La receta italiana de Ennio Morricone
La unión de los sentimientos, sin temor al sentimentalismo, la cosa bien hecha, el realismo y la genialidad
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Pertenezco a una generación que vivió algunos de los momentos de mayor emoción en una sala de cine; por eso Ennio, la hermosa película de Giuseppe Tornatore sobre el compositor italiano Ennio Morricone me conmovió profundamente. Fue precisamente Ennio el que compuso la banda de sonido de Cinema Paradiso, el film con el que Tornatore ganó el Oscar a mejor película extranjera. En él, hacia el final, el director reúne en un montaje de pocos minutos los besos cinematográficos más ardientes en su vida de espectador y realizador. Esa síntesis de la historia de la pasión en el siglo XX, acompañada por la música de Morricone, es fruto de una receta italiana: la unión de los sentimientos, sin temor al sentimentalismo, la cosa bien hecha, el realismo y la genialidad.
Ennio es una hazaña del mismo tipo, pero a la vez desmenuza con gracia los hallazgos compositivos, rítmicos, de acento (“Se telefonando”, cantado por Mina) de orquestación, de Morricone; por caso, el uso de latas de conserva, latigazos y todo lo que a uno se le pueda ocurrir de música concreta en los westerns de Sergio Leone. Esa sapiencia e inspiración hicieron que “Here’s to you”, la canción de Joan Baez y Morricone, se convirtiera, como dice la cantante, en el himno de una generación. ¿Quién que fue joven en 1971 no cantó o tarareó la historia de Nicola and Bart?
Ennio estudió en el Conservatorio de Santa Cecilia con Godofredo Petrassi, uno de los importantes músicos italianos de vanguardia. Sus alumnos sabían todo sobre contrapunto; pero también sobre las nuevas tendencias que despreciaban la inclinación natural de los peninsulares por la melodía, tan luego en la patria de Verdi y Puccini.
Una buen aparte de su vida, Morricone estuvo atormentado por lo que pensarían de él, compositor de westerns, su maestro Petrassi y sus excompañeros, cultores de lo que Ennio llamaba “música absoluta”. Con el tiempo, varios de ellos, incluido Petrassi, reconocieron la calidad de todo lo escrito por Ennio. Éste, por otra parte, no había dejado de componer “música absoluta” y de interesarse por ella. Desde mediados de la década de 1960 hasta la de 1980, integró el Grupo de Improvisación Nueva Consonancia, inspirado en la estética de John Cage. Esas investigaciones le sirvieron a Morricone para introducir en sus bandas de sonido una serie de novedades, que sólo él empleaba: fue el artista que contribuyó a crear y consolidar con todo el lenguaje y la técnica disponibles un nuevo género: la música cinematográfica, tan importante como la lírica.
La obra de Morricone es un ejemplo de cómo las innovaciones vanguardistas pueden ser aceptadas por oyentes reacios a todo lo que vaya más allá de lo tonal, siempre que estén acompañadas por las imágenes de un film con argumento. Numerosas bandas de sonido exitosas contienen música electrónica, minimalista, dodecafónica, todos los ismos que suscitan horror en el programa de un concierto “abstracto”. La música de vanguardia “aplicada” es recibida sin dificultad y con entusiasmo, cuando está “explicada” o “ilustrada” por escenas en las que, por ejemplo, deben suscitar angustia o temor. Morricone supo unir los dos mundos.
Algo parecido hizo George Gershwin, el gran compositor de música popular, de buena formación académica (no tan profunda como la de Ennio), que logró incorporar el jazz en formas clásicas como el concierto, la sinfonía y la ópera. En el ámbito nacional, Astor Piazzolla consiguió lo mismo con el tango. Nada hay más paralizador y pretencioso en términos de creación que la obediencia a la ideología estética dictada desde las alturas de los claustros universitarios. La asepsia elimina las bacterias, pero impide concebir hijos.
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