El mundo espera conocer la pieza que falta en el rompecabezas judicial: si al poeta chileno lo asesinaron o falleció de un cáncer, como dice la historia oficial; el proceso, que lleva casi doce años, analiza actualmente los informes de un nuevo panel de expertos; sus últimos días y las contradicciones en los relatos
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SANTIAGO DE CHILE.- Pablo Neruda murió en la clínica Santa María de Santiago de Chile el 23 de septiembre de 1973, a los 69 años, doce días después del golpe militar de Augusto Pinochet. Su verdadero nombre era Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto pero, inspirado en el poeta checo Jan Neruda, de muy joven decidió usar un seudónimo para esconderse de su padre y escribir. Sus versos y sonatas son un clásico de la literatura universal y su legado literario y humanitario es inmenso. En 2023 se cumple medio siglo de su fallecimiento y el centenario de su primera publicación, Crepusculario. Es con esa atención del mundo entero puesta en la gran efeméride que vuelve a tomar visibilidad el juicio que desde hace casi doce años intenta esclarecer si al premio Nobel lo mataron o si, como cuenta la historia oficial, murió de cáncer.
Actualmente se analizan los informes del tercer panel de expertos internacionales que evaluó las posibilidades de que a Neruda lo hayan envenenado. Por segunda vez, los científicos habrían confirmado el hallazgo en el cuerpo de un tipo de bacteria que, de manera natural, no debería estar allí. Sin embargo por ahora no pudieron confirmar si esa cepa tóxica de la clostridium botulínica fue inyectada al escritor durante su internación o si provenía de alimentos contaminados.
En Chile, en América Latina y en demás países hispanoparlantes, aunque también más allá de las fronteras idiomáticas, porque su obra fue traducida y celebrada en 35 lenguas, la obra del autor nacido en Parral en 1904 es reconocida por su grandeza y trascendencia: 45 libros, antologías, versos, sonetos, canciones desesperadas y memorias. Tres casas custodian su legado: La Chascona, en el barrio Bellavista de Santiago; La Sebastiana, en el cerro Florida de Valparaíso, y la de Isla Negra, donde yacen sus restos junto a los de Matilde Urrutia, su tercera esposa.
Sin embargo, el abandono a su primera esposa y a su hija con discapacidad, y el abuso de una mujer que él mismo describió en las páginas de Confieso que he vivido son aspectos que oscurecen su biografía y razones por las que ha sido cancelado en los últimos años. De hecho, una vieja iniciativa para rebautizar el aeropuerto de Santiago Comodoro Arturo Merino Benítez con el nombre de escritor, que reflotó en 2018, provocó indignación social y revuelo mediático.
La prosa, la prensa y el cine hablaron de su vida, y su muerte fue ocasión para volver sobre su persona. Los hechos que rodearon aquel 23 de septiembre reabrieron un capítulo inconcluso de su biografía. Hoy, el mundo mira y espera expectante el desenlace de la historia después de Neruda. Desde 2011, una investigación penal busca determinar las circunstancias en las que se produjo su deceso: ¿Fue por el cáncer de próstata que padecía o fue envenenado como se planteó varias décadas después de su fallecimiento?
Como un rompecabezas al que le falta la última pieza, esta crónica muestra una paleta de grises. Hay testimonios que no coinciden y una familia dividida. Hay un escenario político y, por supuesto, detrás del premio Nobel está la escena cultural expectante. Hay verdades y mentiras. Hay puntos suspensivos que podrían pasar a la historia.
Por supuesto que no es este el único caso de Derechos Humanos que se investiga de la época de la dictadura. “En 2010 recibimos un listado de causas de personas que efectivamente habían sido ejecutadas o habían desaparecido en el período entre 1973 y 1990. Dentro de ellas está la de Neruda”, contextualizó Mario Carroza, exmagistrado de la investigación y actual juez de la Corte Suprema y Coordinador Nacional sobre violaciones a los Derechos Humanos, en conversación con LA NACION.
Uno de esos casos corresponde a la investigación sobre la muerte del expresidente de Chile Eduardo Frei Montalva, fallecido en 1982, también en la Clínica Santa María y con sospecha de envenenamiento. Si bien en 2019 un juez de primera instancia había acreditado el homicidio y condenando a seis personas por la muerte del exmandatario, el fallo fue revocado por la Corte de Apelaciones en 2021.
