La última tarde de Borges en Buenos Aires
El 28 de noviembre de 1985, el escritor dejó la Argentina para siempre; recuperamos la crónica del día en que una muestra de primeras ediciones fue la excusa de su última aparición pública y el encuentro final con Adolfo Bioy Casares
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Hace poco más de treinta y cinco años, Jorge Luis Borges se reunía con algunos amigos y admiradores en una pequeña librería de Buenos Aires en lo que se convirtió en una impensada despedida de su ciudad natal. Al día siguiente, 28 de noviembre de 1985, partiría para Italia. El pretexto de la reunión fue una exposición de todas sus primeras ediciones, única realizada en vida del autor y con su presencia.
La preparación generó una serie de conversaciones telefónicas siempre a las 10 de la mañana como lo pedía Borges. A la hora señalada él mismo atendía el teléfono: “Buen día Casares ¿son las diez de la mañana?”. Al principio me dijo que, como Oscar Wilde, el prefería las segundas y terceras ediciones. También me dijo que no le pidiera sus primeras ediciones porque él no las conservaba y se “sorprendió” de que alguien las coleccionara. En el correr de los días en que fuimos ajustando los detalles de la exposición, me dijo que prefería no poner los libros de su Index personal: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928). Le dije que se trataba de un homenaje y que no haríamos nada que no le gustara. A los pocos días me dijo “si tiene mis libros prohibidos póngalos porque a la gente le gusta verlos”, allí estuvieron junto a todas sus obras. Eligió el día miércoles 27 de noviembre para la inauguración y ante su comentario de que al día siguiente viajaría a Europa, le sugerí hacerlo antes pero no quiso cambiar la fecha. Por fin llegó el día. Antes de la hora convenida llama Borges “¿Qué espera para venir a buscarme?” Al momento salió Marta, mi mujer, a buscarlo a su casa de Maipú 994 y traerlo a la librería, en esos días en Arenales 1723. Se detuvo en la puerta y recitó de memoria casa por casa, frente por frente toda la cuadra de Arenales entre Rodríguez Peña y Callao, haciendo alarde de recuerdos de sus proverbiales caminatas por las calles de Buenos Aires, ciudad a la que le cantó desde su primer libro, Fervor de Buenos Aires, en 1923.
En la tarde luminosa y cálida, el pequeño recinto se inundó con la presencia del poeta. Sin discursos ni apologías, se reencontró con su amigo Adolfo Bioy Casares a quien entonces no frecuentaba con tanta asiduidad , firmó libros que le acercaban, haciendo comentarios sobre cada uno: Historia universal de la infamia, “Pensar que cuando escribí este libro no sabía qué era la infamia. Después la vida me lo enseñó”. Departió amable y animadamente con los presentes. Con Bioy, sin disimular la alegría del encuentro, retomó conversaciones sobre palabras de libros en preparación: “Estoy escribiendo Planes para una fuga a Carmelo, ¿vos pondrías a o al?” “Sabés que soy muy antiguo, yo pondría al Carmelo” contesta Borges. El cuento se publicó en Historias desaforadas (1986) como Planes para una fuga al Carmelo. Finalizando la reunión dijo sencillamente “mañana viajo a Italia donde pasaré la Navidad y luego iré Ginebra a morir”.
Creo que ninguno de los presentes le dio la real dimensión a sus palabras. Nadie podía pensar que Borges no fuera inmortal. Conocía su enfermedad y había elegido “una de sus patrias” para esperar la muerte que le llegó unos meses después, el 14 de junio de 1986. Sin que nosotros lo advirtiéramos, Borges nos estaba regalando la despedida de su ciudad amada en una librería, una pequeña librería, entre amigos y libros.
*El autor es librero anticuario
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