La rebelión de un esteta
Lytton Strachey, el escritor británico que reinventó el género de la biografía y lo convirtió en un arma de provocación intelectual, tuvo una vida apasionante y trágica. Ernesto Schoo la cuenta a propósito de la aparición en la Argentina de un texto de Strachey sobre Hume, que anticipamos en forma exclusiva
No podía haber sido sino inglés. La excentricidad de su apariencia y de la pose, la larga y estrecha figura, la tupida barba, la curiosa expresión facial que mezcla una aparente timidez (¡esos grandes anteojos!) con la inminencia de una salida burlona o una reflexión insólita, las manos de dedos afilados. Todo eso y mucho más, en el célebre retrato, pintado por Henry Lamb en 1914, hoy expuesto en la National Portrait Gallery de Londres [ver página 6]. Desde el cuadro, en una habitación sombría que ni siquiera el enorme ventanal consigue iluminar (a través de él vemos un sendero bordeado de árboles de tupidas copas, un trozo de cielo gris, unas señoras enlutadas precedidas por un perrito blanco), Giles Lytton Strachey (1880-1932) no nos mira a los espectadores, sino a un punto indefinido que está a espaldas nuestras, a un costado. Como absorto en una visión se derrama -literalmente- del sillón de mimbre hacia el piso, donde las piernas larguísimas se enroscan cerca de una silla en la que están apoyados un paraguas y un sombrero.
La melancolía de esta pintura -uno de los retratos más tristes que se hayan pintado jamás- parecería no corresponder con la leyenda de travesura y sarcasmo que ronda a la memoria de Strachey, integrante famoso del Grupo de Bloomsbury, apreciado como uno de los mejores biógrafos en la historia de la literatura inglesa, renombrado especialista en letras francesas y personaje pródigo en anécdotas demostrativas de un uso letal de la ironía. El retratista captó, quizá sin saberlo, el sentimiento que la muerte -en cierto modo, temprana- de su amigo dejó en el ánimo del Grupo. Lytton no cumplió cabalmente la promesa que sus notables dotes de escritor alentaron en quienes lo querían y admiraban, nunca escribió la gran novela que Virginia Woolf, por ejemplo, esperaba de él (y ella lo lamenta, apenada, en su Diario). Quizá Strachey mismo no creía en esa promesa; o, por lo menos, sabía que su talento no daba para tanto: tal vez no fue un gran pintor, sino un refinado miniaturista. Evaluación que no rebaja el mérito, sino que lo ubica en sus límites.
Fue el undécimo hijo (y el quinto varón) de una pareja aristocrática, la de sir Richard Strachey, general ingeniero, y lady Jane Maria Grant, activa sufragista. El general había actuado en la India como mano derecha del virrey, el conde de Lytton, padrino de bautismo del futuro escritor, quien le debe su nombre de pila (precedido de un Giles que nunca usó) y que desde chico mostró un sorprendente talento para las letras y para disfrazarse de mujer y recitar poemas famosos, tanto en inglés como en francés. Esto enfurecía al general y encantaba a lady Jane, quien se propuso dar a Lytton una excelente educación. Terminado el secundario, fracasó en el intento de ingresar a Oxford y se dirigió entonces a Cambridge, donde permaneció entre 1899 y 1905, especializándose en literatura francesa y relacionándose con Thoby Stephen (hermano mayor de Virginia Woolf), Saxon Sydney-Turner, Clive Bell y Leonard Woolf. Siguiendo una tradición universitaria inglesa, los cinco amigos formaron un grupo, The Midnight Society; según Bell, el núcleo inicial del Bloomsbury Group.
Cuando, en febrero de 1904, murió sir Leslie Stephen -padre de Vanessa (1879), Thoby (1880), Virginia (1882) y Adrian (1883)-, los cuatro hermanos decidieron que ya habían tenido bastante de boiseries de roble oscuro, cortinados espesos, muebles complicados y gigantescas plantas de interior: dijeron adiós a los sofocantes interiores victorianos, dejaron el caserón de Hyde Park Gate donde se habían criado y se mudaron a 46 Gordon Street, en Bloomsbury. Sus parientes y amigos clamaron al escándalo: ¿cómo era posible que cuatro retoños de la alta burguesía acomodada y culta, emparentados con la aristocracia, abandonaran un barrio prestigioso para vivir en uno de reputación dudosa? Bloomsbury, en el distrito londinense West Central 1, desplegaba y despliega aún, en los alrededores del Museo Británico, multitud de pequeños locales dedicados al esoterismo y talleres de artistas, restauradores de antigüedades y oficios varios. Nada adecuado para dos señoritas de buena familia, aunque vivieran con sus hermanos. Los Stephen contribuyeron a perfeccionar el rechazo: pintaron todas las habitaciones de blanco radiante, compraron muebles sencillos, funcionales, y colgaron en las paredes los cuadros de Vanessa, notable pintora influida por los fauves franceses, es decir, colores agresivos, crudos, formas distorsionadas: expresión, antes que belleza clásica.
