La paciente inglesa
Penelope Lively explora en Tigre lunar los dilemas de narrar la propia vida por medio de una historiadora que recuerda un efímero amor, en Egipto, durante la última guerra mundial
Una mujer le confiesa a una enfermera que está escribiendo la historia del mundo para luego corregirse, por lo bajo: "Una historia del mundo, sí. Y al mismo tiempo, también la mía". El comienzo de Tigre lunar, de Penelope Lively (El Cairo, 1933), no es novedoso –los moribundos que rememoran su vida son epidemia en la literatura– como tampoco lo es la trama que involucra a Claudia Hampton, por su forma predecible de ser novelesca: una bella historiadora viaja a Egipto como corresponsal de guerra entre 1940 y 1944 y se enamora de un oficial de tanques británico. Pero la relación con Tom Southern es efímera, ya que éste muere al poco tiempo de conocerla. De regreso a Inglaterra, Claudia se convierte en una escritora controvertida y exitosa, tiene una hija con un productor de televisión y acoge en su hogar a un estudiante de arte que huye de la revolución húngara.
Lo que sí es original en Tigre lunar (novela que en 1987 obtuvo el Premio Booker) es la convicción con que la protagonista responde al interrogante que plantea toda empresa autobiográfica: ¿cómo escribir la propia vida? La respuesta de Claudia podría confundirse con una cátedra dictada para sí en donde la práctica de revivir recuerdos se ajusta a una teoría establecida por ella misma de antemano. Los ejemplos son numerosos y por momentos redundantes: "Siempre he pensado que una visión caleidoscópica podría constituir una herejía interesante. Sacudimos el tubo y vemos qué sale. La cronología me irrita". O bien: "Usaré muchas voces en esta Historia. No es para mí el tono sereno y ecuánime de la narración objetiva". Se le podrá criticar a Lively la decisión de convertir a su heroína en la mejor –y la más pedante– guionista de su propia vida, pero es innegable que no habrá lector al que no le quede claro el modo en que la protagonista piensa, monta y escribe su autobiografía. En breve, un relato fragmentario, no lineal y plural en el que todo –pasado y presente– sucede al mismo tiempo, tal como ocurre dentro de su mente.
Una duda que puede despuntar entre los lectores menos distraídos es si verdaderamente toda la novela es producto de la memoria de Claudia. Frases como la mencionada por su hermano Gordon, poco antes de morir, invitan a pensar que sí: "A uno le molesta que lo eliminen del relato, más que cualquier otra cosa". Otros pasajes, en cambio, como aquel en el que su hija Lisa alude a su adulterio –un secreto bien guardado e insospechado para Claudia– llevan a concluir lo contrario.
Es notable lo creíble que resulta Lively al ponerse en la piel de una mujer tan poco maternal como su heroína, alguien que jamás se molestó en contarle un cuento a su hija y que considera la niñez una tierra ignota, cuando en realidad la autora de Álbum de familia comenzó su carrera en las letras escribiendo literatura infantil y cuenta con más títulos para niños que para adultos. Acerca de sus inicios como escritora, confesó en una entrevista: "Pensaba que no tenía nada especial que decir, pero intuía que quizá tuviera algo para decirles a los niños".
Según Lively, Tigre lunar surgió de sus ganas de escribir sobre Egipto durante la Segunda Guerra y de su curiosidad por explorar el modo en que opera la memoria. Dos cuestiones que en ella confluyen por haber nacido en El Cairo y vivido allí hasta 1945. En el listado de agradecimientos que precede a la novela este cruce se hace ostensible ya que los nombres de los especialistas en asuntos militares conviven con "ese álter ego, que entendía poco pero veía mucho." Si bien sus recuerdos se refieren a lo sensorial y constituyen una pequeña parte del libro, no por ello son menos significativos. Un buen ejemplo es el título. Moon Tiger –muy a pesar del esoterismo que sugiere su traducción literal: Tigre lunar– alude a una marca de espiral para mosquitos, un caracol verde que, según reveló la escritora, sus padres encendían en Egipto cada noche para mantenerla a salvo de picaduras.
La particularidad de que cada episodio del pasado sea narrado al menos dos veces, uno por la protagonista y otro por una voz diferente, es un modelo que se repite a lo largo de la novela y que permite concluir que toda historia de vida es un inventario de evidencias en guerra. De ahí la imposibilidad de rendir cuenta de un personaje de modo unívoco: "¿Cómo describir a Jaspers? De varias maneras, ninguna completa: en cuanto a mi vida, fue mi pareja y el padre de mi única hija; en cuanto a él, era un hábil y próspero empresario; en cuanto a la cultura, era una fusión de aristocracia rusa y alta burguesía inglesa".
Admiradora de Henry James, Penelope Lively logra en Tigre lunar algo muy propio del autor de Lo que Maisie sabía: manipular al lector. Más precisamente, hacerlo cambiar de opinión acerca de la protagonista según quien la observe en cada fragmento. Claudia Hampton podrá ser egocéntrica e irritante –¿o la que impacienta es la tejedora que hay detrás?– pero nunca es deshonesta: "No puedo desprenderme de mi piel y ponerme la de ustedes, no puedo vaciar mi mente de sus conocimientos y prejuicios, no puedo mirar al mundo con los ojos limpios de un niño, estoy tan aprisionada por mi época como ustedes por la suya". Después de una declaración semejante, mitad defensa, mitad acusación, habría que ver cuántos lectores –los hay susceptibles– se atreverían a arrojarle la primera piedra.
Tigre lunar
Penelope Lively
Manantial
Trad.: Rosa Corgatelli
271 páginas
$ 110
El extranjero
El misterio de la infancia
La alemana Christa Wolf escribió el relato en julio de 2011, cerca de medio año antes de su muerte, como regalo para su marido por el 60 aniversario del matrimonio. Publicado póstumamente hace un par de meses por Suhrkamp, ese texto, que ocupa poco más de 30 páginas, se titula August y, si bien toma un episodio de un desamparado amor infantil, que la autora había tratado ya en Muestra de infancia -novela autobiográfica de 1976- se lee como una especie de testamento. Según observó Oliver Pfohlmann en el diario Der Standard, Wolf logró aquí su relato más hermoso.