La reinvención del seudónimo: de la literatura y la prensa a las redes sociales
Hoy el uso de un alias para ocultar el nombre real tiene razones bien distintas a los tiempos de casos emblemáticos
Para contar algo prohibido, evitar la persecución política, tener un nombre difícil de recordar o liberarse de la presión de publicar con el propio, escribir con seudónimo fue una práctica común en la literatura y el periodismo de los siglos XIX y XX. A muchos escritores -desde Mark Twain hasta Pablo Neruda- no los conocemos por sus nombres reales -Samuel Langhorne Clemens y Neftalí Ricardo Reyes, respectivamente-, sino por aquellos que, por un motivo u otro, decidieron dejar estampados en sus libros.
Aunque existen algunas excepciones -la más reciente es Elena Ferrante, el nombre ficticio con el cual está firmada la novela La amiga estupenda (Penguin Random House), uno de los mayores fenómenos editoriales del año y cuya autoría real se desconoce-, la práctica del seudónimo hoy está casi desterrada en su sentido original. En una época en la que sobreexponemos nuestra identidad, en la que armamos una marca personal en Twitter, Facebook, Instagram y Snapchat, ¿cómo escapar del nombre propio?
Paradójicamente, es en ese territorio, el de las redes sociales, donde el seudónimo tradicional muere -ya no habrá otro Mark Twain/Samuel Langhorne Clemens- y donde vuelve a nacer, pero convertido en algo distinto. Detrás de la pantalla, creamos como artesanos digitales nuestra identidad, pero también podemos inventarnos una nueva, que se convierte en un personaje literario, que interactúe con sus lectores, como un satélite de nosotros mismos o como una novela en primera persona que se escribe de a poco, en tuitsy entradas de blog.
En 2007, Carolina Aguirre -guionista de Guapas y Farsantes, entre otros- ya había publicado Bestiaria, un libro que compilaba entradas de su blog homónimo, que había ganado el concurso The Best of Blogs como mejor blog del mundo en español. Ya tenía un nombre conocido y lo que escribía era valorado.
¿Por qué, entonces, decidió empezar Ciega a citas, otro blog donde contaba en primera persona el día a día de una periodista de 31 y su misión de conseguir un novio antes de la boda de su hermana, con el seudónimo Lucía González? "Más allá de escribir, me apasiona el oficio y reflexionar sobre él. Quería saber si se podía hacer una historia de ficción, igual que la novela de las cinco de la tarde, con un capítulo diario que esperaras ansiosamente, que contara una historia de amor. Y para lograr eso, lo mejor era que fuese en primera persona. Como yo era conocida y todos sabían que estaba casada, tuve que ser otra", responde.
No fue la única vez que usó seudónimo. En 2012, ya guionista de tiras exitosas, empezó a escribir en Twitter como @lachicasabrina junto a su amigo Pablo Pérez Correa, casi como un chiste interno. La Chica Sabrina era un álter ego ordinario, que escribía con faltas de ortografía, instaló muletillas como "ke visio" y alcanzó más de 160.000 seguidores.
Con ambos personajes, Aguirre no reveló que era ella la que estaba detrás de la pantalla hasta que fue necesario. En el caso de Ciega a citas, fue cuando el blog -ya convertido en novela, con seudónimo- fue adaptado a la televisión. En el de la chica Sabrina, cuando el personaje fue llevado a libro. Dice la guionista: "No me interesa poner mi nombre. Me emociona cuando entro a un bar y hay dos personas hablando de mis personajes como si existieran. Si rompés el juego, rompés el personaje. ¿Para qué? ¿Para sentirme mejor? ¿Para que la gente me diga que soy graciosa? Sé que soy graciosa porque se ríen de mi personaje. Si fuera por mí, jamás se hubiera enterado nadie de nada. Es más: quizás ahora tenga un seudónimo con el que escribo cosas y nadie lo sabe".
