La novela de un novelista
THE MASTER Por Colm Tóibín-(Edhasa)-Trad.: M. I. Butler de Foley-440 páginas-($ 39)
El irlandés Colm Tóibín (1955) juega aquí una apuesta riesgosa: hacer de Henry James, maestro de narradores, el protagonista de una ficción inspirada en su vida y obra. Ni biografía, ni memorial, ni ensayo, aunque no puede esquivarlos del todo: la novela de un novelista. El empeño no es menor y si bien el resultado no está a la altura de la propuesta, la nobleza del intento redime en parte el fracaso.
Porque nada hay en The Master. Retrato del novelista adulto que el cultor de James o el novicio curioso no encuentre en la insuperable biografía de Leon Edel: veinticinco años de trabajo, cinco tomos (luego condensados en tres, dos y hasta uno solo), una investigación exhaustiva que participa por igual de la historiografía y la arqueología, la interpretación crítica, la reconstrucción de épocas (James vivió entre 1843 y 1916) y la conjetura poética. Se argumentará que el lector no vacilará en elegir entre 500 páginas y 2000; sólo cabe responder que el lector se lo pierde.
El procedimiento de Tóibín es atractivo: partir de enero de 1895, cuando James se dispone a estrenar su primera (y última) obra de teatro, Guy Domville -cuyo humillante fracaso lo encaminaría definitivamente a la narración- e ir entreverando, hasta octubre de 1899, episodios y recuerdos, incidentes y personas, referencias y apuntes tomados del corpus colosal -acumulado en densos cuadernos de notas - del que nacieron las ficciones admirables del escritor. El tema fundamental, el motivo recurrente de The Master , es el mismo de la obra toda de James: la soledad del artista creador, su deliberada distancia, simultánea, del sentimentalismo que podría adulterar el rigor de la escritura, y de la crónica a la manera del periodismo cotidiano. El mejor equipo para responder a la doble exigencia es la ironía, un humor tan sutil que a veces cuesta reconocer pero que empapa su visión corrosiva de una sociedad al borde del abismo. Nadie lo definió mejor que Borges (un ferviente discípulo), para quien James es "un habitante resignado y benévolo del infierno".
Como no podría ser de otro modo, lo mismo que en la biografía de Edel, Tóibín se apoya en dos acontecimientos llamativos: el misterioso accidente, ocurrido en la adolescencia, que habría perjudicado la capacidad sexual de James (con su habitual abuso del circunloquio y la perífrasis, la explicación que él mismo ha dado resulta incomprensible), y el no menos enigmático suicidio de su compatriota, colega y amiga Constance Fenimore Woolson, provocado, al parecer, por la falta de respuesta de Henry a sus muy recatados mensajes amorosos subliminales. Para el autor irlandés, el eje de la narrativa de James sería "Otra vuelta de tuerca", y el eje de su calculada mundanidad (y del paulatino alejamiento del mundo) la represión de la homosexualidad, enfáticamente rechazada en su tiempo, como ejemplifica el proceso de Oscar Wilde. Pero, como para satisfacer el actual auge del sexo a toda costa, Tóibín no vacila en imaginar una fugaz relación juvenil, durante una tregua en la Guerra de Secesión, del futuro novelista con nada menos que el célebre jurista Oliver Wendell Holmes Jr., quien sería luego juez de la Suprema Corte de los Estados Unidos.
Desfilan así los afectos familiares, los triunfos y los fracasos, las intimidades domésticas, las complejas relaciones de Henry con su no menos famoso hermano mayor, William, el psicólogo, y con su extravagante hermana Alice; los numerosos viajes, la fascinación por Europa, el encanto de Lamb House, su pequeña residencia en Rye, al sur de Inglaterra. Es curioso que no se mencione, aunque fuera de paso, la influencia que el desastre de Guy Domville tuvo sobre la manera de narrar: "Si no tengo éxito en el teatro -razona James en la biografía de Edel-, de ahora en adelante relataré como si se tratara de una obra de teatro, con sus diálogos y las acotaciones".
Otra curiosidad brota de este párrafo: "Había escrito tanto en estos años y con tal riqueza de detalle acerca de casas, que su amigo el arquitecto Edward Warren se ofreció a hacerle bocetos de Gardencourt o Poynton, Easthead o Bounds, casas que él había descrito habitación por habitación, plenas de una atmósfera cuidadosamente creada, cargadas de ornamentos y tapices desvaídos". Uno de los atractivos de Los despojos de Poynton reside, justamente, en que nunca se describe el interior de esa residencia: James, como siempre, se limita a sugerir la atmósfera, sin precisar detalles. ¿Y qué querrá decir esta frase enigmática: "Constance le provocaba acerca de la docilidad de sus antecedentes"? La chata traducción podría ser responsable, pero no se tiene a mano el original inglés para comprobarlo.
En cambio, sobresale la escena alucinante en que Henry hunde en el Adriático, en un anochecer espectral, las ropas dejadas por Constance, la suicida; o aquella otra, tan cómica -patética, acaso-, en que debe despedir a una pareja de criados infieles. A través de ellas puede sospecharse la verdadera calidad del autor.
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