La mirada de Sara Facio
María Elena Walsh, el arte, los prejuicios, la relación con los colegas... Recuerdos y opiniones de la gran fotógrafa argentina
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Hola, Sara, ¿cómo estás?
No hay pausa -ni ironía ni queja ni suspiro- en la voz que, al otro lado del teléfono, dice:
-Acá. Viviendo. ¿Y vos?
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La puerta tiene dos placas: una reza "La Azotea. Editorial fotográfica"; la otra, "Sara Facio. Fotografías". Es un departamento en planta baja sobre la calle Paraguay, en la ciudad de Buenos Aires. Adentro reina una pulcritud austera: escritorios, bibliotecas, todo luce limpio, sólido, autosuficiente. Al final de un pasillo hay un despacho. Allí una mujer se pasa los dedos por el pelo y dice, con una sonrisa tibia y feroz: "No sé de qué vamos a hablar. No soy interesante. Nunca me han violado ni torturado ni tengo parientes desaparecidos".
Es alta, lleva una remera azul cielo, el pelo blanco. "Dejé de teñirme porque, cuando María Elena se enfermó, me empezó a parecer absurdo pasarme toda la tarde en la peluquería." Sara Facio es fotógrafa, fundadora de la editorial La Azotea, autora de los retratos definitivos de Julio Cortázar, Pablo Neruda, Manuel Mujica Lainez, y creadora de la Fotogalería del Teatro San Martín, entre otras cosas. Y, por si hiciera falta aclararlo, María Elena es María Elena Walsh.
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Sara Facio nació en 1932 en San Isidro. Es hija de Florencio Facio, criollo de varias generaciones, y de María Ana -Anita- Paraveccia, hija de inmigrantes de Sicilia. "Mi abuelo, José Parraveccia, ahorró las propinas que recibía como mozo en el barco que lo traía y con eso instaló un carrito en la Costanera -recuerda-. Después consiguió que le dieran la concesión, por cincuenta años, de la zona donde está el Sheraton. Ahí vivía y tenía restaurante."
Cree que fue allí donde su madre y su padre se conocieron: ella, cajera; él, comensal. Se casaron y marcharon a San Isidro a poner restaurante propio, con vivienda, en la esquina de Diego Palma y Haedo, donde nacieron Carlos, Sara, Mario. "No sé si fue una infancia feliz o infeliz. Yo me sentía cómoda. Tenía una libertad absoluta."
Con su madre leía y escuchaba ópera. Con su padre metía mano en la electricidad, en la carpintería. Era sociable, abanderada, líder, gran dibujante. Cuando terminó la escuela primaria, quiso estudiar Bellas Artes y le dijeron, como a todo, que sí. Se recibió en 1953 y entonces una profesora de Historia del Arte le dio un consejo. "Decía que una persona no se podía formar viviendo con su familia, que me tenía que ir de mi casa. Me postulé a una beca para ir a París y la gané. También la ganó Alicia D’Amico, compañera en Bellas Artes. Le avisé a mi papá: ‘Papá, me gané una beca para ir a París, vengo a pedirte permiso pero te advierto que, si no me lo das, me voy igual’."
-Perdón, Sara.
Mariana Facio, joven, pelo oscuro -su sobrina-, anuncia que ya está aquí el chico de los martes que viene a digitalizar la biblioteca.
-Decile que pase. Nos vamos a tener que ir de acá.
Sara Facio camina hasta otro despacho, cierra la puerta. Sobre el escritorio hay una regla rotulada con su nombre.
-Digitaliza mi biblioteca de fotografía. La voy a donar al Museo Nacional de Bellas Artes. Tengo que pensar en cuando yo no esté. Mis herederas más directas serían mis sobrinas: Mariana, que es fotógrafa, y Claudia. Ellas quedaron solas y yo las crié. Pero a ninguna de las dos les interesa la lectura.
-¿Vos criaste...?
-Sí. Como si fueran mis hijas.
Mariana Facio entra, deja dos vasos con agua tónica sobre el escritorio. Sara Facio le pregunta: "¿Quién es mi hija?". "¿Yo?", le contesta Mariana. Un par de semanas más tarde Mariana confesará que la desconcertó que su tía le hiciera esa pregunta. Que nunca le había dicho nada así delante de un desconocido.
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Era 1955 y el barco Bretaña, de la Société Générale, tardó veinticinco días en llegar a Marsella. Desde allí Sara y Alicia tomaron el tren a París, donde alquilaron un cuarto ínfimo, sin baño pero con kitchenette.
-A ese cuartito invitábamos a comer a los amigos. Al otro día, a las ocho de la mañana, venía el cartero con una tarjeta de agradecimiento. Mirá cómo funcionaban las cosas.
-¿La educación?
-Sí, pero además, el correo.
-¿Con quiénes se veían?
-Muy pocos. Pintoras, escultoras amigas que recién empezaban. Y María Elena, que estaba haciendo su espectáculo con Leda Valladares. Nos habremos visto dos veces, porque ellas laburaban todos los días.
