La rebelión del Corsario Triste
Desde hace más de un siglo, millones de niños y de jóvenes en todo el mundo han leído y leen con pasión las aventuras de Sandokán y de Yáñez, los inolvidables personajes de Emilio Salgari. Sin embargo, el autor que dio tanta felicidad a sus lectores e hizo ganar fortunas a las editoriales, vivió acosado por la pobreza y debió enfrentar situaciones terribles como la locura de su esposa. Hace noventa años, el sentimiento de derrota y el fracaso económico lo llevaron a suicidarse
En 1931, el joven Cesare Pavese escribió una poesía titulada "Los mares del Sud", en la que se leen estos versos: "Oh, cuánto tiempo ha transcurrido,/ desde que jugué a los piratas malayos./ Y desde la última vez en que bajé a bañarme en un punto mortal/ y seguí a un compañero de juegos bajo un árbol/ quebrando sus bellas ramas y rompí la cabeza/ a un rival y fui apaleado/ cuánta vida ha transcurrido. Otros días, otros juegos,/ otros golpes de la sangre frente a rivales/ más elusivos: los pensamientos y los sueños".
Haber jugado "a los piratas malayos" significaba haber leído los libros de Emilio Salgari (1862-1911) y tener nostalgia por una edad de la vida en la cual los héroes del "capitán" veronés precedieron en la imaginación a los de los poemas estudiados en la escuela. La diferencia era fundamental: con los héroes de Homero uno podía tomar partido: o Héctor, o Aquiles, o Eneas, o Ayax, el hijo de Telamón, o Paris, o Ulises.
Con los héroes del "capitán" se estaba de un solo lado. Los piratas malayos (pero más tarde también el noble, elegante y doliente Corsario Negro) no admitían elecciones. La justicia, la audacia indómita, la lealtad, la fuerza no se repartían como el botín de un abordaje. Sandokán y Yáñez no tenían rivales. Podían ser derrotados, arriesgarse a naufragar entre los gritos de los combatientes y el rugido de los cañones, pero ni siquiera por un segundo vacilaba la indestructible fidelidad de los pequeños lectores.
La despedida
Turín, 22 de abril de 1911, corso Casale 205, borgo della Madonna del Pilone. Emilio Salgari está escribiendo. Moja la pluma (una pajilla, a la cual el plumín está atado con un hilo) en la tinta de producción casera que el "capitán" obtiene de algunas bayas. No hay apuntes sobre el desvencijado escritorio, no hay esquemas sobre los que trazar las escansiones de la "trama" de una novela. A todo eso, Emilio ya le ha dicho adiós.
La pluma se mueve sobre hojas de papel de carta. Es la misma pluma que por días y días, noches y noches, en medio del humo asfixiante de cientos de cigarrillos, con el engañoso consuelo de los sorbos de marsala, ha contado mares rugientes y fulgores de huracanes, señales de tempestad y de naufragio, la omnipresencia de la muerte y de la emboscada, sueños de sangre, relámpagos espantosos, terribles misterios, delirios de odio y de amor, venganzas implacables, ecos de músicas salvajes, selvas insidiosas, cielos que parecen no conocer el sol.
Una carta es para los cuatro hijos, Fátima, Nadir, Omar y Romero. La esposa, Ida Peruzzi, ha sido internada en el manicomio por una "forma de manía furiosa": no había suficiente dinero para llevarla a una clínica privada. El "capitán" escribe: "Queridos hijos míos, ya ahora estoy vencido. La locura de su madre me ha destrozado el corazón y todas las energías. Espero que mis millones de admiradores, a quienes durante tantos años he divertido e instruido, los ayudarán. No les dejo más que 150 liras, más un crédito de 600 liras... Háganme sepultar por la caridad dado que estoy completamente arruinado. Los besa a todos con el corazón sangrante su desgraciado padre, Emilio Salgari".
Sigue una post data: "Voy a morir al Valle de S.Martino, cerca del lugar donde, cuando vivíamos en la calle Guastalla, íbamos a merendar. El cadáver se encontrará en uno de los barrancos que conocen, porque íbamos allí a recoger flores".
Otra hoja y esta vez la carta, dirigida "A mis editores", es un duro acto de acusación: "A ustedes que se han enriquecido con mi piel, manteniéndonos, a mí y a mi familia, en una continua semi miseria o aún más, sólo les pido que en compensación por las ganancias que les he dado, piensen en mis funerales. Los saludo quebrando la pluma.EmilioSalgari."
Otra carta está dirigida a los directores de los diarios de Turín:"Vencido por los disgustos de todo tipo, reducido a la miseria pese a la enorme cantidad de trabajo, con mi mujer loca, a la que no puedo pagarle la pensión, me elimino. Cuento con millones de admiradores en todas partes de Europa y también en América.Les pido, señores directores, que abran una suscripción para rescatar de la miseria a mis cuatro hijos y poder pasar la pensión a mi mujer en tanto permanezca en el hospital.Con mi nombre debían esperarme otra fortuna y otra suerte." Siguen los agradecimientos y la firma "Cav. Emilio Salgari".
El 22 de abril de 1911 es un sábado. Salgari se quitará la vida el martes 25.
Un samurai ofendido
Esa mañana un hilo de luz entra en la habitación, se oye un murmullo de pájaros que proviene del cielo. Oh, si fueran las espléndidas palomas llamadas "morobo" o las bellas "alude" con sus plumas de color turquesa... Pero Emilio, que las ha inventado en sus libros, no está ya para escucharlas.
