La pobreza como tema de obra: entre la actualidad política y la tradición artística
Cartoneros, personas en situación de calle, trabajadores desocupados y otros grupos vulnerables protagonizan historias de desamparo y sufrimiento en diferentes muestras; en la Argentina el índice trepó al 42% en 2020
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Tal vez el compromiso social empieza por la mirada. A diferencia de lo que ocurre en la campaña electoral, varias muestras de arte ponen actualmente en escena la mayor deuda social en el país: el alto índice de pobreza y sus consecuencias, que afectan a millones de personas. Por un lado está (In)visible, en la Galería de las Artes, como se conoce a la vidriera de exhibición del Palacio Municipal de General San Martín, donde se exponen esculturas de Betina Sor de cartoneros y personas en situación de calle (una muestra que agitó el avispero de Twitter hace unos días). Por otro, Calle, con pinturas de Alejandra Fenochio en el centro cultural boquense Munar, una de las sedes de Bienalsur 2021. El ojo interminable, en el Museo de Arte Moderno, reúne desde el viernes obras de ocho artistas de Hecho en Buenos Aires, en la que aparecen escenificadas luchas de movimientos sociales por dos reclamos básicos: pan y trabajo. Pero en este último caso son los artistas del taller de la revista creada por Patricia Merkin (1960-2020) hace 21 años quienes están en situación de calle o atraviesan dificultades económicas. Ya sea como artífices o sujetos de representación, las personas socialmente vulnerables arriban hoy a museos y galerías también en las dos sedes donde se exhiben las obras del Salón Nacional de Artes Visuales: esta temática urgente es abordada por la ganadora del gran premio, Gabriela Golder, y otros artistas como Martín Di Girolamo, Ezequiel Verona, María Racciatti, Rodrigo Etem y Manuel Fernando Sigüenza, entre otros.
Como advierte un informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, el porcentaje de población pobre aumentó del 51% al 56,6% de 2019 a 2020 en la provincia de Buenos Aires y, en la ciudad de Buenos Aires, del 9,8% a 13,6%. En el conurbano la pobreza infantil roza el 73%. A nivel nacional, ese porcentaje escaló al 42% el año pasado. No es casual que artistas de distintas disciplinas den testimonio de esta situación. Tanto la muestra de Fenochio (premiada en el SNAV en la categoría de pintura por su obra El pandenauta) como las esculturas de Sor exponen circunstancias que cualquier transeúnte del Área Metropolitana de Buenos Aires percibe con preocupación y dolor. Pero también es cierto que hay una tradición: desde la magistral pintura Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova; las obras de Guillermo Facio Hebequer, Agustín Riganelli, José Arato, Abraham Vigo y Adolfo Bellocq (los Artistas del Pueblo) y, en especial, de Antonio Berni (el pintor de “los ojos abiertos”), la representación de “el pobre” es una constante en el arte local.
A comienzos de agosto Betina Sor inauguró la vidriera de esculturas (In)visible del Palacio Municipal de General San Martín, en la esquina de la calle Mitre e Intendente Alberto M. Campos. “El Museo Casa Carnacini, que depende de la Subsecretaría de Cultura del municipio, me invitó a realizar una muestra -cuenta la artista a LA NACION-. Las obras pertenecen a una serie realizada entre 1989 y 2012, y representan figuras en distintas situaciones de vida. Las que se exhiben en la vidriera del Palacio Municipal tienen que ver con personas expuestas al desamparo, la intemperie y muchas veces a la invisibilización social”. El nombre de la muestra de Sor se refiere explícitamente a este aspecto. “Se pueden abrir o cerrar los ojos frente estas situaciones que desde hace décadas y décadas están en las ciudades de todo el mundo -agrega-. Yo, como artista, solo pude hacer lo primero”. Su obra, que seguirá expuesta este mes, fue criticada por El Dipy y sus seguidores en redes sociales (“Esto quieren para el pueblo”, escribió el cantante de cumbia en su cuenta de Twitter) y corrió el riesgo de ser levantada.