Primer capítulo de la historia después de Neruda
“Yo soñaba todos los días con Neruda. ‘Apúrese, diga que me asesinaron’; y yo le preguntaba: ‘Don Pablo, ¿Dónde?, si nadie me recibe’. Recorrí muchas partes, hasta que por fin se me escuchó y se publicó”, recordaba Manuel Araya, de 76 años, hace pocos días, en una conferencia en Santiago de Chile. Araya trabajó como chofer de Neruda por menos de un año, cuando el poeta regresó de París a comienzos de los años 70 -había sido designado embajador en Francia por el gobierno del presidente Salvador Allende, después de una carrera política como senador entre 1945 y 1953-.
El caso es que el 8 de mayo de 2011, Araya declaró en un reportaje en el diario mexicano Proceso: “Lo único que quiero antes de morir es que el mundo sepa la verdad, que Pablo Neruda fue asesinado”. Inmediatamente, el Partido Comunista, representado por su presidente Guillermo Teillier, entonces diputado en el Congreso Nacional, presentó una querella penal por los delitos de homicidio y asociación ilícita cometidos contra Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, recibida con el expediente N°1038 en el juzgado 34 de crimen de Santiago.
Esa no era la primera vez que el chofer formulaba la hipótesis del envenenamiento. Ya el 26 de junio de 2004, el diario chileno El Líder de San Antonio había publicado una entrevista titulada A Neruda lo mataron, que no logró capturar demasiada atención. Su relato había sido contradictorio: mientras que en una respuesta Araya afirmaba que Neruda había fallecido de cáncer, en otra, aseguraba que lo habían matado. “¿Por qué dice eso?”, le preguntó el periodista. “Porque Neruda tenía un manchón rojo en el costado del estómago y, según él, lo habían pinchado y estaba durmiendo cuando le pusieron una inyección. Por eso yo no me he sacado de la cabeza que murió, no de cáncer. Creo que a Neruda lo envenenaron”, precisaba el chofer.
Es importante aclarar que no existe una única versión sobre la cronología de los últimos días del poeta chileno. La de Araya difiere, por ejemplo, de la que Urrutia relata en su libro Mi vida junto a Pablo Neruda. Tampoco Bernardo Reyes -sobrino nieto del poeta y nieto de Rodolfo Reyes, sobrino de Neruda y abogado querellante en la causa- está de acuerdo con la versión del chofer ni con la de la parte demandante.
No hay imputados formales en la causa. En su momento se mencionó al difunto médico Sergio Draper, representado por Erwin Sapiain, pero en diálogo con LA NACION el abogado relató que si bien Draper habría sido quien recibió a Neruda en la clínica cuando llegó desde Isla negra, luego un tal doctor Price lo habría reemplazado. También en diálogo con LA NACION, el juez Carroza aseguró que “jamás se encontró ni se detectó a Price, a pesar de haberse consultado a todas las universidades y al Colegio Médico”.
Los últimos días
Antes del golpe de Estado todo parecía normal: “Viajábamos por el Litoral, íbamos para todos lados. Él salía a escribir y lo pasaba muy bien. Neruda fue de la buena mesa y de la buena vida. No había día en que no tuviera invitados a cenar”, recordó Araya en la reciente conferencia, a la que asistió LA NACION.
El 11 de septiembre de 1973 amanecía con calma: “Un chorro de luz alegre me golpeó el rostro cuando abrí las ventanas. Tranquilo se veía el mar, tranquilo estaba el cielo, y un aire tranquilo mecía las flores del jardín. Me sentía animosa, le debo haber sonreído a esa mañana llena de luz. (...) —recuerda Urrutia al comienzo de sus memorias—. El mar, como siempre, allí estaba, golpeando las rocas con grandes olas, pero esa mañana como un vaivén inocente”.