Pasaron por Italia, por Austria, por Inglaterra, pero fue en Alemania donde todo cambió. Allí, esas dos chicas, que habían ido a Europa para escribir un libro sobre la historia del arte, compraron dos cámaras y vieron, por primera vez, una muestra de fotos.
-Era de un teórico alemán, Otto Steinert.
Ahí me di cuenta de que la fotografía podía ser un arte.
Cuando regresó a la Argentina, en 1957, Sara Facio ya no era, ni quería ser, pintora.
-¿No sentiste que dejabas algo importante atrás?
-No. Yo estaba encantada de volver porque se había ido el peronismo.
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Sara Facio. Con voz de maestra de jardín de infantes puede declarar esto: "A mi abuela, que estaba al frente del restaurante, la mató el peronismo cuando pusieron el laudo". O esto: "Hace años fui a un encuentro de fotógrafos en México. El invitado especial era Mario Benedetti. Empecé mi conferencia diciendo que no entendía por qué si tenían a Juan Rulfo, que además de ser un gran escritor era fotógrafo, el invitado era Mario Benedetti, que nunca había sacado una foto en su vida".
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A fines de los años 40 la familia Facio se había mudado a Martínez, donde compartían manzana con el general Ramón Alvariño que, en 1946, durante el gobierno de Perón, había sido nombrado presidente de YPF y ofrecido a su vecino, Florencio Facio, un puesto. Florencio se hizo peronista y aceptó. Para cuando Sara volvió de Europa, Perón ya no estaba en el gobierno, pero su padre continuaba en YPF y se había enamorado de una secretaria.
-Mis padres se habían separado y además había muerto la mujer de mi hermano Carlos. Él y sus dos hijas vivían en casa de mi mamá, así que me conseguí un monoambiente en Bustamante y Santa Fe y me fui.
Luis D’Amico, padre de Alicia, tenía una casa de fotografía y Sara, por curiosidad, pidió permiso para meterse en el laboratorio. No pasó mucho tiempo antes de que ella y Alicia formaran sociedad y una clientela grande.
-¿Nunca volviste a pintar?
-Jamás.
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En un artículo publicado en Leyendo fotos (La Azotea, 2002), titulado "Curadores que... enferman", Sara Facio reflexiona en torno a la figura del curador. Toma como ejemplo tres muestras: una de Mary Ellen Mark en el Palacio de Tokio en París; otra llamada La década del 80, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires; y Figures & Caracteres, suya y de Alicia D’Amico, en el Centro Pompidou de París. Cada una de las tres curadurías es presentada bajo los subtítulos "La traición", "La mentira" y "La rapiña".
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"Yo la siento como una maestra-madre que siempre me alentó a ir más a fondo [...]. Siempre dijo lo que piensa en voz alta, sin importarle quedar bien o quedar mal con lo políticamente correcto. Con el tiempo uno aprende a valorar esa honestidad aunque no esté de acuerdo con las opiniones. Trabajó para que los fotógrafos nos conociéramos entre nosotros. Inventó formas de enseñar cuando no había escuelas", escribe Marcos López, fotógrafo argentino, cuando se le pide que hable de su relación con Sara Facio.
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En los años 60 fue asistente de la fotógrafa Annemarie Heinrich, estudió en el Fotoclub Buenos Aires y empezó a colaborar en La Nacion, siempre firmando con Alicia D’Amico, con quien había montado estudio en Juncal 1470. En 1968, la editorial Sudamericana publicó Buenos Aires, Buenos Aires, el primer libro de ambas. "La editorial nos sugirió que Cortázar hiciera el texto, porque por esos años el nombre del fotógrafo no bastaba -cuenta-. Julio pidió ver las fotos, así que dijimos: ‘Se las llevamos nosotras’."
Era una tarde de primavera de 1967 cuando tocaron a la puerta del departamento de Cortázar, en París. Él vio las imágenes -una mujer con un cardumen de niñas rubias, un hombre sentado frente a su botellería, refinados recortes de vida cotidiana-, lagrimeó y dijo sí. Dos días después Sara Facio hizo una de esas fotos que funcionan como la versión definitiva de una persona: Cortázar con el cigarrillo en la boca, mirando a cámara. El retrato de un hombre pero, también, de una forma de estar en el mundo. A eso siguió una vida de amistad y otro libro, Humanario (una serie tomada en institutos psiquiátricos: Moyano, Opendoor, Borda), para el que Cortázar escribió un texto. "Mirá qué puntería: lo publicamos el 26 de marzo de 1976 -comenta-. Cuando entraron los militares todo tenía que ser agradable y Cortázar estaba recontraprohibido. Con Julio tuvimos una relación de años. Cuando salieron sus cartas en Alfaguara a mí me las pidieron, pero yo no las di. Son cartas personales. Es como si yo diera una carta personal entre María Elena y yo. ¿Qué quiere decir eso?"
