La novela preferida de Bioy Casares
Cuando hacia el final de su vida le pidieron a Adolfo Bioy Casares que eligiera sus novelas preferidas de todos los tiempos puso en primer lugar La conciencia de Zeno, de Italo Svevo. Muchos lo tomaron como una extravagancia o un capricho, tal vez porque la escuchaban nombrar por primera vez o no habían pasado por sus páginas. “Es un libro que siempre releo, y a Svevo lo siento como un hermano”, escribió Bioy. Se puede entender el porqué: aunque de manera parcial, Zeno Cosini, el protagonista, tiene algo de doble del espíritu de ABC.
"La conciencia de Zeno es una gran comedia neurótica y desencantada, pero también encantadora"
Zeno no es cuentista o novelista como Bioy, pero escribe. Lo hace a instancias de su psiquiatra, practicante del psicoanálisis, que le pide una autobiografía para que “se vea por entero”. La novela salió en 1923 –en estos días cumple cien años– y el pedido médico parece deberle algo a las narraciones del fin de siglo anterior, tan afectas a la psicología (aunque en el caso de Svevo sonara novísimo, gracias al toque freudiano). Por lo demás, La conciencia... solo podría haber sido escrita cuando Svevo la escribió. El orden de los recuerdos no sigue un orden cronológico. El ya maduro Zeno busca explicarse su supuesta existencia fallida para concluir que, bien mirada, toda vida es una forma de enfermedad. No hay razones para ese malestar: tiene una esposa a la que considera perfecta, es rico y respetado; ni siquiera necesita ocuparse demasiado de sus negocios. No se ve como un seductor, pero el aburrimiento y el desasosiego lo conducen al lugar común de la amante, que tampoco lo hace feliz.
A Bioy –tal vez porque no fumaba– le irritaba solo el primer capítulo, que es una obra maestra aparte: Zeno, perfecto enfermo imaginario, se encierra voluntariamente en una casa de salud en la que prometen quitarle el vicio por el tabaco. Más tarde que pronto logra que le contrabandeen unos cigarrillos y fugarse. La larga evocación que cuenta los inicios de su hábito parece haber dejado huella en “Solo para fumadores”, ese relato difícil de olvidar en que el peruano Julio Ramón Ribeyro genealogiza su propia historia de consumidor de humo empedernido.
La conciencia de Zeno es, de todas maneras, mucho más que ese capítulo en el que cualquier adicto a la nicotina de hoy puede seguir encontrando su preciso retrato. En su paso de comedia neurótica, desencantada y sin embargo encantadora, revela la asombrada incomodidad individual en un medio (la burguesía acomodada de Trieste, la ciudad austro-húngara y luego italiana de donde era Svevo) que ya intuía que pronto sería un anacronismo. Un ejemplo de escena que seguro le habrá gustado a Bioy: Zeno visita en busca de prometida a una familia con tres hijas. Cuando la más joven lo rechaza, se decide por la más linda. Durante una sesión de espiritismo, sin embargo, cuando busca entrar en complicidad tocándole el pie por debajo de la mesa, la oscuridad lo lleva a confundirse y rozar el de la bizca y adorable Augusta, con la que terminará casándose. Es un error, pero el más afortunado de su vida.
Que La conciencia… sea una novela clave de la modernidad no la vuelve sinónimo de vanguardia, aunque haya sido escrita en sus proximidades. En 1907, Ettore Schmitz (como se llamaba en realidad Svevo) buscaba un profesor de inglés para mejorar las comunicaciones de la empresa familiar que dirigía, una fábrica de pintura para barcos que tenía sucursal en Inglaterra. Algunas casualidades parecen diseñadas por un demiurgo bonachón: ese profesor resultó ser James Joyce, que por entonces vivía en Trieste.
Fue ese “mercante di gerundi” (como lo llamaba Svevo) el que lo impulsó a volver a escribir después de leer entusiasmado las dos novelas que el italiano había publicado años antes. Y sería él quien más tarde se dedicaría a fogonearla, casi a la par del Ulises, en la internacional de las letras de entonces, con centro en París. Lean La conciencia de Zeno. La recomendó el irlandés, la recomendó Bioy: dos tipos tan distintos no pueden equivocarse.
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