La tranquilidad duró hasta que escucharon por la radio el discurso de despedida de Allende. Por emisoras extranjeras se enteraron de que La Moneda había sido bombardeada e incendiada, y que el presidente había muerto. Esa misma tarde comenzó a regir el toque de queda en todo el territorio nacional y la junta militar tomó el poder -gobernaría 17 años, hasta las elecciones de marzo de 1990, cuando ganó en las urnas el candidato demócrata cristiano Patricio Aylwin-. Ese mismo martes negro, cuenta su esposa, Neruda comenzó con fiebre, pero hacia el 14 de septiembre ya había mejorado. En algún momento se oyeron voces: la casa estaba rodeada por militares. Araya, en la entrevista del 2011 con Proceso que firma Francisco Marín, señaló que el allanamiento fue el 13 de septiembre. También, en varias ocasiones, declaró haber visto un buque de guerra fondeado frente a la casa de Isla Negra, dato que no aparece en el libro de Urrutia.
El 18 de septiembre Chile celebra su independencia. El país entero se viste de folklore, con poncho y chupalla, bailan la cueca. Aquel 18 fue un día triste.
El relato se bifurca
Según las declaraciones del chofer, la internación formaba parte de un plan para que el escritor viajara a México y, desde allí, convocara a intelectuales y gobiernos del mundo para derrocar a Pinochet. El exembajador Gonzalo Martínez Corbalá se movilizó para ayudarlos: alrededor del 17 de ese mismo mes, se habría comunicado para decirles que había conseguido una habitación en la clínica Santa María, donde debían esperar la llegada del avión ofrecido por el entonces presidente mexicano Luis Echeverría. Lo que seguía era trasladar a Neruda al sanatorio en una ambulancia, donde permanecerían del 19 al 22 de septiembre, cuando Neruda y su esposa abordarían el vuelo. Así, el 19 de septiembre, a las 12.30, partieron rumbo a Santiago. El trayecto duró seis horas. Iban sin salvoconducto y fueron interceptados varias veces en el camino. El peor control fue en Melipilla. Araya, por su parte, los escoltaba en el Fiat 125 blanco.
Ya hospitalizado, el 20 de septiembre visitaron al poeta el entonces embajador de México, el demócrata cristiano Radomiro Tomic y otros amigos. La nota del diario Proceso sostiene que, si bien el viaje a México estaba previsto para el 22 -fecha que confirmaron en la reciente conferencia-, ese mismo día llegó un mensaje. “La embajada avisó que el avión dispuesto por su gobierno tenía programado salir de Santiago el 24 de septiembre. Le comunicó además que el régimen militar había autorizado su salida”. Fue entonces cuando Neruda les habría pedido a su esposa y al chofer que fueran a Isla Negra a buscar sus pertenencias.
“Neruda estaba bien de salud, lúcido. Contento de que se iba a pedir ayuda a los gobiernos, a los intelectuales del mundo para derrocar a Pinochet en tres meses”, declaró recientemente Araya. Esto difiere de lo que cuenta el autor, diplomático y miembro de la Academia chilena de la Lengua Jorge Edwards, en su libro Adiós poeta, recogiendo un testimonio del pintor Nemesio Antúnez: “Nemesio visitó a Neruda en la clínica Santa María el día sábado 22 de septiembre de mañana, menos de 24 horas antes de su muerte. El poeta estaba cansado, afiebrado, adolorido, pero perfectamente lúcido”, escribió Edwards.
“Pero Neruda, por otras razones, me manda a mí con la Matilde a buscar las cosas; él tenía una amante, la Alicia Urrutia, sobrina de la Matilde, y se quería despedir de ella antes de irse”, agregó el chofer en su relato de 50 años después.
Siempre según Araya, cuando estaban en Isla Negra haciendo las valijas, Neruda habría llamado por teléfono con un mensaje alarmante: “Vénganse rápido, porque mientras dormía entró un doctor y me colocó una inyección”. En el hospital, el poeta le habría mostrado el punto del pinchazo. “Entonces lo que hago es tomar una toalla, la mojo y se la pongo en el estómago. Y veo una manchita chiquita rojiza, como una moneda de cinco pesos. En eso, voy al baño a lavarme la cara, porque estaba muy cansadito de haber ido a Isla Negra, y cuando vuelvo un médico rubio me dice: ‘vaya a comprar esta receta a Don Pablo’. Salí disparado a buscar el medicamento, y cuando voy por Balmaceda, me interceptan dos autos”, relató Araya a la prensa.
El chofer fue detenido y llevado al Estadio Nacional. Araya nunca más volvió a ver a Neruda.