Allí comenzaron a reunirse aquellos amigos universitarios con Thoby, Adrian y sus hermanas, a quienes se fueron agregando el pintor Duncan Grant (primo hermano de Lytton Strachey), el novelista Edward Morgan Forster ( Pasaje a la India, A Room with a View ), el economista John Maynard Keynes, el crítico literario Desmond MacCarthy (y su mujer, Molly), el crítico de plástica y marchand Roger Fry, la novelista Violet Dickinson y, poco a poco, algunos de los nombres del arte y de la cultura ingleses que serían mundialmente famosos al avanzar el siglo XX, como el poeta T. S. Eliot, el filósofo Bertrand Russell, la escritora Katherine Mansfield y muchos más (hasta Ludwig Wittgenstein pasó por allí). Los historiadores rigurosos limitan, sin embargo, la denominación de Grupo de Bloomsbury a aquel núcleo inicial, donde Lytton descollaba, entre tantas inteligencias, por su vasta cultura y su humor incisivo.
Fundamental para el grupo y sobre todo para Strachey fue el aporte de uno de los maestros de Cambridge, el filósofo George Edward Moore, cuyo credo podría resumirse así: "el sumo bien de esta vida consiste en alcanzar una alta calidad humana, en experimentar gratos estados mentales y en intensificar la experiencia mediante la contemplación de las grandes obras de arte".
Un golpe feroz abatió al grupo en noviembre de 1906: Thoby Stephen murió, a los 26 años de edad, de una infección contraída durante el viaje a Grecia que hizo con sus hermanas en septiembre de ese año. Golpe del que no se repusieron nunca: para ellas, como para los amigos íntimos, el apuesto y brillante Thoby era una criatura solar.
Como pudieron, los "bloomsberries" (así denominados por sus detractores, que fueron muchos) siguieron adelante y en el camino adquirieron una especie de hada madrina, de protectora, acaudalada y extravagante: lady Ottoline Morrell, quien puso a disposición del grupo su mansión londinense en Bedford Square y su casa de campo, Garsington Manor, en Berkshire. Quentin Bell, sobrino de Virginia Woolf, en su espléndida biografía de ésta, pinta a lady Ottoline como "una iglesia barroca austríaca, ambulante", de la cual surgían, alternadamente, "el arrullo de una paloma y el rugido de un león".
¿Qué mantuvo unidas a personalidades tan opuestas y que a menudo disentían con vigor? Ante todo, el rechazo al mundo victoriano y sus presuntos valores morales: pura hipocresía, para los de Bloomsbury. También a sus elaboradas ceremonias, la pompa cortesana y los alardes imperiales. El crítico Michael Holroyd, autor de la mejor historia hasta hoy escrita sobre el Grupo (publicada en 2006), dice:
Sus convicciones sobre la naturaleza de la conciencia y su relación con la naturaleza exterior, sobre la fundamental separación entre los individuos, que involucra a la vez aislamiento y amor, sobre lo humano y no humano del tiempo y la muerte, y sobre los bienes ideales de verdad, amor y belleza: todo esto subraya la insatisfacción del grupo con el capitalismo y sus guerras imperialistas. Estas convicciones de Bloomsbury también informan de su crítica del materialismo realista, en pintura y en ficción, así como de sus ataques a la sociedad represiva y no ecuánime en cuanto a la diversidad sexual, y su deseo de instalar un nuevo orden social basado en la liberación de las normas restrictivas del orden establecido.
Suena a anarquía, pero este ideario nunca pudo concretarse en la realidad, y si bien provocó una revolución estética, no impidió que lord Keynes se volviera millonario aplicando sus talentos al juego de la Bolsa, ni que la mayoría de los "bloomsberries" disfrutara de un pasar por lo menos decoroso.
