La valija colorada de Victoria Ocampo
Después de la muerte de la escritora, se quemaron, por su expreso deseo, ciertas cartas, carpetas y manuscritos. A esa autocensura, escaparon borradores de su Autobiografía, que aún hoy se conservan
Calurosa mañana de verano en San Isidro. Sube lento el humo, empujado contra las ramas de la añosa arboleda de Villa Ocampo, por una leve brisa que viene del río. El fuego consume lentamente la pila de papeles, mientras un grupo de personas observa la escena: están allí Matilde Díaz Vélez, la administradora de Victoria en los últimos años de su vida; Josefina Dorado, prima de las Ocampo, que por entonces vivía en lo de Angélica Ocampo, a quien representaba en ese momento, y todo el personal de la Villa. Horas más tarde, en los terrenos del Bajo, pertenecientes a Angélica, se quemaba toda la documentación referida a la enfermedad que había postrado a Victoria.
Poco después de la quema, Díaz Vélez escribió a Angélica: "Te agradezco la confianza que depositas en mí y que me honra, así como me sentía orgullosa de la incondicional confianza que me demostraba Victoria, a la cual traté siempre de responder con mi leal saber y entender, alentada por el gran cariño y la enorme admiración que sentía por Victoria" .
En el último tomo de su Autobiografía , refiriéndose a su elaboración, Victoria dice: "Hay otros [días] en que estas páginas cuyo número ya es considerable me pesan sobre la conciencia y me digo: sería necesario quemarlas". Allí, en el jardín de su casa, se estaba cumpliendo su voluntad: las carpetas con los primeros manuscritos y hojas dactilografiadas de su Autobiografía desaparecían junto con otros papeles. María Renée Cura, ex presidente de la Fundación Sur, creada por Victoria Ocampo, sostiene que, junto con éstos, se quemaron las cartas que le había escrito Julián Martínez y una nutrida correspondencia referida a problemas financieros de editorial Sur.
La Autobiografía
Hay quienes afirman que, al publicarse post mortem aquella biografía, fue purgada por los editores. Nada más lejos de la realidad. Victoria era consciente de que su personalidad despertaría, tarde o temprano, la curiosidad de los biógrafos y la espantaba la idea de que se vieran obligados "a llenar los huecos, a inventar, a suponer, a imaginar". Por ello, su propósito fue hacer "como una confesión general" , pero también "tomar la delantera a posibles biografías futuras, con una autobiografía explícita". Tan explícita como ella quiso que fuera y tan velada como se lo propuso.
Monseñor Eugenio Guasta conoció los borradores iniciales de estas memorias. Un verano, entre 1963 y 1967, siendo huésped de Villa Victoria, junto con María Luisa Bastos, por entonces secretaria de redacción de la revista Sur , la anfitriona les leyó parte de lo que constituiría el primer tomo. En 1969, nuevamente en Mar del Plata, las empleadas de la casa, Pepa o Avelina, llevaban a Guasta, junto con el desayuno, carpetas con borradores manuscritos o mecanografiados, en castellano o en francés, nuevo material de la Autobiografía . Una mañana, llegaron acompañadas de una nota, escrita en papel con membrete de la Villa que, refiriéndose a Eugenio D Ors, decía: "Gracias por haber leído atentamente este último y copioso testimonio. Creo que habría que suprimir detalles y cosas (las que no me conciernen y a veces las que sí). Además, temo dar la impresión de ser [aquí, un nombre propio masculino, que se omite] que cree que todas se enamoran de él. Pero he dicho menos de la verdad, a menudo. Hasta luego, V." . En efecto, no hay referencias a D Ors en la versión édita.
Ya de regreso en San Isidro, Victoria volvió a convocar al amigo en abril de ese mismo año; durante un fin de semana continuó leyendo lo que Victoria iba enviándole temprano por las mañanas. Y en otra nota, guardada hasta hoy, le dice: "Creo que en este tomo estabas. Faltan ahí muchas cartas de Drieu (me escribió mucho y durante años) que son toda la historia de su generación. Pero me gustaría que leyeras eso hasta el final hoy. ¿Puedes quedarte hasta mañana a la mañana? V." . Esa fue la última lectura que él hizo de los primitivos textos escritos por Victoria y la última nota recibida; hubo otras del mismo tenor que no se han conservado. Guasta no volvió a leer la Autobiografía hasta que ésta fue publicada, pero sostiene que el texto édito es mucho más breve que el que él había leído; faltan, además del de D Ors, otros episodios, como uno referido a Leonard Elmhirst, secretario de Tagore, que luego Victoria consideró inconducente y suprimió. Lo que Victoria había silenciado -y hoy se conoce a través de otros escritos- estaba referido a una entrevista en Villa Ocampo en la cual Elmhirst interpretó que la escritora intentaba seducirlo. Eugenio Guasta recuerda haber oído de labios de la escritora otros relatos -algunos de los cuales la habían herido o perturbado en su momento- que también suprimió en el texto definitivo.
