y de la rebelión espiritual contra los dogmas de la fe. Filosofía antropocéntrica la suya, afirmaba que sólo a través de la Forma Humana puede el pensamiento conocer a Dios y que "todo el Universo se asemeja a un hombre, a quien, por lo tanto, se le denomina Hombre Máximo". Sus narraciones están pobladas de imágenes en las que el aliento del poeta supera con mucho a la mente creadora de esa lógica desconcertante. El lector no puede sino sospechar que las conclusiones morales que Swedenborg infiere de sus aventuras entre los ángeles se parecen más de lo necesario a su propia concepción del bien y el mal. En sus visiones, por ejemplo, los jesuitas son predicadores que gozan seduciendo a los más claros intelectos para conducirlos por el camino de la mentira, o las rameras se convierten en brujas que penan en el infierno. Cabe advertir que en el orden perfectamente estructurado descrito por Swedenborg, no se logra salvar la contradicción del origen del mal en la Creación. Si bien el hombre es el único culpable de sus pecados, también es cierto que el Dios de Swedenborg sólo permite aquello que es útil para Sus designios. Parecería que, al negarse a continuar su búsqueda del conocimiento mundano, Swedenborg se hubiera negado también a reconocer la existencia en la Creación de cuanto le perturbaba. Su concepción de la vida correspondía a la del universo donde hay planetas en los que no se permite la existencia de personas perversas. [...]
Para su alma, la prisión de la carne era naturalmente un sufrimiento intolerable, sin tener siquiera la cercanía tranquilizadora de otras inteligencias iguales a la suya que le ayudasen a llevar su carga. [...]
En septiembre de 1766 escribió a C. F. Oetinger: "Declaro solemnemente que el Señor mismo se me apareció y me ordenó hacer lo que ahora hago. A este fin El ha abierto el interior de mi mente, que es el de mi espíritu, y me ha permitido ver lo que hay en el mundo espiritual y oír a quienes allí se encuentran, privilegio que he disfrutado por unos 22 años". [...]
El pasajero celeste
A los cincuenta y seis años, el caballero Emanuel Swedenborg podía considerar que su existencia era tranquila, hasta feliz. Respetado hombre de ciencias y funcionario de alto rango, había hecho valiosos aportes en el terreno teológico y político, y no existía indicio que permitiera sospechar la crisis en que se vería sumergido y la nueva dirección que a partir de ese momento habría de tomar su vida. Voces ocultas estallaron en un rincón desconocido de su interior, y ya nada volvió a tener certeza. Existe sólo un documento de esa crisis, un diario personal que abarca apenas siete meses, desde el 24 de marzo de 1744 hasta octubre del mismo año. [...]
En su cuaderno de notas Swedenborg acostumbra dar noticias breves y concisas de sus actividades y de las impresiones recogidas en sus viajes. [...]
El cuaderno de pronto se interrumpe en media de una frase sin mayor trascendencia y le siguen varias hojas en blanco. Luego aparece una fecha, un año más tarde de la última anotación inconclusa, marzo 1744. Y una serie de apuntes que contrastan abiertamente con la prosa habitual hasta entonces:
De la juventud y la familia Gustaviana.
De Venecia y sus hermosos palacios.
Del blanco cielo sobre Suecia.
De Leipzig, y los que quedaron bajo las aguas hirvientes.
Sobre los que cayeron encadenados en la profundidad.
Sobre el rey que entregó una costosa cabaña de labriego.
Sobre el peón que soñaba viajar.
Sobre mis escasos placeres.
Apenas una enumeración de los sueños que parecen haber sido significativos para su autor. A continuación, llegaría el auténtico diario. Todas las obras de Swedenborg, tanto las científicas como las teológicas, fueron escritas en latín, la lengua culta de entonces. Cuando emprende la expedición onírica, siente el alivio de poder despojarse del sayo latino. No escribe para un público en particular; de hecho, no se dirige a nadie más que a sí mismo. Por fin es su propio lector. Todo es simple, sin demasiadas explicaciones. [...]
