Esperanza, 1967. Fernando Paillet toma su trago habitual en un club del pueblo santafesino. Morirá poco después, a los 87 años, cubierto con diarios en la absoluta pobreza. Sin hijos, dejará 3000 placas de vidrio que registran la vida de los colonos agrícolas. Un valioso tesoro fotográfico que no será reconocido como arte hasta varias décadas más tarde. Se rescatarán apenas 300 piezas y el resto será enviado a un laboratorio, donde se limpiarán para ser usadas bajo un microscopio. Aquellas 2700 imágenes desaparecerán para siempre.
Nueva York, 1967. Walker Evans toma su trago habitual en The Century Association, un club privado frecuentado por artistas y escritores. Morirá ocho años después, consagrado como una leyenda de la fotografía documental americana. Sin hijos, dejará un maletín repleto de facturas impagas y un archivo invaluable que será adquirido en 1994 por el prestigioso Museo Metropolitano de Nueva York.
Boston, 2001. Cansado de la cultura estadounidense, el joven fotógrafo Guillermo Srodek-Hart baja la escalera de la escuela del Museo de Bellas Artes local para solicitar un traslado a una universidad europea. Se choca con Jim Dow, un profesor que lleva puesta una camiseta de Boca, que ha viajado varias veces a la Argentina, trabajó con Evans y admira a Paillet. Acepta la invitación a participar en una de sus clases, lo que cambiará su vida.
"Hay una cita del artista Kerry James Marshall, que dice: ‘La historia es un evento competitivo’. Algunos equipos ganan, otros pierden. Y creo que Evans ganó", dice ahora Dow junto a Srodek-Hart, donde ambos se disponen a otorgarle una "revancha" al olvidado Paillet. Congruencias, la muestra que inaugurarán el jueves a las 19 en FOLA, abarca 134 fotografías producidas por los cuatro, mentores y alumnos unidos por mucho más que una estética.
El fútbol fue lo que trajo a Dow a la Argentina, en 1984. Trabajaba para Polaroid, y le preguntaron a dónde le gustaría viajar. Abierto a los desafíos, llegó a Buenos Aires sin saber español y visitó varias provincias, en las que se sintió como en casa. En un país de inmigrantes como el suyo, que incluso tenía "paisajes similares". Todavía se avergüenza al recordar que, recién llegado, se refirió a los estadounidenses como "americanos". "Yo también soy americano", fue la fría respuesta.
"Viajar te vuelve más sabio y más comprensivo –dice hoy–. Conozco cada Estado de Estados Unidos y cuanto más recorría la Argentina, más me daba cuenta de que nuestras historias serán diferentes pero sin embargo somos países mellizos."
Según Dow, a fines del siglo XIX y a comienzos del XX era común en Europa, sobre todo en Italia, que las familias definieran con una moneda a dónde probarían suerte. "El que ganaba viajaba a Buenos Aires y el que perdía, a Nueva York –asegura–. Así que la familia se dividía, y el que más éxito tuviera enviaría dinero para llevar a los parientes. Estados Unidos no era un país muy estable, y no lo es aún. Mis disculpas por Trump, es horrible."
Dow era un estudiante que dudaba sobre su futuro a fines de la década de 1960, mientras Paillet agonizaba en Esperanza. Hasta que un día entró a un bar de la Universidad de Yale, donde los profesores fumaban y brindaban con Martinis antes del mediodía. "Entre ellos había un hombre mayor, que parecía diferente. Era encantador, no podía dejar de escucharlo. Luego le dije a un amigo: ‘Conocí a un tipo, creo que se llama Walter Evans. ¿Sabés quién es?’"
Su amigo le mostró American Photographs, el catálogo de la retrospectiva que el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) le había dedicado a Evans en 1938. Fue la primera muestra individual consagrada por el museo a un fotógrafo, que tenía entonces apenas 35 años. "Eso definió todo", dice hoy.
Poco después de aquel primer encuentro, Dow trabajó durante dos años con Evans en la producción de otra muestra que el MoMA montó en 1971; varias fotografías exhibidas entonces integran Congruencias.
Mientras tanto, en Esperanza, el legado de Paillet corría el riesgo de desaparecer por completo. Adelantado a su época, había usado técnicas muy sofisticadas para realizar un registro de su comunidad. Las piezas artísticas, para él, eran aquellas que luego pintaba encima. Su sueño era tener un museo en el cual hubiera una sala dedicada a sus "fotopinturas", y otra a sus "documentos históricos".
La misma apreciación parecen haber hecho quienes encontraron sus placas de vidrio, varias de las cuales aparecieron hace unos meses olvidadas en el lavadero de una casa de Esperanza. Se salvaron por casualidad de un triste final: el dueño de un bar precisaba piezas de ese tipo para realizar efectos especiales con aceite, agua y calor, tal como estaba de moda en España décadas atrás.
"Si te dan placas como éstas, de más de cien años, para conservarlas, el último lugar donde lo harías es en una caja, apiladas una arriba de la otra, en el lugar mas húmedo de la casa", observa Srodek-Hart, quien se encargó de escanearlas y recuperarlas para la muestra. "Pero sobrevivieron –agrega–. Están con sus manchas, sus hongos, sus rastros de emulsión y de un sticker que les pusieron para identificarlas."
El destino, finalmente, quiso que Paillet tuviera su revancha.
Para agendar
Fototeca FOLA (Godoy Cruz 2620). Inaugura el jueves 9 a las 19, con entrada gratis. Ese día se anunciará también quiénes son los ganadores del premio Pampa Energía. Cierra el 4 de noviembre.
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