La pasajera etnográfica
Dos libros de la francesa Annie Ernaux, escritos en forma de diario, registran con pulso clínico la vida cotidiana colectiva que se desarrolla en el transporte público y las calles suburbanas
Hija única de padres de extracción obrera, Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) logra escapar de la estrechez económica e intelectual que le auguraba su cuna gracias a sus estudios universitarios y a su voluntad de convertirse en escritora. Más que un mérito, este salto cualitativo aparece en sus novelas como un hecho vergonzoso, como si la burguesía a la que hoy pertenece la hubiera vuelto indigna ante los ojos de la niña que fue, la hubiera transformado en una traidora de su clase. Esta grieta en el interior de sí misma, esta lucha entre dos mundos inconciliables -el de "los dominadores y los dominados", según confesó más de una vez, dejando al descubierto su deuda con Pierre Bourdieu-, es una herida que no cierra en ninguno de sus escritos y que le transfiere al lector la incomodidad de tener que tomar partido por la compasión o la indiferencia.
Diario del afuera y La vida exterior no son los libros más autobiográficos de Ernaux. A pesar de tratarse de diarios, los fragmentos allí reunidos no apuntan al ombligo de quien los escribe sino al ombligo de los demás. "Nuestro verdadero yo no está verdaderamente en nosotros", garantiza Rousseau desde el epígrafe, y algo parecido asegura Ernaux en su nota al lector: "Son los otros, anónimos del subte, de las salas de espera, quienes nos atraviesan, los que despiertan nuestra memoria y nos revelan".
Animados por un idéntico espíritu etnográfico, y sin salirse de los límites de Cergy-Pontoise, los diarios transcurren entre 1985 y 1999. Cergy-Pontoise, a la que se le dedica un dossier con fotos y una somera cartografía, queda a cuarenta kilómetros de París y es lo que en Francia se conoce como "ciudad nueva", por haber sido creada de la nada para descomprimir la superpoblación de las grandes ciudades. Para Ernaux, que vive allí desde su fundación en la década de 1970, la carencia de marcas del pasado y las imponentes construcciones de cemento vuelven a Cergy una pantalla privilegiada para proyectar lo que a ella más le interesa, "la vida cotidiana colectiva", esa vida que sucede en el hipermercado, el centro comercial, el transporte público o la propia calle; lugares de paso que para la autora constituyen su transitado laboratorio.
Ernaux es una denunciadora serial de las diferencias de clase y su mirada maniquea del mundo (los que pueden elegir ser libres y los alienados, los que trabajan con el intelecto y los que lo hacen con las manos, los que viajan en colectivo y los que estacionan un Mercedes Benz en su garaje) reivindica invariablemente a los menos favorecidos. Así, ante la afirmación del historiador Jacques Le Goff en el diario Libération: "El subte me descoloca", ella retruca con ironía "¿A la gente que se toma el subte todos los días la descolocaría tener que ir al Collège de France? No tenemos la oportunidad de saberlo".
Ernaux no presenta una versión edulcorada de la pobreza, ni tampoco la demoniza. Simplemente la instala en el centro de la escena para despertar una conciencia social. La marginalidad no le es indiferente. Los vagabundos no se barren debajo de la alfombra. Si su literatura fuera una película, estaría a mitad de camino entre el cine de Robert Guédiguian y el de los hermanos Dardenne.
El paso del tiempo provoca en ella una nostalgia que poco tiene que ver con la imagen que le devuelve el espejo y mucho con los cambios materiales de su entorno: el grafiti que se va destiñendo en una pared, el negocio que cerró para siempre, el cambio de recorrido de un tren, el reemplazo del franco por el euro. El dinero no es para ella un tema menor: "De chica, vi el mundo a partir de los intercambios comerciales, porque nací en un almacén". De ahí su capacidad para percibir, por ejemplo, la relación que se puede establecer entre una clienta que reclama un artículo mal imputado, el acobardamiento de la cajera y la severidad actuada de la supervisora de un supermercado.
En Diario del afuera y La vida exterior la banda sonora pesa más que la imagen, y en ese punteo de diálogos, monólogos y reflexiones en off, lo que se dice es tan importante como el modo: ¿con qué volumen hablan madre e hija dentro del vagón de un tren?, ¿cómo pronuncia su discurso un político que aparece en televisión?, ¿a quién quiere engañar la entonación seductora del altoparlante de un centro comercial? Todo esto escrito con un estilo prácticamente invisible, de constatación, como si respondiera a un pacto de literalidad, que vendría a ser su marca registrada y el secreto para que todo lo que narra se vuelva reconocible y hasta palpable.C
Diario del afuera
La vida exterior
Annie Ernaux
Milena Caserola
Trad.: Sol Gil
198 páginas
$ 170
lanacionar