La nave, los sueños y Aguante Baretta
Mientras el gestor cultural Gabriel Patrono publica los Cuadernos de la belleza inevitable, el bajista de un grupo icónico del under de los noventa, festeja sus 50 años
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Hay una canción de Arbol que dice “Trenes, camiones y tractores, ¡tanta fuerza! ¡tanta fuerza!”. Esa frase se repite tres veces en los primeros veinte segundos y en cada repetición suma una voz, construyendo un maravilloso juego de armonías vocales sobre un punteo ferroviario, casi punk de la guitarra. La canción va in crescendo, y es una canción de amor inusual, tan inusual como ese grupo del Oeste del Gran Buenos Aires.
Me acordé de “Trenes, camiones y tractores” porque esa oda la energía creativa infinita define muy bien a Gabriel Patrono. Su nombre es indisociable de La Nave de los Sueños, el proyecto colectivo que fundó a mediados de los 90, y que se define como “un grupo de producción y gestión cultural que enfoca su trabajo hacia el estímulo”. Con la difusión del cine alternativo como objetivo principal, en estos 27 años La Nave tuvo diferentes sedes para sus encuentros (desde hace años, el Auditorio de la Biblioteca Nacional), pero siempre con un espíritu trashumante.
Hace algunas semanas, Gabi lanzó Cuadernos de la belleza inevitable, un fanzine de edición limitada con sus memorias de la adolescencia y la primera juventud, narradas con el candor de aquella edad: las complicidades rockeras en la escuela y en el barrio, las evocación de los primeros recitales, las escapadas desde San Justo a Capital para ver en vivo el programa Submarino Amarillo, con Tom Lupo en Radio del Plata y mil aventuras más. Incluye una evocación de Entre las medias, su primera banda, donde cantaba nuestro querido amigo en común, Pablo Montiel, y un cameo de Pajarito Zaguri, que vivió un mes en la sala de ensayo del grupo. El cierre es con una fallida gira a Villa Gessell con su banda posterior, Al Borde. Spoiler: todo salió mal, se terminaron separando y Gabi vendió su batería.
A mediados de los 90, Gessell era un destino elegido por las bandas de rock para hacer temporada. A la tarde tocaban en paradores y más tarde en la peatonal, en boliches o en pubs. Un clásico de esos veranos era Aguante Baretta.
En un cruce de humor irreverente y nostalgia televisiva, honraban desde su nombre a ese detective que tenía como mascota a una cacatúa y utilizaba métodos pocos convencionales. También le dedicaron una canción a Olmedo (antes de que Fito escribiera “Tema de Piluso”), a Doña Petrona, al Doctor Mario Socolinsky y a los dibujitos de Heidi. Yo los conocí por el programa La culpa la tuvo la vieja, que conducía Rafa Juli con el percusionista de la banda, Nicolás Costello. Y pronto los empezamos a seguir con el Tano, con Pepi, y con otros queridos amigos de la adolescencia.
Pero el Baretta que sobresalía era Náspid, el bajista, que en su rostro lucía una media barba, tenía una sonrisa pícara y usaba un micrófono inalámbrico con el que, a veces, se iba a tocar a la orilla del mar (una vez, me contaron, lo tiró una ola).
Nos hicimos amigos unos años después, cuando había armado otro grupo, Asado Violento. Planeamos un fanzine que nunca salió, grabamos unas notas para un programa de tele que nunca llegamos a concretar y al tiempo se fue a vivir a Barcelona, donde creó su alter ego solista, Náspid Franzapán.
En 2009, viajé a esa ciudad y paré en la casa del bandoneonista Marcelo Mercadante. Cuando le conté que iba a almorzar con Náspid, me habló maravillas de él. El ex Aguante Baretta lo había ayudado a montar su estudio casero. Ese reencuentro, pinchos vascos de por medio, fue inolvidable por varios motivos. Entre ellos, porque me mostró la “clarita”, una mezcla de cerveza y gaseosa de limón muy común en la península ibérica.
Con hits como “Two bondies” (la historia de un noviazgo frustrado por dos colectivos de distancia entre las casas de los enamorados) sigue en la senda musical, de vuelta en Buenos Aires. El año pasado nos dio un susto grande, tuvo covid y estuvo un mes en coma. De nuevo entre nosotros, celebra sus 50 años con un show junto a The FrascoEmpanaders en Rondemán, Lavalle 3177, el viernes 29. Con él brindaremos.
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