La segunda vida de Nijinska
A medio siglo de su muerte (Los Ángeles, 1972) y cuando se cumplen cien años del estreno de su obra más importante, Las bodas (Les noces, 1923), una corriente reparadora sopla fuerte y quiere dar la vuelta al mundo para dejar bien a la vista la vida y obra de Bronislava Nijinska. Primero en las filas de los excepcionales Ballets Rusos de Diaghilev, luego como coreógrafa prolífica, fue la hermana menor de un genio atormentado e irrepetible (Nijinsky), artista de avanzada, madre en duelo, refugiada de varias guerras, leyenda de la danza. Una mujer fuera de época: sentada en el salón, de pantalones, con las piernas abiertas, el cigarrillo en una larga boquilla, iba ella echando humo, con su temperamento determinante y la mirada fuerte con la que la recuerdan los últimos testigos. Nada del vaporoso estereotipo de la bailarina clásica; no, no, por favor. Nijinska no puede verse como otra cosa que una rompedora de los corsets de género, los mismos que contuvieron su legado para que solo se moviera parcialmente y en las sombras.
El primer mojón de este año de la efeméride lo puso con antelación la publicación en los Estados Unidos de la colosal biografía La Nijinska, coreographer of the modern, de Lynn Garafola (Oxford University Press): 660 páginas que son un must para cualquier apasionado por la danza. Los coletazos del lanzamiento le hicieron muy bien a la operación rescate. Ya en marzo, Marina Harss se preguntaba, por ejemplo, en The New York Times: ¿Por qué Bronislava Nijinska sigue esperando tras bastidores?, y contaba los entretelones de remontar Las bodas que atravesaba el Ballet West en Salt Lake City. El Ballet de Zurich irá por el mismo título en enero y febrero próximo, lo anunciaba Fátima Nollén en su reportaje Pionera de la abstracción, para el sitio inglés Bachtrack. En suma, los ecos en la prensa internacional instalaron una curiosidad sobre este personaje tan facetado y cautivante aun por fuera de los expertos.
Pero es justo decir que buena parte de la responsabilidad de este resurgimiento hoy lo aporta, desde el hemisferio sur, Nijinska: secreto de la vanguardia, obra de la coreógrafa española Avatara Ayuso para el Teatro Municipal de Santiago. El ballet se estrenó la semana pasada y se presenta, hasta mañana, como una biografía de cuatro décadas, en dos actos, un prólogo y seis escenas. Para encarnar a la legendaria artista nacida en Minsk en 1891 convocaron a la artista chilena ya retirada, Edymar Acevedo. En una tertulia que puede verse en el canal de YouTube del teatro, ella dice: “Gracias por traerme a la vida nuevamente”, y quien la escucha podría imaginarse que es la propia Nijinska la que en esa voz agradece a este siglo su obstinado afán por reparar viejos olvidos.
En tren de recordar, entonces, es imposible no decir que Bronislava Nijinska estuvo al frente del recién nacido Ballet Estable del Teatro Colón en 1926. Además de Las bodas repuso otras piezas suyas como una reversión del deportivo Le Train bleu que dos años antes había estrenado en Francia con vestuario de Coco Chanel y telón de Picasso. Estaban allí las hermanas Ruanova, Mercedes Quintana, Gema Castillo, más mujeres que “suplían la escasez de varones en el flamante cuerpo de baile”, consigna la Historia General de la Danza en la Argentina, publicada por el Fondo Nacional de las Artes. En 1927 el Colón la volvió a contratar. Y cuando regresó al Estable en 1933, ya había hecho para Ida Rubinstein la coreografía original del Bolero de Ravel (una intérprete sobre la mesa y el cuerpo de baile a su alrededor: ¡Béjart no fue el primero!, subraya ahora cada vez que puede doña Avatara). Nijinska volvió a Buenos Aires después en otras oportunidades, también con el Marqués de Cuevas. “El Teatro Colón aún le debe un merecido homenaje, propio de lo que ella representó para la entidad tan novel, a poco de haber sido creada”: así cerraba el capítulo aquel libro que el Consejo Argentino de la Danza publicó en 2008. Lo bueno es que ahora hay viento de cola para animarse.