La nieta de Picasso retrata al artista como un monstruo
En un libro de próxima aparición en Inglaterra, Marina Picasso recuerda su sadismo
(The Sunday Times).- Pablo Picasso fue un monstruo que necesitaba calmarse con sacrificios humanos como un dios azteca, afirma su nieta, Marina Picasso. Las víctimas elegidas eran sus seres queridos. "Nadie en mi familia pudo escapar a su total dominio. Necesitaba sangre para firmar cada una de sus pinturas." Suena como hiperbólico, pero la tasa de muertes sugiere la existencia de una terrible maldición familiar.
El hermano de Marina, Pablito, se suicidó tomando lavandina. Su abuela, la alguna vez hermosa Olga, murió paralizada. Su padre Paolo murió trágicamente. Jacqueline, última mujer de Picasso, se pegó un tiro. Maria Thérése Walter, musa del artista, se ahorcó. Marina no duda de que ella era también una posible víctima. "Para crear, él debía destruir todo lo que estaba en el camino de su creación. Sin embargo, al igual que él, tengo una enorme energía y un carácter fuerte; de no ser así, estaría muerta también yo."
Sin embargo, ella no salió ilesa: pasó 14 años en terapia psicoanalítica, tuvo ataques incontrolables de llanto, desvanecimientos y gritos. "He pasado toda mi vida tratando de escapar de la miseria creada por Picasso", declara. También se disgustó con los otros herederos y los acusó de ambición y "mal gusto" por vender el nombre de la familia a Citro‘n. Ellos miran con recelo el que haya adoptado a tres vietnamitas y adulteraron el testamento de sus dos hijos.
Incalculablemente rica
En la actualidad, con 50 años, elegante, compuesta e incalculablemente rica, divide su tiempo entre Ginebra y la enorme casa blanca de Picasso en Cannes, que alguna vez asoció con tristes recuerdos. También dirige una fundación para niños huérfanos de Vietnam y cede pinturas de su abuelo a galerías de todo el mundo.
Tenía 22 años cuando Picasso murió, en 1973. Al creer que todas las desgracias de la familia provenían del arte, declaró que no quería heredar nada. Los abogados franceses la convencieron de que esto no era posible, y aceptó un cuarto de la herencia, pero clavó las pinturas contra la pared para no tener que verlas. Ella creía que su abuelo había vuelto de la tumba para causar la muerte de su hermano. Seis días después de que Picasso murió, Pablito bebió una botella de lavandina. "Nosotros queríamos a nuestro abuelo, pero nunca fue recíproco. Cuando murió, mi hermano y yo deseamos verlo una última vez pero Jacqueline no nos quiso recibir. Pablito fue hasta la casa solo, pero le tiraron los perros, volvió a la suya y se quitó la vida."
En un nuevo y notable libro, "Picasso, mi abuelo", que será publicado el 8 de noviembre por Chatto & Windus, Marina describe cómo cada miembro de la familia se hizo dependiente y cobardemente sumiso al dominante ego de Picasso. "El virus Picasso del que fuimos víctimas era sutil e invisible", asegura. "Era la combinación de promesas no cumplidas, abuso de poder, mortificación, orgullo y, por sobre todo, incomunicación; estábamos indefensos en contra de ello." Por otro lado, estaban conectados por un manejo financiero que los mantenía en la pobreza. Todos los jueves era el día de la "renta": Marina y Pablito eran llevados por su padre hasta la gran casa blanca para recoger su miserable suma semanal.
Con mucha frecuencia un viejo criado italiano les informaba que "el señor no está en casa" o "está durmiendo" La frase de Jacqueline era memorable: "El sol no desea que se lo moleste". El gran hombre estaba acostumbrado a recibirlos en paños menores con todos sus atributos a la vista. En una muestra de su omnipotencia, que continuó hasta el fin de su vida.
Relación directa
Acostumbraba a humillar a su propio hijo Paolo (padre de Marina), al que tenía de chofer y muchacho de los mandados. A los 14 años, Marina, resentida de que los trataran como a peones en las transacciones semanales financieras, intentó junto a su hermano relacionarse directamente con su abuelo. "Queríamos tener nuestra propia identidad, pero fuimos vencidos. Creo que mi abuelo no estaba realmente interesado." Como llegó a negarles las cuotas de estudio, Marina se empleó en un instituto para ayudar a discapacitados severos. Necesitaba comprender las desgracias de ellos para poder sobrellevar las propias.
Algo dentro de ella estaba mal, sin embargo, y en 1984 tuvo una depresión aguda. Estaba llevando a sus dos hijos a la escuela cuando tuvo un ataque violento de pánico en medio de la ruta. Finalmente, pudo pedir ayuda.
En el presente cree que la imagen de su abuelo fue distorsionada. "Durante mucho tiempo sostuve que Picasso era el único responsable de nuestras desgracias, que todo era su culpa." Hoy piensa que no lo llegó a conocer del todo debido a la irresponsabilidad de sus padres, que impregnaron sus encuentros con actitudes serviles.
Entonces, ¿finalmente el virus Picasso se ha extinguido? "Personalmente creo que me he liberado de él", manifiesta. "Sólo podemos desear que así sea."
Traducción: María Elena Rey