Cuando Lytton dejó el Trinity College de Cambridge, su madre le pagó el alquiler de un departamentito en 69 Lancaster Gate. La generosidad de lady Jane no pasó de ahí: Strachey debió ganarse la vida colaborando en The Spectator y otras publicaciones importantes, y debió hacerlo hasta bien entrado en la madurez: nunca fue rico, como no lo fue casi ninguno de los miembros del Grupo, salvo Clive Bell por herencia familiar y lord Keynes por su astucia financiera. Entre 1910 y 1912, Lytton alternó temporadas en Suecia con estadías en un diminuto cottage en Dartmoor; en ese último año se instaló en otra modesta casa de campo en los Berkshire Downs y publicó su primer trabajo importante: Landmarks in French Literature , elogiado por el Times Literary Supplement . El 9 de mayo de 1911, en carta a su madre le anuncia que se ha dejado crecer la barba, "de un color muy admirado, castaño rojizo, que me hace ver como un poeta decadente francés, o algo igualmente distinguido". Hacia abril de 1914, Landmarks ... había vendido 12.000 ejemplares, en Gran Bretaña y en los Estados Unidos, sin alcanzar la fama y la recaudación a que su autor aspiraba.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, en agosto de 1914, Lytton proclamó su objeción de conciencia y se negó a participar. Sometido a la inquisición de la junta respectiva, hizo alarde de su innata teatralidad, tal como se muestra en el film Carrington, de Christopher Hampton (1995), que le valió a Jonathan Pryce el premio al mejor actor en el Festival de Cannes. Antes de sentarse ante los majestuosos jueces, depositó un neumático sobre el asiento de su silla, anunciando que esto se debía a sus hemorroides. A la clásica pregunta: "¿Qué haría usted si viera que unos soldados alemanes están violando a su hermana?", respondió, según una versión: "Me ofrecería a reemplazarla". La otra versión dice que la respuesta fue: "Me interpondría entre ellos"; que viene a ser lo mismo, pero más sutil. Con sensatez, los jueces decidieron que era mejor mantener a este personaje lejos de los cuarteles y las trincheras. Así fue como, en 1916, lady Jane aflojó de nuevo los cordones de la bolsa y le regaló cien libras, que sumadas a otras tantas de su amigo Harry Norton, más el importe de sus colaboraciones en la Edinburgh Review , le permitieron a Lytton alquilar otro cottage, esta vez en Wiltshire, donde comenzó a escribir el libro que le daría fama y fortuna, Victorianos eminentes .
A todo esto, en el círculo de Bloomsbury ingresó una joven pintora, talentosa y bella, Dora Carrington (admirablemente interpretada por Emma Thompson en el film de Hampton), que se enamoró perdidamente de Strachey. En el Grupo reinaba la más absoluta libertad sexual, y la bisexualidad era habitual: el dios Pan de este Olimpo era el joven y agraciado pintor Duncan Grant, quien revoloteaba de cama en cama sin reparar en el sexo del ocupante. Así fue amante, entre otros, de Keynes (quien se casó después con una bailarina de los Ballets Rusos de Diaghilev, Lydia Lopokova), de Forster, de Strachey y también de Vanesa Stephen, que estaba casada desde 1907 con Clive Bell, con quien tuvo dos hijos: Julian, que moriría en la Guerra Civil Española, y Quentin, el historiador de la familia. Vanesa tuvo con Grant una hija, Angélica, a quien Bell dio, sin embargo, su apellido. Virginia, por su parte, como es sabido, se casó con Leonard Woolf en 1913. En 1909, Lytton le había propuesto un matrimonio que debía ser blanco, naturalmente, pero ella lo rechazó (hay quienes aseguran que también fue blanca la unión con Woolf). Adrian, considerado por sus brillantes hermanos poco menos que un tonto (no lo era, en absoluto: sólo que, como el menor, debió competir con raros talentos), se recibió de médico, se casó con una muchacha que sus cuñadas aborrecieron y terminó dedicado al psicoanálisis.
En 1918, concluida la Gran Guerra, Lytton Strachey publica Victorianos eminentes , su obra maestra. Son las pérfidas biografías de cuatro personajes adorados por la imaginación del público victoriano (y por la reina Victoria en primer lugar): Florence Nightingale, "la dama de la linterna", la enfermera legendaria que organizó el servicio médico y sanitario durante la Guerra de Crimea; el cardenal Manning, que transitó del protestantismo al catolicismo y (según Strachey) perfeccionó el cisma entre ambas iglesias cristianas; Matthew Arnold, creador de la Escuela Pública inglesa; y el general Gordon, el héroe de Khartun, presentado en el libro como un héroe, sin duda, pero a la vez como un hombre atolondrado y terco, que provocó su propia muerte y la de un ejército entero. Lytton Strachey sugiere, con punzante ironía, que estos "victorianos eminentes" no actuaron sino por cálculo personal, que eran unos hipócritas redomados -la hipocresía como base auténtica de esa época remilgada- y que, al fin de cuentas, no causaron sino desastres. Se puede disentir con su tesis, pero no eludir el encanto de la prosa y la sutileza corrosiva de sus velados sarcasmos. Contra la moda victoriana de las biografías ejemplares y sus moralejas idealistas, Strachey opina: "Las biografías victorianas han sido tan familiares como un cortejo fúnebre, y revisten la misma traza de un funeral bárbaro y solemne".