El archivo Sur
Ordenar y catalogar un archivo personal supone el desafío de aproximarse lo más posible a la psicología del propietario; qué guardó, cómo lo guardó, dónde lo hizo y por qué son preguntas que se plantean al catalogar los distintos tipos de documentación; más difícil resulta determinar el qué y el porqué de lo que falta. Es importante intentar descubrir la lógica del propietario a fin de respetar los principios que lo guiaron en su orden y en la guarda documental.
Hace dos años, la Fundación Sur comenzó a ordenar el archivo de Victoria Ocampo; previamente hubo que leer la Autobiografía y las biografías existentes para tener una idea aproximada respecto de su vida, de sus intereses y, en lo posible, de sus sentimientos. El diálogo con quienes la habían conocido fue provechoso: anécdotas y testimonios personales fueron de la mano de innumerables preguntas. Comenzó luego el inventario y posteriormente, la catalogación: fotografías, libros, papeles personales y cartas, recortes periodísticos, contratos de autor y un sinfín de otros documentos, que era preciso ordenar "sin desordenar". Un ejemplo de la lógica de Victoria Ocampo como propietaria son algunos álbumes fotográficos, como el de la visita de Indira Ghandi a Buenos Aires; la coherencia interna es allí evidente, pero resulta menos clara en otros, como en uno pequeño con fotos de diferentes etapas de su vida y de distintas personas, todo ello con anotaciones de su puño y letra; en este caso el ordenamiento corresponde a una esfera más personal, más íntima y, por tanto, más difícil de desentrañar, aunque, huelga decirlo, la estructura que ella le imprimió ha sido respetada en su totalidad. Las cartas escritas a sus hermanas desde Europa en el año 1946, que la Fundación publicará en breve, fueron halladas dentro de una caja, totalmente separadas de cualquier otra documentación, lo que demostró que poseían un especial significado. En una de esas cartas Victoria pidió a sus hermanas que las conservaran pues eran el único testimonio que poseía de ese viaje.
Especial interés reviste la masa documental que se conservaba en una valija colorada de cuero, con las iniciales V. O. estampadas en el frente. Tenía para ella un significado en sí misma, pues la había acompañado en innumerables viajes; el contenido de esa valija debía ser tan caro a su persona como el recipiente. Guardaba los borradores mecanografiados de su Autobiografía , en algunos casos hasta tres o cuatro copias, algunas en francés y otras en castellano. Aunque esos borradores esperan al experto que compare y ordene las diferentes versiones de cada tomo, puede adelantarse que existen entre ellas diferencias importantes. Cada copia posee distintas anotaciones manuscritas, palabras tachadas -algunas totalmente ilegibles-, aclaraciones y esa peculiar forma de recomponer el texto de la hoja que sólo comprenderán aquellos que alguna vez utilizaron la máquina de escribir: recortando la parte útil y pegándola sobre otra en blanco.
La preocupación y el pudor
Entre los borradores de la valija colorada está la versión definitiva de la Autobiografía . Los papeles atestiguan que la misma escritora realizó una minuciosa preparación del texto por editar: fotos agregadas en algunas páginas, indicaciones sobre tal poema o tal carta para acompañar el texto, las últimas correcciones de su puño y letra o alguna portada en que se lee "traducido del francés por la autora".
En ellos aparecen, como en la versión édita, las iniciales para referirse a numerosas personas, prueba de ese pudor que la guió y que le hizo decir "Al haber escrito y destruido muchas cartas, había guardado el borrador (cosa que no hago habitualmente)" . Así como destruyó los negativos de todas las fotos que se conservan, hizo desaparecer casi todas las cartas de su autoría. Prueba también ese pudor y la autocensura que ejerció sobre sí misma la existencia en el Archivo de numerosas fotografías en las que ella ha tachado su cara, dejando al descubierto sólo sus ojos.
Su Autobiografía se desarrolla desde su infancia hasta la década del treinta, aproximadamente; falta allí una parte importante de su vida y de su obra. Victoria ha contado en ella lo que deseaba contar y cualquier lector encontrará allí muchos episodios, algunos de los cuales no la dejan del todo bien ante los demás, pero también ha callado o ha suprimido detalles, especialmente referidos a terceros. A Victoria Ocampo no la censuraron otros, basta con la censura que ella misma imprimió a sus actos, a sus fotos, a sus escritos y a una parte de su vida.
La autora, licenciada en Historia, es directora de catalogación del Archivo Sur.