Según Matilde Urrutia cuenta en su libro, el motivo del traslado de su esposo a la clínica fue de salud -en ningún momento se refiere a un plan para escaparse del país-. En el relato de la mujer, el 18 de septiembre Neruda volvió a presentar un estado febril, por lo que se comunicó con el médico de cabecera, Roberto Vargas Salazar, quien al día siguiente le envió la ambulancia para ingresarlo en la clínica Santa María en Santiago. “Hoy es 19 de septiembre y tengo todo preparado esperando la ambulancia. Pablo está triste, hay en él una mirada lejana que no acierto a explicarme”, describe en las páginas de sus memorias. Luego, acuerda en que varios amigos asistieron a visitar al poeta, entre ellos el entonces embajador de México, pero manifiesta que al principio Neruda no quería irse. Pero al día siguiente, el 20 de septiembre, volvió el diplomático para convencerlo, y Neruda accedió. “Con gran alegría de mi parte, dijo por fin que nos iríamos por un corto tiempo, que llevaría solo lo más indispensable, porque él regresaría de todas maneras”, escribió su esposa.
Urrutia no especifica la fecha en que partió con el chofer a Isla Negra a buscar las pertenencias, pero sí cuenta que estando allá recibió el llamado de su marido pidiendo que vuelvan. ‘No puedo hablar más’, le dijo a Matilde. De regreso, la mujer subió a la habitación 406 y lo encontró muy excitado y apenado con la situación del país. ‘Están matando gente. Entregan cadáveres despedazados (...) ¿Usted no sabía lo que le pasó a Víctor Jara? Es uno de los despedazados, le destrozaron sus manos’, le indicó a su esposa. Tras ello, Neruda cambió de opinión respecto del viaje: “Y con voz muy suave, pero firme, me dice que no se irá de Chile y que quiere que esta decisión sea también la mía”, narra Matilde. “Nos quedamos —le respondió— y me alegra su decisión. Le hablaré al embajador para agradecerle al presidente Echeverría su invitación”. Ese mismo día la fiebre volvió a subir.
Para entonces Urrutia advirtió que el chofer había desaparecido, “como si se lo hubiera tragado la tierra”. Más tarde se enteró que lo habían detenido y llevado al Estadio Nacional.
El 23 de septiembre Urrutia le pidió a Laura, la hermana de Neruda, y a su amiga Teresa Hamel, que la acompañaran. Estaban las tres mujeres tristes. “De repente, lo veo que se agita. Qué bueno, va a despertar. Me levanto. Un temblor recorre su cuerpo, agitando su cara y su cabeza. Me acerco. Había muerto”, remata en el libro.
Después pasó de todo. Para empezar, hubo varios funerales. El primero fue el 25 de septiembre en el Cementerio General, en un mausoleo de la familia Dittborn. El 7 de mayo de 1974, sus restos se trasladaron al nicho 44, módulo México del mismo cementerio. Y finalmente, con el retorno de la democracia, el 12 de diciembre de 1992 Neruda es enterrado en Isla Negra junto a su esposa, fallecida en 1985.
Un expediente abierto
Entonces, ¿cómo murió el escritor? Todos aguardan lo que parece un final de novela, mientras la investigación penal que busca esclarecer las circunstancias que rodearon la muerte del poeta continúa sumando fojas al largo expediente.
En estos casi doce años, los restos de Neruda se exhumaron reiteradas veces y muestras de sus restos viajaron por el mundo. En 2013, el juez Carroza, entonces a cargo de la causa, ordenó un análisis toxicológico que indicó que el poeta había muerto por su cáncer de próstata. Posteriormente, hubo tres paneles de expertos que investigaron este aspecto. En 2015, apareció una bacteria que puso todo en duda, el estafilococo dorado. En 2016, los restos volvieron a Isla Negra, donde tuvo lugar el cuarto funeral. Y un año más tarde, un segundo panel identificó la presencia de una clostridium botulínica que podría a ser muy tóxica, lo que dio lugar a un tercer panel de expertos, científicos y peritos internacionales.
El miércoles 16 de febrero pasado la magistrada actualmente a cargo, Paola Plaza, recibió los informes finales de este grupo de peritos, que tenía por objetivo clarificar si la bacteria clostridium botulínica encontrada en las osamentas de Neruda guarda o no relación con su muerte. Escudada en el secreto de sumario, la jueza revisa y estudia ahora esos informes; buscará entender el caso en su conjunto, valorando los antecedentes de todos estos años, antes de dar un veredicto. No hay plazos definidos para eso.