El libro tuvo enorme éxito, fulminado por los críticos tradicionales y adorado por miles de lectores jóvenes. En 1916, Lytton había vuelto a vivir con su madre, pero la atmósfera familiar lo deprimía: uno de sus hermanos mayores, Oliver, y tres amigos, Harry Norton, John Maynard Keynes y Saxon Sydney-Turner, convinieron en pagarle el alquiler de The Mill House, en Berkshire -muchas veces pintada por Carrington-, donde vivió hasta que otro gran éxito editorial, Reina Victoria (1921), le permitió comprar por fin una propiedad a su gusto. Volvamos a Dora Carrington y su amor desesperado por Lytton. Ante el fracaso de numerosos intentos de llevarlo a la cama, concibió un plan que concordaba con la libertad sexual de que el Grupo disfrutaba: se casó con el apuesto Ralph Partridge, amante de Strachey, y los tres se fueron a vivir a la bella casa de campo, Ham Spray House, en Wiltshire, adquirida por el escritor con los réditos de Reina Victoria . Allí vivió Lytton desde 1924 hasta su muerte de cáncer, el 21 de enero de 1932. Por cierto que no reinaba la paz en Ham Spray, como cabe suponer, y eran frecuentes las reyertas, sobre todo entre Dora y su marido, mientras Strachey las soportaba, impasible, abstraído en la lectura. Numerosas fotos ilustran estas curiosas escenas del ménage à trois : Ralph posando completamente desnudo para su mujer, que lo está dibujando, en el jardín, y Lytton, derramado su largo y estrecho cuerpo en una reposera, envuelto en mantas y tocado con un sombrerito de brin blanco, como los usados por entonces en la playa, leyendo siempre. La tragedia clausuró esta situación singular: Dora no soportó la ausencia de su amor imposible y se suicidó de un escopetazo el 11 de marzo del mismo año 32. Los Woolf la habían visitado el día anterior y Dora le había regalado a Virginia una cajita francesa que había pertenecido a Lytton.
De a poco, el Grupo comenzó a disgregarse. Matrimonios, muertes (la de Lytton, la de Julian Bell, hijo de Vanesa, en la guerra de España), la caída de Wall Street en 1929, éxitos y fracasos, la deriva en Europa hacia una situación política compleja y amenazante (las dictaduras fascistas de Mussolini en Italia, de Primo de Rivera en España, de Oliveira Salazar en Portugal, de Hitler en Alemania, después la de Franco), el paulatino descenso del todavía poderoso pero herido Imperio Británico (problemas laborales en Inglaterra, la situación en Irlanda, Ghandi en la India), las frecuentes recaídas de Virginia en estados de perturbación mental... Las esperanzas de una modernidad triunfante, superadora de los viejos males de la civilización occidental, se alejaban velozmente. En los años 30, ya instalada Virginia Wolf como una de las mayores escritoras del mundo, junto a Joyce (a quien detestaba) y a Proust (a quien amaba: "¿Cómo puede alguien escribir después de él?"), acaso el "bloomberry" más notorio era Desmond MacCarthy, con sus charlas en la BBC y su columna en el Sunday Times , junto con lord Keynes, gracias a sus consejos durante la crisis del 29 y después ( La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero , 1936).
Al ingresar en el siglo XXI, ¿cuál sería el legado de Bloomsbury, qué nos queda de sus integrantes? Seamos sinceros: de la mayoría de ellos, nada, o muy poco. Sí, por supuesto, las siempre reeditadas novelas de Virginia, los espléndidos textos de Strachey (¿alguien se habría acordado de él, antes del film de Hampton?), la vigencia de Keynes en un mundo que respondería a la tesis del eterno retorno. No es poco, aunque lo parezca en medio de la estridencia contemporánea. En 1995, Michael Holroyd -el mejor historiador de Bloomsbury, ya lo dijimos- escribió en el San Francisco Chronicle : "Fueron los verdaderos progresistas y la encarnación de la vanguardia en los primeros años de este siglo. Cada vez que volvemos a verlos, parecen ofrecer algo al mundo contemporáneo, ya fuere en ética sexual, liberación, biografía, economía, feminismo o pintura."
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