La triple vida de Valentino, el caballo que deja la ciudad para ir al campo
Concebido para integrar el monumento de Víctor de Pol instalado hace más de un siglo en el Congreso, fue recreado por Alexis Minkiewicz para una muestra en La Boca y se volverá inmortal en medio de la naturaleza
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Era chico cuando viajaba a la capital en la línea 37, y miraba por la ventanilla hacia la cúpula del Congreso de la Nación. Hace más de dos décadas, Alexis Minkiewicz ya soñaba con crear esculturas monumentales como aquella realizada a principios del siglo XX por el inmigrante italiano Víctor de Pol, que representa a la triunfante República encarnada en una mujer que conduce un carro tirado por cuatro caballos.
“Esta pieza me mostró que uno nunca puede planificar tanto lo que sucede”, dice ahora a los 33 años este artista santafesino, parado junto a una escultura de bronce de tres metros de ancho por tres de alto y 700 kilos de peso, que recrea uno de aquellos caballos. La hizo por encargo de Elena Bonatti Rocca, una coleccionista que se enamoró de otra muy similar realizada por Minkiewicz en arcilla para la inauguración del museo MArCo de La Boca, hace dos años. Y le propuso crear otra versión en bronce como regalo para su primer nieto recién nacido, que se llamara como él: Valentino.
Antes de que la obra estuviera terminada, en febrero último, Elena murió de cáncer. Pero dejó todo organizado para que el proyecto continuara. “Libertad” se llama la calle del galpón de la Fundición Bucchhass, en Florida Oeste, donde Valentino espera ahora el traslado que lo llevará la semana próxima al campo de su dueño en Corrientes. Queda cerca de Curuzú Cuatiá, ciudad a la que Elena donó hace dos años un centro oncológico que le demandó una inversión de 15 millones de dólares.
“Esas cosas pasan en las películas, ¿no? Que una coleccionista decida regalarle un monumento a su nieto recién nacido. Elena era hija de italianos y creo que tenía en la sangre esa percepción del arte y del viejo concepto de mecenazgo”, dice Minkiewicz, emocionado con este “proceso cíclico de vida y muerte”. No sólo el que conecta a Elena con el pequeño Valentino sino también el que le dio una tercera existencia al caballo, que por fin podrá dejar la ciudad para vivir en la naturaleza. Se instalará en el jardín, sobre una plataforma junto a la casa, en medio de un rosedal blanco.
Gracias al bronce, allí volverá a ser inmortal como la pieza original del Congreso. La que fue creada para la muestra del MArCo había sido realizada en arcilla y acompañaba una versión de la mujer esculpida por Víctor de Pol, pero en cera y colgada cabeza abajo. Con esos materiales se hacen, respectivamente, los bocetos y los moldes para las esculturas de bronce, y en ese caso cumplían la función de “humanizar” un ideal. “Es una mudanza simbólica de la República a La Boca, en la cual lo político ya no es un ideal distante, sino que tiene que ver con cómo se negocian los deseos”, explicó el artista a LA NACION entonces, antes de que la obra fuera comprada por un coleccionista.
Otro aspecto clave de esa “reencarnación” fue su connotación erótica: con una expresión de éxtasis en el rostro, la Rep(úb)lica de Minkiewicz miraba al caballo, recostado con las patas abiertas sobre una cama que reproduce la trama de las rejas del Congreso. “Perdió los laureles, las riendas, el carro y tres de sus caballos”, explicó el curador de esa instalación, Leandro Martínez Depietri. Y agregó que, al igual que el caballo creado por Claudia Fontes para la Bienal de Venecia de 2017, este animal alude a “un juego de dominación”.
Ese factor no detuvo a Elena, psicóloga ítalo-argentina y osada coleccionista, que ya poseía obras de grandes artistas como León Ferrari, Robert Mapplethorpe, Guillermo Kuitca, Candida Höfer y Roberto Aizenberg. “En plena pandemia, me preguntó en qué estaba trabajando –recuerda Minkiewicz-. Yo le comenté que estaba con la intención de pasar a bronce una maqueta de la obra Rep(úb)lica. ‘¿Y si la hacemos en tamaño real?’, me preguntó. Para mí era imposible pensar en una pieza de semejante porte, pero ella insistió en la idea. Me preguntó también por el título, le dije que no lo había decidido aún, y quiso saber si podría llamarse Valentino como su nieto que acababa de nacer. Le dije que me parecía un gesto de amor infinito”.
Así, mientras Elena supervisaba el proyecto por WhatsApp desde Uruguay, el caballo fue tomando forma en el galpón de los hermanos Rodolfo, Ricardo y Roberto Buchhass, tercera generación de fundidores. Allí nacieron también por ejemplo esculturas de artistas como Ernesto de la Cárcova, José Fioravanti, Alfredo Bigatti, Líbero Badíi, Antonio Pujia y Marta Minujín. “No sabés las veces que vine acá”, dice Jessica Trosman, que lanzó hace unos años una colección de accesorios con Luna Paiva “horneada” en el mismo lugar, durante una visita especial con artistas, curadores y coleccionistas convocada hoy por Minkiewicz para presentar -y despedir- a Valentino.
Faltaba Elena, claro, que nunca llegó a ver la obra en persona. La noticia de su muerte dejó paralizado a Minkiewicz, justo cuando acababa de terminar la pieza en yeso. “Sentí que algo de ese sueño compartido se interrumpía -explica-. Sin embargo, seguimos el trabajo y de algún modo me dejó tranquilo entender que en la escultura existía también una idea de continuidad: Elena se había ido, pero Valentino, su nieto, y Valentino, la obra, estaban naciendo. Algo de toda esa energía se impregnó en este proceso. Valentino se va a emplazar en el campo con el gesto que lo define, y con toda esa vida que trasciende la materia”.
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