Al parecer, las conclusiones de los expertos no fueron contundentes: “Lo forense trata sobre la biología humana, nunca la cuestión es sí o no. No es matemática, es biología. La que va a tener que decir es la jueza”, respondió a LA NACION Gloria Ramírez, coordinadora del panel, minutos después de entregar la documentación a la magistrada.
Rodolfo Reyes, sobrino de Neruda y abogado querellante, aseguró por su parte haber tenido acceso a los informes de los laboratorios que participaron de las pruebas -el canadiense Ancient DNA, de la MacMaster University, y el Danés Genética Forense, de la Universidad de Copenhague- y anunció que los forenses efectivamente concluyeron que el clostridium botulinum estaba en su cuerpo en el momento de la muerte, dando por hecho que esto confirma la hipótesis del crimen.
Pero una nota publicada en The New York Times anticipó: “Los científicos encontraron en el cuerpo de Neruda un tipo de bacteria potencialmente tóxica que, de manera natural, no debería estar allí y confirmaron que estaba en su sistema cuando murió (...). Pero no pudieron distinguir si se trataba de una cepa tóxica, y no pudieron concluir si le inyectaron la bacteria o si, en cambio, provenía de alimentos contaminados”.
La familia dividida por la causa
En esta historia hay un personaje que hace tiempo viene criticando el devenir de los hechos: Bernardo Reyes, nieto de Rodolfo Reyes y sobrino nieto de Neruda. Él no se opone, por cierto, a la investigación judicial ni a la labor de los peritos. “Sería absurdo. Sería entrar en una espiral de negacionismo. Aquí hay una cuestión muy válida y que tiene una gran importancia desde el momento inicial de la investigación, acerca de un supuesto asesinato”, respondió a la consulta de LA NACION.
Su crítica se ha centrado en torno al relato del chofer. En 2018, Bernardo Reyes publicó El guardaespaldas de Fidel, crónica de un asesinato imaginario (de RIL ediciones), con el resultado de todas sus investigaciones. Un libro en el que el autor busca evidenciar las contradicciones mediáticas surgidas durante todos estos años. “Todo este juego de abalorios tiene, ha tenido y tendrá como resultado un pesado collar difícil de llevar. Será más bien un cepo. Mito e historia en Neruda siempre han formado una sola unidad difícil de separar. Este patético caso parece ser lo mismo, aunque con protagonistas variopintos que, cada uno desde su ratonera, intenta robar un pedazo del queso que alguien dejó a la vista —se lee en la página 70 del libro—. No, Manuel Araya no es un héroe. Un mitómano no puede serlo. Y los querellantes tendrán algún día que responder por sus actos, aunque la impunidad y el arribismo campeen y envenenen el alma nacional”, continúa. En el libro deja entrever la división familiar que ya viene de hace tiempo en torno a esta causa.
El 15 de febrero pasado Bernardo Reyes envió una dura carta a la prensa: “Todo este revuelo periodístico es de una monumental ignorancia y oportunismo. Y más temprano que tarde tendrá que retornar la sensatez de ver los hechos sin las vestiduras amarillas de páginas escritas repitiendo lo dicho por otros, sin reflexionar ni analizar documentalmente los hechos”.
¿Puede el misterio pasar a la historia?
Más allá de las interpretaciones que las partes puedan hacer sobre los informes del último panel de expertos, ahora solo resta esperar a que la jueza dicte sentencia. Pablo Neruda: segundo premio Nobel de literatura de Chile; Doctor Honoris Causa por la Universidad de Oxford; político, senador, diplomático, cónsul en Birmania, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid; embajador en Francia; precandidato a la presidencia de su país, comunista. Amante de la naturaleza, de los bosques australes y de la lluvia; infiel a las mujeres y padre ausente para su pequeña Malva Marina. ¿Fue asesinado?
“La verdad sana el recuerdo”, dijo una vez Fernando Sáez, director de la fundación que protege el legado del poeta. O tal vez solo sea el rompecabezas inconcluso de un retrato en sepia el que pase a la historia como punto final.
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