La reina de las pampas entre el místico y el ogro
En esta entrevista, María Rosa Lojo habla de su nueva novela Las libres del Sur (Sudamericana). Por medio de un personaje de ficción, una inmigrante gallega inteligente y feminista, la autora narra, entre otros episodios, el encuentro espiritual de Victoria Ocampo y Rabindranath Tagore en Buenos Aires y el tormentoso vínculo de admiración y furia que la directora de Sur entabló con el temible y gigantesco conde Hermann Keyserling
Todavía, en su casa de Castelar, guarda la repisa de madera que le regaló su padre, y en la repisa los libros: Recuerdos de provincia de Domingo Faustino Sarmiento, Fausto de Estanislao del Campo, Martín Fierro de José Hernández, Entre nos. Causeries del jueves de Lucio V. Mansilla. María Rosa Lojo, argentina, escritora, investigadora del Conicet especializada en literatura argentina, no recuerda cuántos años tenía cuando esas páginas iniciales e iniciáticas entraron en su vida, pero sí sabe que era muy chica y supone que el regalo dejó su huella. Basta un repaso por los temas de algunas de sus novelas (la vida de Manuelita Rosas en La princesa federal; la de Eduarda Mansilla de García, hermana de Lucio V. Mansilla, en Una mujer de fin de siglo) para entender que hay algo en la historia criolla que interesa mucho a esta hija de gallego y madrileña, que todavía hablaba un castellano jugoso y pleno de zetas cuando empezó la escuela primaria.
Nacida del republicano, agnóstico y exiliado Antonio Lojo Ventoso y la conservadora y religiosísima María Teresa Calatrava, que se conocieron en la Argentina y siempre ambicionaron regresar a España, se crió escuchando las mejores cosas --las magníficas-- sobre ese territorio paradisíaco que era la patria lejos de casa, convencida de que su lugar en el mundo era ese sitio remoto en el que no había estado nunca. Pero sus padres murieron sin regresar, y ella conoció España sólo en 1993. "Estaba a caballo entre dos mundos --dice--. Sentía que esta vida en algún momento iba a acabar y que uno iba a volver a estar en el verdadero lugar donde tenía que estar. Y ese lugar era España. La paradoja del hijo del exiliado es que tiene que volver a un lugar donde no estuvo. Eso lo resolví cuando me casé con un argentino y empecé a trabajar con la literatura argentina."
Después de dos volúmenes de relatos (Historias ocultas en la Recoleta y Amores insólitos), su última novela --que acaba de publicar editorial Sudamericana-- hace foco en otro personaje argentino: el libro se llama Las libres del Sur y el subtítulo reza, para que quede claro, Una novela sobre Victoria Ocampo. "Me interesaba mucho la relación de Victoria con Tagore y el conde Keyserling, quizás por contraposición --explica--. Con ninguno de los dos llega a haber ningún vínculo físico o carnal y en los dos ella busca cosas diferentes, pero el desengaño que tiene con Keyserling es una especie de bisagra, porque después de eso deja de buscar maestros y empieza a pensar en una obra propia."
El libro toma el período de la vida de Victoria Ocampo que transcurre entre el año 1924, con la visita de Rabindranath Tagore, el primero de una larga lista de ilustres huéspedes de la dama, repasa sus encuentros con el conde Keyserling, José Ortega y Gasset, Drieu La Rochelle, y se detiene en el momento de la fundación de la revista Sur, en 1931. Abrevando en la realidad, María Rosa Lojo construyó una ficción cuyo motor es el personaje de Carmen Brey, una joven universitaria gallega, independiente, virgen a los veintisiete años, discípula de la educadora María de Maeztu, que llega a la Argentina a oficiar de acompañante de Tagore para ayudar a Victoria en el trance de atender al invitado, pero cuyo propósito es encontrar a un hermano que huyó de España sin dejar más explicaciones que una carta escueta y dramática.
"El personaje de Carmen me permitió unir todos los personajes con una mirada extranjera, desprejuiciada", comenta Lojo. La novela describe el mundo intelectual de aquellos años a través de los ojos de esa gallega hija de una familia burguesa, huérfana de madre primero y de padre después, talentosa, inteligente, femenina y feminista, dueña de un altísimo sentido práctico y sin una pizca de timidez ante la presencia avasalladora de Victoria y su corte. A través de los ojos de Carmen, el lector ve la relación entre Victoria y su ama de llaves, Fani, la única capaz de hacerle frente; y episodios íntimos y reales, como el de la mano de Tagore posándose sobre uno de los pechos de Victoria en la soledad de un cuarto, mientras leían.
"Ella no hizo nada, se quedó quieta, lo dejó pasar. Si bien no hubo romance entre ellos, de parte de ella hubo veneración, y él no debe de haber quedado indiferente ante esa mujer hermosa que le dedicaba todo su tiempo, aunque lo tenía un poco preso", cuenta Lojo. El encuentro de Victoria con Keyserling, por cierto, no fue tan delicado.
El hermano perdido
En la novela, un día de tantos, con enorme entusiasmo y en el jardín de Villa Ocampo, Victoria le recomienda fervorosamente a Carmen que lea los libros del conde Keyserling: "Yo estoy en esos libros. Soy esos libros. Ese hombre me conoce. Dice todo lo que yo no sé decir, no puedo decir... Le escribo casi todos los días". El afán por conocer a Keyserling da pie a un capítulo armado a modo de contrapunto, un contraste impiadoso entre el desventurado viaje a París de Victoria para encontrar al hombre que la tenía deslumbrada y la travesía de Carmen hacia el pueblo pampeano de Los Toldos, tras los pasos del hermanito perdido, en tren y con dos compañeros de lujo: Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal.