Desde un primer momento Swedenborg considera a los sueños parte de un espectáculo espiritual dirigido por su alma para su guía y crecimiento. [...] En muchos de ellos Swedenborg monta a caballo o viaja en carruajes con caballos de magníficos arreos. En una ocasión aparecen de improviso en su camino enormes molinos de viento, y una de sus aspas lo golpea. El hecho se narra con la misma precisión con que lo hiciera Cervantes en Don Quijote, dos siglos antes. Entre otras peripecias, Swedenborg se balancea en una escalera con el corazón aterrado sobre un abismo sin fin, camina incansablemente por un delgado puente sobre "profundidades y peligros", trepa por una cuerda hacia un destino incierto, lo atacan perros extraños. [...]
Además de caballos y profundidades insondables, otro elemento recurrente en los sueños de Swedenborg es la figura femenina. En la primera parte de su diario, a su llegada a La Haya, consigna que de pronto perdió "el deseo por los demás [...], la pasión central de mi vida". Mágicamente, la "pasión central" queda enterrada y un marcado erotismo comienza a impregnar todo lo que habría de escribir hasta su muerte. En sus sueños, las mujeres ocuparían un lugar predominante, apareciendo en distintas actitudes y bajo todas las formas. [...]
Su alma crea imágenes terribles de todo tipo. [...] Swedenborg lucha contra una gigantesca serpiente de oscuros tonos grisáceos. Un verdugo asa a la parrilla las cabezas que ha cortado durante el día. Eleazar, el hermano muerto de Emanuel, se debate entre dos jabalíes y finalmente es derrotado por ellos: también le comen la cabeza. Lo macabro se funde en el mundo onírico con lo ridículo y hasta lo divertido.[...]
En la madrugada del 7 de abril -el día anterior se había celebrado la Pascua, y Swedenborg había comulgado en una iglesia de La Haya- ocurre un hecho trascendente: en un sueño, se le aparece Jesús cara a cara. El atribulado Emanuel interpreta esa visita como una forma de controlar el modo en que vivía en la Tierra, aunque el breve diálogo que sostienen no permite sospechar semejante conclusión. Jesús sonríe y le pregunta si poseía carnet de salud. Swedenborg, algo desconcertado, responde: "Señor, eso debes saberlo mejor que yo". Y sin embargo, antes de desaparecer, Jesús le dice: "No, no es así". Eso es todo. Las últimas palabras correspondientes al sueño de aquel día son: "Desperté con escalofríos." A esto se reduce el encuentro con Cristo. Un sueño. [...]
La vida en otra parte
Pasó el verano y llegó octubre. El diario termina de modo tan críptico como había comenzado. Un cohete o algo similar -en el siglo XVIII todavía era difícil definirlos- estalla sobre Swedenborg arrojando una hermosa lluvia de fuego. "Amor al Supremo, quizás", es todo su comentario. Luego, el silencio.
A partir de ese momento, su destino parece estar decidido. Bajo el mandato de Dios, comienza una obra escrita que alcanza proporciones monumentales. Empieza por la interpretación formal de algunos pasajes bíblicos, pero pronto comienza a llenar volúmenes que podrían resumirse bajo el título de La vida en el mundo espiritual o bien La vida al otro lado de la muerte. Swedenborg emprende un viaje iniciático por paisajes inexplorados hasta el momento, donde se funden en dosis simétricas la pasión mística con la palabra escrita. Infatigable, con una energía y una capacidad imaginativa poco frecuente hasta el momento, describe la vida de los muertos, sus hábitos y costumbres, sus pensamientos y sensaciones, en definitiva, la organización general de la sociedad celestial. Lo curioso es que lleva adelante este cometido con la precisión con que no podía retratar las diversas urbes terrenales conocidas durante sus viajes. [...]
