La verdad se oculta en los borradores
Siri Hustvedt, además de ser la esposa de Paul Auster, es una destacada escritora norteamericana de origen nórdico. De visita en la Argentina, se refirió, en este diálogo, a su obra de ficción, influida por la literatura escandinava y por el ritmo de la vida noruega. También habló de Charles Dickens, tema de su tesis de doctorado, al que compara con Shakespeare
Siri Hustvedt siempre termina sus oraciones con una pregunta, "¿No?", como diciendo "¿comprendió?". "Es algo muy nórdico, que no puedo evitar", dice con una sonrisa de disculpas. Y pasa a explicar que en su infancia alternó entre Noruega y un campo en Minnesota "más noruego aún", con un padre profesor de literatura escandinava, perros y caballos con nombres de la mitología ártica y "la certeza de que los vikingos llegaron a América antes que Colón", según puntualmente aclara. "Por supuesto, también heredé la obsesión nórdica -y muy protestante- por el orden y la limpieza. Eso en mi casa, pero también en la literatura, donde necesito de la simplicidad extrema, casi violenta, de las palabras", explica, desde sus casi dos metros de altura y su porte de valkiria.
En su vida, el orden también está violentamente presente. No comenzó a escribir ficción hasta no haber terminado su doctorado (con una tesis sobre Dickens, en la Universidad de Columbia). Entonces se tomó cinco años para escribir su primera novela, La venda (Norma), que fue un éxito editorial inmediato, traducido a 20 idiomas. Aun así, se tomó otros cinco para la segunda, Hechizo de una mujer (Emecé), favorita de Salman Rushdie y que repitió el éxito internacional. Luego vinieron Yonder y, recientemente, What I loved , que en este momento se traduce al castellano. También dictó seminarios de literatura en Columbia y Yale, escribió para diarios y revistas como The Paris Review y The Observer acerca de arte y, sobre todo, de política ("anti-Bush, obviamente. Cuando era chica, creía que republicano era una mala palabra", subraya). Pero todo a su tiempo y sin superposiciones.
"Es que, además, soy muy lenta. Paul [Auster, su marido] publica libros tan rápido que me siento estúpida. Pero, al mismo tiempo, creo que si uno se muere con cinco trabajos de los que no se avergüenza demasiado, no está tan mal", agrega, con la seguridad que le confiere haber sido repetidamente calificada como una de las escritoras más interesantes de su generación.
Hustvedt visitó la Argentina acompañando a su marido, que fue la figura estelar de la Feria del Libro. Pero asegura que, en términos literarios, nunca sintió el peso de ser "la mujer de". "Sólo le envidio su rapidez para escribir", confiesa en diálogo con LA NACION.
-¿Por qué es tan lenta para escribir?
-Porque tengo una tendencia a escribir sobre temas de los que no entiendo y quiero que salgan perfectos. Escribo muchísimos borradores que termino tirando, porque siento que no he ido suficientemente lejos. Me cuesta llegar al clímax de la narración, tengo temor de pasar ciertos límites, los que se necesitan romper para lograr una buena historia. Para ser exacta, me toma cuatro años. En el quinto lo logro y puedo terminar el libro. No me gusta escribir de nada que no sea un desafío emocional. Yo sé que hay una verdad oculta a la que quiero llegar y trabajo como una escultora, sacando de a poco los pedazos de mármol que sobran para llegar a ella. Creo que así es el trabajo del escritor. Paul lo hace de un saque y termina el libro. Yo soy más miedosa.
-¿Cree que un psicoanalista solucionaría sus temores literarios?
-Me pasé la secundaria leyendo a Freud y todavía leo mucho sobre el tema, especialmente a Melanie Klein y la escuela inglesa. Incluso consideré seriamente ser analista como profesión, pero después pensé que los que tenemos un interés intelectual en el tema no necesariamente somos los mejores para ayudar a otros. Ahora, como escritora, creo que todo brota del subconsciente y que la escritura no es más que un trance que hay que sacudirse un poco para que las cosas sean entendibles.
-¿Qué otras cosas afectan su escritura, además del subconsciente?
-Aunque nací en Estados Unidos, en casa sólo se hablaba noruego. Además, cuando tenía cuatro años nos fuimos por un tiempo a Noruega y alcanzó para que me olvidase completamente del inglés. Luego volvimos a Minnesota y entré de lleno en la cultura americana. Hoy sueño y escribo en inglés, pero la lengua materna me dejó una marca. La simplicidad y, sobre todo, el ritmo de mis novelas son nórdicos.
-Sus libros suelen hablar de chicas rubias de Minnesota, muchas veces de ascendencia escandinava. ¿Puramente autobiográfico?
-En el primer libro, eso fue llevado al extremo: la protagonista hasta se llama Iris, que es mi nombre al revés. Yo creo que un primer libro siempre representa el alter ego del escritor, aunque nunca me pasaron las cosas que ahí relato.
-Sus heroínas siempre están a la búsqueda de una identidad.
-La búsqueda de identidad es una constante, pero que a la vez siempre cambia en su forma. Creo que esto tiene que ver, sobre todo, con la superposición de realidad y ficción que es la vida, y que pocos abordaron de manera tan aguda como Borges. Vivimos inmersos en una ficción cultural, que Marx llamaría ideología. Yo no la llamo así porque no soy marxista y, sobre todo, porque para Marx ésta era algo superfluo, mientras que para mí, las ficciones culturales en las que vivimos se vuelven parte de cada uno de nosotros.
-¿Alguna vez tuvo un bloqueo para escribir?
-Tuve uno muy fuerte cuando era joven y marcó mi tránsito de la poesía a la prosa. Mientras era estudiante escribía muchos, muchísimos poemas, leía poesía todo el tiempo, me rodeaba de imágenes de los grandes poetas. Quería ser recordada como una Poetisa con mayúscula. Un día miré lo que escribía, me di cuenta de que era un delirio y eso me causó tal depresión que no pude escribir más. Un profesor que yo admiraba mucho y al cual le gustaba mi trabajo me dijo entonces que hiciera escritura automática, como los surrealistas. Me pasé la noche escribiendo treinta páginas y los siguientes tres meses corrigiéndolas. Salió un libro pequeñito pero en prosa. Finalmente había encontrado un estilo con el que me sentía cómoda y que mantuve hasta ahora.
-Su favorito sigue siendo Dickens, el tema de su doctorado en literatura...
-¡Es que Dickens es como Shakespeare! Nadie pudo superarlo en el uso del lenguaje y la metáfora para reflejar temas filosóficos y el modo en que se construye una identidad. Todavía leo Great Expectations dos horas por día y sigo estudiando el tema. Alguna vez me gustaría escribir sobre la increíble manera en que se anticipó, en el tratamiento de problemas absolutamente modernos, a ciertos autores como Kafka y Beckett.
-¿Y qué opina de las adaptaciones cinematográficas de las novelas de Dickens, que las trasladan al mundo contemporáneo?
-En ese sentido también, creo que él era como Shakespeare. Cualquiera que los haya estudiado un poquito sabe que habrían estado encantados con que la gente actualizara sus obras ...¡siempre que pagasen los derechos de autor!