"Estas novelas te permiten desandar el túnel del tiempo y mostrar a las personas, antes de la canonización del personaje --dice María Rosa Lojo--. En esa época, Borges y Marechal eran jóvenes, tenían pocos lectores, estaban lejos del bronce." Cuando Carmen llega a la estación de trenes de Once y se encuentra con Marechal, pregunta por Borges:
"--Fue a buscar un teléfono --responde Marechal-- para avisarle a su madre que ha llegado bien.
--¿No es un poco mayorcito para esas cosas?
--Según se mire. Como dicen ustedes los gallegos, el pobre no ve tres en un burro".
Por recrear vidas que entonces estaban lejos de la estatua, Lojo se atreve a más. Carmen, harta de la inutilidad de los dos hombres con quienes ha emprendido la búsqueda, sale a recorrer el pueblo por su cuenta buscando información sobre su hermano y encuentra en la plaza a una nena de unos nueve años, devota de las actrices de Hollywood: Evita, la niña feliz.
--¿No fue un poco forzado introducir a Eva Duarte como personaje?
--No, fue natural. No es algo forzado. Tenía que estar. Tanto Eva como los indios entre quienes Carmen va a buscar a su hermano tienen que estar, porque son la cara en sombras, lo que no se ve. Buenos Aires era la ciudad de los sueños y esto está fuera de ese mundo cosmopolita, brillante, que deslumbraba a los extranjeros. Carmen une esos mundos. La inclusión de Eva niña forma parte de todo un trabajo de quitarles las cáscaras de íconos a los personajes. Alguna vez todos los personajes célebres, anquilosados bajo sus estereotipos han sido niños. Y el personaje de Eva tiene mucha frescura. Probablemente haya sido una niña así, con sus propios sueños, con sueños de ser ella también una libre del Sur, una mujer importante, alguien que iba a hacer historia. Me gusta mucho trabajar con las zonas que han sido oscurecidas, olvidadas o excluidas dentro del imaginario argentino, y las mujeres forman parte de los sectores excluidos.
--¿Es natural que el hermano de Carmen viviera con los indios, que viniera de España para eso?
--Era funcional para la novela, porque era la otra cara de la Argentina. Que Carmen lo fuera a buscar a otro lugar, no a la ciudad. Además, Carmen era gallega y los gallegos eran los indios de España, los discriminados, con una lengua despreciada. En esa época, Ortega decía que España era un mundo estancado que se estaba viniendo abajo y que el futuro era América.
La zarpa del conde
Mientras estas cosas le suceden a Carmen en la pampa, en París Victoria descubre la forma humana del conde Keyserling, el hombre a quien había escrito cosas como "¡Sol de sus cartas! Déjeme adormecerme en ellas, detenerme en ellas. Y después floreceré por ellas. ¡Ah, qué bien hace y qué dulce es! ¡Cómo las amo! No sabría hablarle razonablemente esta noche". Al verlo por primera vez, quedó atravesada por el rayo del horror: "Vio un gigante con los ojos oblicuos y los bigotes y la barba en punta de un guerrero mongol [...]. El bárbaro moduló un saludo en un francés gutural, y le extendió una zarpa en proporción a su contextura. Victoria cerró los ojos, aterrorizada, esperando un crujido de huesos [...]. Desligada del abrazo, inspiró profundamente, no sólo para reponer el aire, sino para reducir el umbral de la repugnancia y el miedo y controlar su desbocado impulso de salir huyendo, ya mismo, del Hôtel des Réservoirs".
Sin embargo, el conde no cesa de mostrarse dispuesto --primero en París, luego en Buenos Aires-- a protagonizar cualquier tipo de unión, física o metafísica, con ella. El final de la relación entre ambos marca también el final de un ciclo en la vida de Victoria, según postula la autora de Las libres del Sur. "La relación de Victoria con el conde Keyserling fue su gran viraje, eso la ayudó a dejar de buscar maestros y empezar a pensar en una obra propia. En Victoria Ocampo había esa contradicción que era lógica en una mujer de su época: la búsqueda de la figura tutelar masculina.
Waldo Frank, el autor de Nuestra América, es el hombre que, según Lojo, por primera vez no quiere convertirla "en su Musa, ni en su Madre, ni en su Amante, y menos aún en su Esposa". Lo que pide a Victoria es que funde una revista. Hacia el final del libro, mientras Victoria comienza a pergeñar el nacimiento de Sur, Carmen descubre en el secretario del conde, Ulrich von Phorner, un par tierno y delicado que le escribe misivas con ortografía de bucanero ("Kerida Carmen, ¿por qué no cultibamos juntos nuestra uerta?"), y que en nada se parece al impostado conde.
"Carmen y Victoria son muy distintas. Carmen es más independiente, se anima a cortar los lazos familiares, que Victoria nunca se atrevió a cortar. Victoria transgrede, hace trampas, vende joyas para pagar la estadía de Tagore porque su familia no le da dinero, pero no se anima al enfrentamiento directo. Esta novela muestra el tránsito de Victoria Ocampo, la mutación en esos diez años, de 1924 a 1931." El tránsito, dice Lojo, en el que la Ocampo dejó de ser discípula y musa para ser ella misma, un sujeto creador.