“Antoñito Laguna, cartonero bonaerense es de 2005 y fue hecha con una serie de changuitos que tenía guardados desde los años 90 -dice Sor-. Una vez que nació, me di cuenta de que ahí habitaba algo de Juanito Laguna, de Berni, artista al que admiro, y surgió su nombre. Juanito había crecido y yo lo estaba viendo. O La cautiva (después de Lucio Correa Morales), una maternidad que realicé en 1994 a partir de una fuerte influencia temática de La cautiva de Correa Morales, de 1905, que integra un grupo escultórico realizado en mármol con una composición piramidal que siempre me resultó atractiva. Esta madre sostiene y alberga a sus dos hijos y mira el horizonte perdido. Mi escultura toma a una cautiva de las calles de Buenos Aires que pide monedas a los transeúntes mientras da de mamar a su bebé y el otro duerme entre diarios. Mi obra intenta tener algo de la cautiva de Morales, en tanto no es más que heredera directa de la marginalidad y el sometimiento que recibieron los indios hacia fines del siglo XIX. No lleva ropas indias, ni vinchas, ni trenzas, pero sí la herencia cultural del desamparo y la lucha por la subsistencia en un medio hostil. Ella es cautiva de su ciudad y de su propio destino”. Algunas de las obras de esta serie escultórica pertenecen a colecciones como la de Fundación Federico Jorge Klemm, el Museo de Artes de Santa Rosa de La Pampa y el Museo de Artes Pompeo Boggio, en Chivilcoy.
El arte como reservorio ético
Para la secretaría de Patrimonio Cultural del gobierno nacional, Valeria González, la presencia fuerte de estos temas en la agenda artística está determinada por la realidad. “Y no es exclusivo del arte; la sociología, por poner un ejemplo, también está preocupada por la pobreza -dice González a LA NACION-. Pero el arte pone un diferencial sustancial, porque un artista es alguien capaz de sentir el dolor ajeno como propio. Y particularmente en este momento en que, con la crisis de proximidad que causa la tecnología y que intensificó dramáticamente la pandemia, el arte se vuelve fundamental como reservorio ético, porque como dijo Bifo Berardi la ética se basa en poder percibir el cuerpo del otro como continuación sensible de mi cuerpo”. Los espacios públicos, como pasa con galerías municipales o museos nacionales, alojan (figuradamente) esos cuerpos.
El viernes pasado, en El Moderno (avenida San Juan 350) se inauguró una muestra colectiva con obras de ocho artistas del taller de la revista Hecho en Buenos Aires, a cargo de Américo Gadpen y Dora Ventosa. La misma directora del museo, Victoria Noorthoorn, estuvo al cuidado de la muestra. Si bien las obras están expuestas en espacios de tránsito del museo (no se les asignó una sala), es la primera vez que estos artistas exponen en un museo público. Pionera, Fernanda Laguna los había invitado a mostrar obras en su galería de la calle Darwin, Para Vos Norma Mía, que dirige con Andrés Politano. “Comienza el inicio de la colaboración entre el Museo Moderno, que reafirma su proyecto de construir un museo para todos, federal, inclusivo y accesible, y Hecho en Buenos Aires, la empresa social y revista autogestiva creada por Merkin, cuya misión hoy es continuada por su equipo -señaló Noorthoorn-. El Moderno y Hecho en Buenos Aires potencian sus causas para la difusión de artistas, obras e ideas innovadoras y creativas con miras a la integración social y cultural”. Ambas instituciones son vecinas del barrio de San Telmo.