No seguiremos los movimientos de Salgari. En la carta dirigida a los hijos ya había dicho dónde iría a morir y el "capitán" respetó su trágica anticipación. Falta el detalle del arma que utilizará para quitarse la vida, la encontrarán aún apretada en la mano derecha: una navaja de afeitar afiladísima. El Corriere della Sera del 26 de abril de 1911 escribió que "este evocador de los países exóticos pensó en el fin de los Samurais ofendidos, en el atroz y honroso harakiri en el que se probaba el estoicismo de esos nobles guerreros ante la muerte".
La primera en ver el cadáver fue una joven lavandera, Luisa Quirico, que había ido a recoger leña al Valle de SanMartino. El delegado Pappalardo, llegado al lugar con algunos agentes, identificó al muerto por un recibo firmado "Cav. Salgari". En el Instituto de medicina legal, la autopsia del cadáver del "capitán" fue hecha por Mario Carrara, que se había casado con Paola Lombroso, hija de César Lombroso (1835-1909), el enciclopedista del crimen, que había nacido en Verona y muerto en Turín, como Salgari.
En los funerales no hubo ninguna autoridad, ni personajes ilustres, pero sí una multitud de jóvenes, estudiantes, obreros, artesanos.Los restos mortales fueron transportados a Verona por tren en febrero de 1912.Una lluvia violenta no impidió el óptimo discurso en el cementerio del intendente Gallizioli, luego del cual el féretro pasó, como relató un cronista, "entre imponentes barreras humanas".
¿Cuál fue el primer libro de Salgarí que leí? Vino luego de Pinocho , luego de las lágrimas de Sin Familla de Malot. El primer Salgari fue, casi obviamente, Los tigres de Mompracem. Entonces, y no sólo en mi pequeño pueblo veneciano, se ignoraban las biografías de los escritores: no había ninguna indicación en las solapas.
Al abordaje de la fantasía
Supe que Salgari era veronés porque alguien me explicó que debía pronunciarse Salgàri, con el acento en la penúltima sílaba, porque ese apellido derivaba de salgàr , la versión dialectal de salice (sauce). En mi familia hubo incluso discusiones acerca de si era oportuno hacerme leer Salgari. Las acusaciones eran las usuales: escribe de un modo descuidado, no enseña valores educativos... Era verano, como ahora, cuando el libro cayó finalmente entre mis manos.Lo repito: nadie me dijo que el escritor había tenido una vida infeliz, que había sido doblegado por el exceso de trabajo y traicionado, que se había matado. Yo era un "cándido lector". En el tranquilo patiode mi casa, donde por la noche se encendía el tenue destello de las luciérnagas entre las paredes de hiedra y madreselva, despuntaban el árbol del pan, los desmesurados bananos, la palmera llamada arenga , entre cuyas hojas revoloteaban las lagartijas voladoras.
Salgari estaba transformando mi mundo de adolescente. Ese poco de botánica que, como todos los chicos nacidos en el campo, conocía bastante, se mezclaba con nombres exóticos que yo aceptaba sin discusión, aprendiéndolos de inmediato. No es que entonces supiera con exactitud el significado de "exotismo" y de "exótico". Comprendía sólo que esas palabras se referían vagamente a algo extranjero y lejano. Me lo enseñaban también las canciones que escuchaba, pegando la oreja al aparato de la radio: canciones de caravaneros y cantinelas que atormentaban los corazones de las tribus, o dedicadas a Mailù (nombre fatalmente salgariano) que vivía "bajo el cielo de Singapur".
El mar de la Malasia no invadió más mi patio. Los abordajes, las correrías, los duelos ocurrían en los campos vecinos, las cimitarras eran las ramas retorcidas de alguna planta. Los terraplenes de una acequia se volvían las graderías fangosas de Mompracem, las naves enemigas asomarían en la curva de un sendero. Se podía ser Sandokán colocándose el delantal de la escuela e imitar a Yáñez chupando, como si fuera "el eterno cigarrillo", un bastoncito de orozuz. En esos juegos se encendía y dominaba sobre todo la fantasía. Esa fantasía que cada tanto bate sus alas en el cofre de la memoria y aún me ayuda a vivir.
La obra
Producción: se atribuyen a Salgari más de ochenta novelas y unos ciento cincuenta relatos de variada extensión. De todos modos es difícil dar cuenta del conjunto de esa obra porque a menudo Salgari firmó con pseudónimos, además algunos de sus libros fueron escritos en colaboración e incluso compuestos por otras personas que trabajaban bajo la dirección de Salgari.
Temas y estilo: las narraciones de Salgari exaltan el coraje; sus héroes desprecian las riquezas, se mueven guiados por el honor y están convencidos de que la justa causa que defienden los llevará a derrotar a los malvados. El ritmo de la acción es frenético y el lenguaje, muy moderno.
Títulos principales: Los tigres de Mompracem, El Corsario Negro, En las fronteras del Far West, Los piratas de la Malasia.
Perfil
El capitán: Emilio Salgari nació en Verona el 21 de agosto de 1862 en el seno de una familia de modestos comerciantes. Se sentía atraído por las tierras exóticas y siguió un curso con la esperanza de llegar a ser capitán. Sólo se embarcó una vez y la nave que lo llevaba se limitó a seguir la costa del Adriático. Jamás vio las comarcas lejanas que describió en sus libros.
Comienzos: en 1883 se empezó a publicar El tigre de Malasia en La Nuova Arena. Tuvo mucho éxito, pero ganó muy poco dinero.
Matrimonio: Salgari se casó en 1892 con la actriz Ida Peruzzi, que más tarde enloquecería.
Suicidios: el padre de Emilio Salgari se suicidó en 1889; Emilio lo hizo en 1911; también se suicidaron los hijos de éste, Romero (en 1933) y Omar (en 1963).
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