La tumba y sus signos
Escrituras últimas, el estudio de Armando Petrucci, analiza los sentidos y los diversos modos de uso de los monumentos funerarios desde la antigüedad hasta el presente
"Podríamos hacer la historia de la humanidad con la ayuda de las tumbas". El epígrafe de Viollet- le- Duc que inaugura el libro de Armando Petrucci Escrituras últimas. Ideología de la muerte y estrategias en el mundo occidental es cierto: hasta la lápida muda y solitaria habla. La tumba vive a través del epitafio, esa escritura parlante que, mediante su fórmula: "Detente, caminante", lo invita a reflexionar sobre la brevedad de la vida. El epitafio, esa mínima moraleja, cuenta en pocas líneas una vida: el nombre, la fecha de nacimiento y la fecha de la muerte. Una fórmula cuyo origen se remonta a Grecia en el siglo V a. C., que se llamó "el derecho a la muerte escrita".
La novedad del libro de Petrucci, con la seriedad que acompaña a este autor, son los géneros secundarios a las escrituras últimas. Su libro lo condensa de manera magistral en los capítulos "De la piedra a la página" y "Los libros y las lápidas". El libro describe los distintos espacios en los que se va a escribir e inscribir una política de la muerte. Enumeraremos algunos de los temas de esta política, sin seguir ni un orden cronológico ni histórico, dado que el libro, en su argumentación y en sus fuentes, responde ampliamente sobre estas cuestiones.
Cuenta Petrucci que en el año 469, Sidonio Apolinar vio a unos ladrones que trataban de profanar la tumba de su abuelo y que, habiéndola encontrado privada de cualquier signo de identificación, hizo colocar unos versos suyos. Entonces le previno a su hijo: "Hay que cuidar que el lapidario no cometa errores, porque sea cual sea la causa, el malévolo lector me atribuirá la responsabilidad a mí más que a él".
La epigrafía funeraria va del laconismo más extremo, los datos a secas, a leyendas más extensas. En las estelas individuales, el exceso de escritura era considerado inadecuado. Tiene a través de las distintas épocas un modelo gráfico. Esto afecta a dos cuestiones: el espacio y la caligrafía. Hay epitafios que muestran una secuencia articulada, otros que la cortan desarticulando la legibilidad del texto. El agregado de la imagen como símbolo da lugar a una figura combinada. El orden y la disposición del texto cumplen la función de agregar o de ahorrar espacio en la estela. (En términos modernos, un diseño de una página web. No olvidemos que ya existen los epitafios virtuales comprados hasta la eternidad.) El retrato sobre la lápida es una forma duplicada de la identificación del muerto. Una memoria visual. El retrato, más tarde la fotografía, son, por un lado, el doble del muerto y, por otro, una imagen que asegura una marca indeleble de la memoria.
Los mártires son los difuntos más escritos. En las catacumbas romanas -desde la segunda mitad del siglo III- del universo sepulcral cristiano, se escriben los nombres propios de los difuntos que quieren yacer cerca del cuerpo santo. Una inscripción escrita con las propias manos mediante la incisión directa en la piedra. Petrucci agrega que existieron "escribientes para otros", escribas que eran los custodios de las áreas cementeriales. El mensaje eran fórmulas estereotipadas que debían entrar en el aura exacta que irradiaba el cuerpo del santo.
El primer monumento funerario en que el cuerpo del difunto se separa del sepulcro (los muertos en el mar, en tierras extrajeras, el soldado desconocido) es el cenotafio donde los cadáveres ausentes encontraban una memoria conmemorativa. En tiempos actuales, los genocidios dieron lugar a museos de la memoria donde hay placas en las que están inscritos los nombres de las víctimas cuyos cuerpos han desaparecido.
En la historia funeraria también van surgiendo otras formas de conmemoración escrita que no están de un modo inmediato ligadas al cuerpo del difunto, como los obituarios, las necrológicas y los recordatorios. Una de las instituciones de la política de la muerte era la plegaria, que podía ser oral o escrita. Como la masa de los muertos excedía la memoria de los vivos, se comenzaron a escribir los obituarios y los registros escritos. Dado que esas listas eran muy extensas y era imposible en las ceremonias litúrgicas de la iglesia dedicar una plegaria a cada difunto, se crearon los llamados calendarios litúrgicos, donde se leían sólo los nombres. La memoria conmemorativa extendió el espacio del epitafio, que se desplazó a las necrológicas, los obituarios, los registros de los difuntos hasta llegar a los archivos de las bibliotecas. En este pasaje de la piedra al libro el escultor es sustituido por el amanuense.
Los monumentos funerarios tomaron un "desvío" profano y se produjo un pasaje de una iconografía más sobria y clásica a una decoración teatral. Las escenografías fúnebres del cementerio de Génova muestran a dos amantes que, en poses operísticas, parecen despedirse en este mundo para encontrarse en el más allá. En esta devoción enmascarada surgen elementos casi de utilería fúnebre. Una decoración barroca con cintas, telas y cartelas.
Las pompas fúnebres se llevaban a cabo a gran distancia del lugar de la muerte. Se realizaban in absentia del cadáver del difunto. Una descripción anónima de los funerales del Papa León XI en 1605 ilustra la ceremonia: "En los ánimos de todos tanta piedad mezclada con exagerado honor provocaba, en cierta manera, el llanto, que expulsaba hacia afuera con viva fuerza amargas lágrimas y profundos suspiros".
La escritura epigráfica fúnebre puede disponer de la piedra, el mármol o el papel, distintos soportes materiales que se resumen en una frase de André Gide: "Escribir es poner algo a salvo de la muerte".
Escrituras últimas
Por Armando Petrucci
Ampersand
Trads.: Teresa Espantoso Rodríguez y Renée Ghirardi
262 páginas
$ 180
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