La soledad en tiempos de coronavirus: el abandono y el lujo de estar con uno mismo
La antropología y la filosofía estudian la historia de la soledad, que cambió de signo para volverse negativa, y los problemas emocionales que plantea el actual y obligado aislamiento
Una plaga silenciosa, otra pandemia, la enfermedad del siglo XXI: así nos referimos a la soledad en epocas donde millones de personas que, aisladas para evitar la propagación del Covid 19, se sienten solas y abandonadas. Sin embargo, para la historiadora inglesa Fay Bound Alberti, el concepto de soledad como algo negativo aparece recién en el siglo XIX. Antes no significaba carencia o abandono, dice en su libro Una historia de la soledad, cuyos conceptos son revisados por filósofos, antropólogos, psicoanalistas e historiadores a la luz del actual confinamiento obligatorio vigente en diferentes países.
En inglés, loneliness, soledad, surge cerca del 1800. Anteriormente la palabra más cercana era oneliness, simplemente estar a solas, la cual no implicaba añorar estar con alguien. Oneliness era como solitude, del latín solus, que significa "a solas", es decir un espacio de reflexión, para estar con dios, o con pensamientos íntimos. "Sin embargo, uno o dos siglos después, el uso de soledad, cargada con asociaciones de vacío y falta de conexión social, va mucho más allá que estar a solas", dice Fay Bound Alberti.
¿Qué pasó? Una concepción del individuo que comenzó en el siglo XIX, vinculada a la industrialización, el humanismo secular, a la invensión del amor romántico, y a la experiencia urbana, puso énfasis en las emociones relacionadas con el abandono, la soledad, ideas que persisten fuertemente en el siglo XXI.
Si bien esta teoría abre un espacio de reflexión importante, también puede ser sometida a crítica, advierte Javier Moscoso, Profesor de Historia y Filosofía de las Ciencias del Centro de Ciencias Humanas y Sociales de Madrid. "Es fácil encontrar ejemplos contrarios, comenzando por la propio relato mítico de la creación de Eva, a decir del Génesis, en donde se nos cuenta que Adán se sentía solo", dice el especialista en una entrevista con LA NACIÓN desde España, donde reside.
A lo largo y ancho de la historia hay innumerables conceptualizaciones de la soledad que no dependen de una comunión teológica con Dios, sino con un problema de naturaleza emocional. Pensemos por ejemplo en Góngora, Quevedo, Sor Juana Inés de la Cruz, o en Montaigne, que se hace eco, sobre todo, de las reflexiones de Séneca en las Cartas a Lucilio, agrega.
"Como otros muchos académicos provenientes de la geopolítica anglo-americana, Fay Bound Alberti cuenta una historia muy poco global, que se desentiende de lo que sucede, no ya en la cultura del Oriente, sino de lo que ocurre en otros lugares y territorios europeos. No hace falta haber leído las Soledades de Góngora para darse cuenta de que la soledad es una emoción que los seres humanos han experimentado de manera general a lo largo y ancho del planeta y de la historia", añade Moscoso, al tiempo que rescata de su par inglesa el hecho de que apunta a una modulación de la soledad esencialmente contemporánea, ligada no tanto al aislamiento como al abandono.
Filosofía del mundo actual
Es decir que, no solo es posible, sino también necesario hablar de la soledad del siglo XXI como una gran epidemia. "No estamos solos, pero muchos se sienten solos porque perciben, con razón o sin ella, que han sido abandonados, que no participan del juego social, que han sido desterrados de las decisiones políticas o de las culturas afectivas", dice el historiador.
¿Cuál es entonces la concepción que se tiene desde la filosofía de la soledad en el mundo actual? En primer lugar es necesario revisitar la categoría o idea de "acedia", en el sentido de la apatía que aparece en Grecia clásica, y que será condenada en la Edad Media en tanto indolencia, desgano, incapacidad de conectar con el otro, y se transforma en un pecado, explica Cecilia Macon, docente de la Universidad de Buenos Aires, especializada en Teoría de los afectos.
A partir del siglo XX la idea de "acedia", cercana a la de melancolía, comenzó a pensarse no solo como parálisis, sino como un momento de retraimiento para volcarse sobre el mundo de manera renovada. "En estos momentos no estamos pudiendo, o no queriendo, hacer ni una cosa ni la otra. Ni la soledad como depresión, ni tampoco como un retiro del mundo para ver las cosas de otra manera", señala Macon. En cambio, se vive en una experiencia de radical incertidumbre, "de ansiedad, donde se disuelve cualquier relación previsible con una temporalidad", explica.
Sin embargo, la soledad se ha vuelto ubicua, y en varios países es una cuestión de Estado. En el 2018 el Reino Unido designo un Ministro para la Soledad. A pesar de ello no es una condición universal, advierten los expertos en antropología. Desde el inicio de la historia de la humanidad, el ser humano vivió en grupo. No había división entre lo público y lo privado. Según la antropóloga de la UBA Gabriela Grinfeld "las posibilidades de vivir en soledad están dadas por las estructuras sociales y económicas que lo hacen factible. Es decir que para ciertas clases es un problema, especialmente en las grandes ciudades, o en la burquesía donde se puede vivir solo y autónomamente, pero no es así en muchos otros grupos en los cuales se hace imposible subsistir en soledad".
¿Un privilegio femenino?
¿Entonces, cómo se construye la soledad, o la privacidad, en ámbitos donde millones de personas viven hacinadas, donde estar a solas muchas veces se convierte en un lujo? Para Grinfeld, contrariamente a lo que se piensa, lo interesante de esta nueva era es que algunos logran construir su mundo propio a través de las redes sociales, donde pueden conectarse con quienes quieran y donde quieran.
En cuanto a los vínculo,s el confinamiento ha generado, de manera abrupta e inesperada, nuevas formas de estar juntos, que son también nuevas formas de estar solos. Formas no exentas de conflictos como, por ejemplo, los que sufren las mujeres abrumadas por tareas domesticas, de cuidado, de carácter laboral, etc. "Esto genera, paradójicamente, cierto deseo inconfesable por la soledad, inconfesable pero que en este contexto excepcional está comenzando a ser dicho, que nos enfrenta a afectos conflictos y superpuestos entre sí, amor y rechazo, a veces indigeribles", dice Macon.
Este deseo oculto de estar sola proviene del hecho de que la soledad es más del orden de lo femenino que de lo masculino, opina la psicoanalista de la UBA, Liz Spett. En la mujer la soledad es un placer debido a que "el anclaje a la fantasía es su verdadero partenaire, y en la literatura hay innumerables ejemplos de ellos". Spett, quien también es escritora, da como ejemplo a Virginia Woolf, cuando reclama un cuarto propio, hasta Madame Bovary que hace todo por sus propios medios, pasando por Emma Zunz cuando planea la venganza sola, o Sor Juana que se contacta con Dios, y hasta Clarice Lispector que, mientras el marido no está, y los chicos no están, se queda en su casa pensando. "En Lispector, ese es el recreo, su goce, es raptarse a si misma", señala. De ese modo la mujer es dueña de sí misma y puede ser la prostituta, o la casquivana de su propia casa, la loca de la casa, o el ángel de la casa, como dice Virginia Woolf, lujos que en la vida diaria no puede darse, explica para concluir afirmando que "nosotras la soledad no la padecemos, la agradecemos".
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