Tuiteros anónimos
La chica Sabrina integró un ecosistema de personajes tuiteros y burdos, que toman elementos del clima de época y los exacerban hasta la parodia, como @drapignata, @catamarco, @vivianasarnosa y @coronelgonorrea. Con 143.000 seguidores, este último comenta la actualidad con una mirada cínica. "Los chicos tienen que volver a las peñas y al vino patero", comentó, por ejemplo, sobre las muertes de Time Warp. No se sabe quién está detrás de la cuenta y sólo accede a responder a LA NACION a través de mensaje directo de Twitter. "Cuando la abrí, sólo la usaba para leer durante un tiempo. Después empecé a seguir a @matiildaXD, @Coculo y a @Notevayas, traté de hacer algo parecido y terminé en esta cosa medio decadente de comentar lo que veo en la tele y tirar opiniones rudimentarias sobre política como si estuviera en un geriátrico", dice.
Para él, usar su nombre o escribir y ser leído a través de un personaje inventado es irrelevante: "Mi nombre es tan anónimo como el seudónimo. Hay una idea medio solemne de respaldar tus opiniones con tu apellido y la verdad. Nada es tan importante, más bien todo lo contrario".
Filósofo con nombre de cómic
Hace 12 años, cuando Tomás Balmaceda empezó Son cosas mías, un blog sobre cultura pop, no existían ni Facebook ni Twitter. "Yo estudiaba la licenciatura en Filosofía y los claustros eran muy serios. Sentí que no podía hablar de cultura popcon mi apellido. Inventé al Capitán Intriga, que me pareció digno de un personaje de cómic", recuerda. El personaje se expandió a Twitter como @capitanintriga y se llenó de seguidores (hoy tiene 56.000). Seis años después de crearlo, y porque aceptó participar de Hiperconectados, un programa sobre tecnología en Telefé, reveló el nombre y la cara detrás del seudónimo. "Fue un ciclo largo de anonimato y ahí comenzó mi convivencia con «Tomás». Mi conducta «virtual» y la «real» eran parecidas, así que no fue una transición difícil", dice.
Para Balmaceda, ese fenómeno de coqueteo con el nombre propio ligado a Internet, que apenas empezaba cuando creó el Capitán Intriga, hoy está instalado: "Las identidades borraron sus límites y son líquidas. Se habla de CuervoTinelli como sinónimo de Marcelo Tinelli y veneramos a Banksy aunque no nos interese saber cuál es su identidad. La identidad sigue siendo, de algún modo, el reservorio de la modernidad. Hace poco, RuPaul -quizás el transformista más famoso del mundo- dijo que lo único punk es ser drag. Creo que tiene razón: la manera de enfrentar el sistema es rebelarse ante la última cárcel que queda: la identidad".
Argumentos para preservar la identidad
Las razones por las que muchos escritores usaron seudónimos son variadas. La norteamericana Carmela Ciuraru, investigadora y autora de Nom de Plum, una historia (secreta) de los seudónimos, dice a la nacion: "Algunos querían deshacerse de la carga de la fama, otros proteger su privacidad, otros que los lectores se concentren en su trabajo y otros jugar con su identidad. Muchos ni siquiera sabían por qué lo hacían". Aquí algunos autores famosos que usaron seudónimos:
George Eliot
Es el seudónimo de la británica Mary Anne Evans, autora de Middlemarch (1871) y El molino de Floss (1860), entre otras obras. Pensaba que como hombre sería tomada más en serio. Similar caso fue el de la francesa Amandine Aurore Lucile Dupin, que publicaba como George Sand
Saki
Es el nombre ficticio del escritor británico Hector Munro. Sus historias se movían en los márgenes de lo políticamente incorrecto y estaban plagadas de humor negro
Alberto Caeiro y Bernardo Soares
Fueron algunos de los seudónimos del portugués Fernando Pessoa para quienes llegó a inventar biografías desarrolladas
Richard Bachman
Stephen King firmó algunas novelas con ese seudónimo para no saturar el mercado
Robert Galbraith
Tras triunfar con Harry Potter, J.K. Rowling firmó como hombre el policial El canto del cuco