De acuerdo con el autor, todo lo consignado en sus escritos proviene de una única fuente: los propios espíritus tuvieron la bondad de revelarle sus secretos. Durante sus conversaciones con las almas del más allá, Swedenborg se mantiene en un estado especial que él caracteriza como "en espíritu". Se trata de una gracia concedida durante los días de su crisis onírica, que luego le fue extendida. Gracias a ella, se le permite elevarse y salir de su propio cuerpo y así obtiene el don para hablar con ángeles, almas e incluso el propio Señor.
El cielo moderno
A nadie puede sorprender que, a partir de la obra de Swedenborg, se hable de un antes y después del cielo. [...]
Swedenborg rechazó las nociones abstractas del cielo y desafió incluso la tradicional preferencia por la quietud frente al movimiento, la igualdad frente a la variedad, y la contemplación frente a la actividad. [...] Si el movimiento era la base del mundo natural, debía encontrar un paralelismo -una razón dialéctica- con el mundo divino que esperaba en la esfera celeste. Al negar tanto la posibilidad de un juicio individual como de un Juicio Final en el límite del tiempo, Swedenborg cuestionó la inveterada creencia cristiana acerca de la condición estática del cielo.
Su moderna concepción se define por cuatro características esenciales. La primera, ya esbozada, se vincula con el fino velo que separa al Cielo de la Tierra. Para los justos, la vida comienza inmediatamente después de la muerte. Conceptos como el purgatorio o sueño eterno son negados o bien relativizados. La segunda característica atañe al cielo como opuesto estructural de la vida terrenal, en tanto es continuidad y realización de la existencia. El cielo moderno posee un carácter material que le otorga una cualidad sensible. El deleite de los sentidos, concebido alguna vez como frívolo pasatiempo, se convierte en un aspecto fundamental de la vida eterna. La tercera particularidad consiste en que, si bien el cielo sigue siendo un sitio de descanso eterno, los santos son cada vez más activos, experimentan progreso espiritual y desempeñan sus ocupaciones con alegría, en un entorno dinámico y pleno de movimiento. El viaje hacia Dios no termina con la admisión en el Cielo, continúa por toda la eternidad: Swedenborg entiende el desarrollo espiritual como un proceso infinito. Por último, la primacía del amor divino propia de la visión beatífica, poco a poco es reemplazada por el amor humano, expresado en la preocupación por la comunidad y la familia. Los vínculos sociales -incluyendo las relaciones amorosas entre hombre y mujer, algo inédito en la moral de la época- no entran en conflicto con los objetivos divinos y aun se consideran fundamentales para la vida celestial. Se ama a Dios no sólo directamente, sino a través de la caridad y el amor demostrado al prójimo en el cielo.[...]
El paraje celestial de Swedenborg estaba representado por la modernidad, un cielo que extendía y perfeccionaba las cualidades terrenales, que negaba lo inmutable. El auténtico culto en el cielo significaba "exponer los frutos del amor" a través del trabajo útil. Para Swedenborg -como para otros autores posteriores que también describieron el cielo moderno- el trabajo y la sociedad constituían la base de los placeres celestiales. [...]
A finales del siglo XVIII, Swedenborg se animó a retratar lo que en el XIX sería la idealización de la relación amorosa. Hombre y mujer poseen naturalezas complementarias que coinciden entre sí como las piezas de un rompecabezas. La fusión entre hombre y mujer durante el vínculo sexual constituye uno más de los placeres celestiales. Aun cuando Swedenborg condena la lujuria, como cualquier otro reformista, su abierta postura ante la sexualidad fue única entre los escritores religiosos. De esa forma, desafió tanto la opinión común de su época, según la cual la esposa proporcionaba el estatus y la amante el goce, como el punto de vista religioso, que comprendía el apetito sexual como una deformación causada por el pecado de Adán. La inclusión del amor humano y del matrimonio en el cielo fue el último ladrillo que contribuyó a la modernidad de un Más Allá que sólo espera por sus hijos.