La noche de Eduardo Mallea
¿Son novelas las novelas de Eduardo Mallea? La pregunta no pretende ninguna ocurrencia. Suele pasar que al leerlas se advierte que cualquier detalle de la trama está subordinado a mostrar otra cosa que no tiene nada que ver con la narración ni con la intriga. No faltará quien objete que siempre la novela hace eso. Las mesas de novedades de las librerías prueban el error de la objeción. Hace unos años, el resumen de esa posición era la frase, casi programa, “nada más que contar una historia”. El caso es que quienes quieren solamente contar una historia ni siquiera la cuentan bien, y no lo hacen porque es eso lo único que quieren hacer. Los novelistas que vale la pena la leer son en cambio los que estafan a la novela. Mallea era de estos últimos, aunque a veces lo disimulaba con probado éxito.
Pero muy al principio hubo un libro que puso en claro sus pretensiones, un libro más bien anómalo. Me refiero a Nocturno europeo, de 1935. Las páginas habían aparecido inicialmente por entregas en LA NACION, pero en la edición de Sur Mallea añade una “Despedida del novelista”. Explica en uno de los pasajes: “Era un Nocturno desagradable, abarrotado de confusión y de apuro. Eso era lo que había escrito. Tantos años de pulcritud laboriosa frente al papel, de lucha, de clarificación solicitada, perseguida –y ahora… esto”.
Nocturno europeo, dedicado a Victoria Ocampo, declara recién empezado: “Desde hacía meses vivía roído por una salvaje desesperanza”. Mallea escatima la evidencia de si quien habla es una primera persona o una tercera. Sabemos por fine que quien habla es Adrián. El libro es el despliegue desesperado de esa desesperanza., en París, en Florencia, y podríamos agregar, donde se quiera. Lo alcanza acaso a él mismo, cuando impugna a los intelectuales (“Sí; intelectual, aquel cuya mentira es tan irreplicable que se parece a la verdad”).
No muchos habrán entendido Nocturno europeo entonces, y uno de esos pocos fue Leopoldo Marechal. El colofón de Nocturno… dice “Mediados de octubre de 1935″. En diciembre, Marechal publicó un ensayo sobre el libro en el número 15 de la revista Sur. Observa: “En un pasaje de su obra Mallea dice que su héroe no está maduro para interrogar; yo creo que sí lo está, ya que todo él se ha convertido en una interrogación viviente”. Lo dice también Mallea: “¿Qué es el amor sino, ante otro ser, una respuesta que se anticipa?”.
Añade además Marechal: “Lo que verdaderamente ocurre es que la noche está realizándose en el observador protagonista de la obra [...] Sustraerse a la corriente del mundo es enfrentarse de pronto con la soledad, y negar lo que hasta entonces había sido la diurnidad de su vida es enfrentarse con la noche y muerte”. El final de Nocturno... es liminar: Adrián va a subir una montaña camino al hotel.
Que yo sepa, fue Pedro Luis Barcia quien hizo el descubrimiento crítico de la afinidad espiritual entre el Adrián de Nocturno europeo y el Adán de Adán Buenosayres, que era la afinidad espiritual entre Mallea y Marechal, que le dedicó la primera edición de Descenso y ascenso del alma por la belleza, del que habría que repetir, con Barcia, que es sin más “el mejor ensayo de estética escritor por un artista argentino”.
En Historia de una pasión argentina, Mallea escribió acaso la prolongación colectiva, o más bien el reverso nacional de la desesperación de Nocturno europeo. También de ese libro se ocupó Marechal en el número 1 de la revista Sol y Luna en una “Carta a Eduardo Mallea”. Le dice: “Lo que podemos afirmar en lenguaje directo es que nuestra Argentina irá levantándose a medida que crezca el número de los despiertos, entre los dormidos, y el de los ‘sobrios’, entre los ‘ebrios’”.
Después las dedicatorias fueron suprimidas, y, en la Argentina cataléptica, de Mallea y de Marechal nadie se acuerda ni se sabe ya cómo leerlos.