Se exponen conjuntos de obras de Alberto Díaz, Zulema Razzotti, César Ferreira, Fabián Tanferno, Jorge de Mendonça Gaziba “El Colo”, Wilson Yogurto, Helvio Rivero y Hornos y Zulma Villafañe. Según se informó, algunos de los artistas viven en situación de calle o atraviesan dificultades socioeconómicas. Díaz, por ejemplo, contó que había vuelto a vivir con su hija en San Francisco Solano y ansiaba volver cuanto antes a su “lugar en el mundo”, San Telmo. Con sus compañeros, los jueves asiste al taller, luego de la prolongada pausa de la cuarentena. Su obra está vinculada con el registro de la lucha de los movimientos sociales y de desocupados, y es una de las más políticas de El ojo interminable. Díaz es autor de las esculturas en tamaño real de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, asesinados por la policía bonaerense en las protestas del 26 de junio de 2002, que están en la estación de trenes de la Línea Roca, en Avellaneda. Las obras de Razzotti, según dijo Noorthoorn en la minivisita guiada del viernes junto con el ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro, y la artista Diana Aisenberg (”madrina espiritual” del taller), se emparienta con tendencias como la abstracción blanda, el ecofeminismo y la psicodelia. Las pinturas y dibujos de Rivero y Hornos son escenas cotidianas en plazas, calles y cuartos de pensiones porteñas.
La profesora Dora Ventosa contó que su tarea era no interrumpir la “verdad” que aflora en los trabajos de los participantes del taller, que en muchas ocasiones crean con materiales donados o reciclados por ellos mismos, como se ve en las obras de Wilson Yogurto. “Esto es muy emocionante”, dijo sobre la muestra en el museo porteño, que este jueves instalará en espacios comunes obras de otro artista que llegó de los márgenes: el escritor, editor y pintor Washington Cucurto.
En la galería de arte y centro cultural Munar (avenida Pedro de Mendoza 1555), ubicado en el barrio de la Boca, se exponen hasta fin de mes las enormes y detalladas pinturas de Alejandra Fenochio, donde se recrean escenas, en muchos casos nocturnas, de jóvenes y adultos que viven a la intemperie en barrios del sur de la ciudad de Buenos Aires. “Fenochio retrata lo que hay que poner en evidencia aunque es contundente en el ruedo urbano de esta contemporaneidad despojada y que despoja. Ficciones de lo real en una urbe donde todo es fauna: personas y animales, todes mascotas de un sistema que domestica y exhibe un silencio que sale de cuadro y que se escucha como un trueno”, escribe Cristina Civale en el texto que acompaña la muestra curada por Adriana Lestido y Carlos Herrera e incorporada al eje “Modos de habitar” de Bienalsur, la bienal “deslocalizada”. Fenochio estudió pintura con Luis Felipe Noé y arte político con León Ferrari y el Grupo Etc. También es escenógrafa, vestuarista y autora del libro Desborde. Hace décadas vive, trabaja y milita en el barrio de La Boca.
“Sin duda que la comunidad artística ha leído la vulnerabilidad física como pensamiento colectivo al ponerse en foco local, nacional e internacional la lucha por la diversidad, las minorías y el ejercicio de ruptura de las hegemonías históricas -señala Carlos Herrera-. Si bien las lecturas conceptuales de los artistas millennials sobrevuelan la declaración de la autopercepción y el empoderamiento de los cuerpos, no puedo dejar de pensar que esta crisis global vinculada al Covid, en un país pobre como el nuestro, transgrede al virus para volver a poner en foco a una sociedad que carecen de estructuras básicas para vivir. Tal vez la primera gran crisis vivida por esta generación”. Para este artista rosarino, que oficia como curador de Calle, “ese cóctel de artistas que se autoperciben y la crisis política/económica proyectan un futuro artístico enriquecido en la lucha y unidad de una comunidad artística tan precarizada como otras comunidades o minorías de este país que se manifiestan para sobrevivir”. En otras palabras, los reclamos por la ampliación y el cumplimiento de derechos individuales y sociales van juntos en la escena artística local.
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