A fines de la década del 60, Sara y Alicia pensaron en hacer retratos de escritores latinoamericanos consagrados y sumar a quienes, según ellas, serían los nombres por venir. Así, entre 1967 y 1970, si había un congreso en Viña del Mar al que asistían Onetti, Rulfo, Vargas Llosa, allá iban; si estaban en París y por ahí andaba Alejo Carpentier, se aparecían en su hotel para pedirle un retrato. El resultado fue Retratos y autorretratos, publicado en 1974 por la revista Crisis, que incluía fotos de Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Borges, Carlos Fuentes, Cabrera Infante, Vargas Llosa, García Márquez, etcétera, precedidas por un texto inédito de cada uno. "Pero lo que nos daba dinero era la publicidad y, en los años 70, la parte política -confiesa-. Estábamos en la agencia que le hizo la campaña al partido Nueva Fuerza, de Álvaro Alsogaray, y después hicimos las campañas de La Martona, Peugeot, Olivetti, Aerolíneas Argentinas. Siempre lo tomé como un trabajo para ganar plata, pero lo hice a conciencia. Yo nunca hice nada de taquito."
Mientras fotografiaba autos y máquinas de escribir pasaban, por su estudio y por su casa, todos: Bioy Casares, Manuel Mujica Lainez, Silvina y Victoria Ocampo, Alejandra Pizarnik. "Bioy venía y preguntaba: ‘¿Tienen fotos de Borges?’. Y se las llevaba. Yo le aclaraba: ‘Che, son mías’. Como era millonario, no sabía que el trabajo se paga. Alejandra era amiga. Un día vino a sacarse fotos y justo toca el timbre Silvina Ocampo. Parece, yo no sabía, que Alejandra tenía un metejón que se moría por Silvina Ocampo. Bueno, fue llegar Silvina y acabarse la sesión de fotos. Alejandra había traído un libro para mí que terminó dándole a ella. En fin. Más adelante, supe que se había matado por la carta de una amiga, María Rosa Vaccaro, de la librería Letras. ‘Al final, Alejandra se salió con la suya, se mató’, me contaba en esa carta. Yo estaba en París."
Por esos años se mudó a Viamonte y San Martín, junto al edificio donde, en otro departamento, Victoria Ocampo dirigía la revista Sur. "A veces nos cruzábamos y Victoria subía a casa a tomar whisky. Entonces vino a Buenos Aires una fotógrafa guatemalteca que vivía en París, María Cristina Orive. Nos hicimos muy amigas. Un día, en una reunión, alguien preguntó: ‘¿Qué harían si se ganaran el Prode?’. Yo respondí: ‘Una editorial de fotos’. Al tiempo, María Cristina me dice: ‘¿Es muy caro eso? Porque yo tengo el capital y me gusta la idea’".
Así fue como, en 1973, la primera editorial argentina de fotografía, La Azotea, se fundó, con sede en el departamento de dos ambientes de una de sus socias. Desde entonces y hasta hoy la editorial ha publicado el trabajo de fotógrafos contemporáneos y clásicos, consagrados y seminales: Luis González Palma, Witcomb, Martín Chambí, Adriana Lestido, Sebastián Szyd, Annemarie Heinrich, Marcos López.
"Mirá. ¿Ves que quedó divino?" Sara Facio sostiene una foto en blanco y negro en la que se ve a María Elena Walsh en una butaca, de espaldas a una biblioteca, frente a un ventanal.
-Ésa era mi parte del departamento, y yo estoy sacando la foto desde lo que era su departamento. La conocí en 1955, en París. En 1965 volvimos a encontrarnos en Buenos Aires y nos hicimos amigas, como podemos ser amigas vos y yo. Recién en 1975 empezamos a convivir. Yo compré el departamento pegado al suyo, en Bustamante y Juncal, tiré la pared del living y unimos los dos. María Elena estaba asustada. Preguntaba: "¿Pero qué vas a hacer?" Y yo le dije: "Vos dejá".
-¿No te costó empezar a vivir con alguien?
-No. Porque éramos muy independientes. A mis amistades las veía en mi estudio porque yo sentía que algunas no le gustaban demasiado. Y ella hacía lo mismo. Además, ella se ocupaba de cosas maravillosas, como atender a la servidumbre. A mí me gusta cocinar, entonces en la cocina mandaba yo, pero que las mucamas lavaran los platos, limpiaran, eso lo organizaba ella.
En su libro María Elena Walsh. Retrato(s) de una artista libre (La Azotea, 1999), Sara Facio dice: "Declaro que la conocí hace casi cincuenta años y cada día me sorprende su lúcida y apasionada visión de los hechos cotidianos, su alegría, su lealtad a las ideas y a los amigos, su adhesión insobornable a todo lo justo, bello y vivo".
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En 1973 cubrió, para una agencia francesa, el regreso de Perón a la Argentina y, un año después, su funeral. De ese momento son algunas de sus imágenes mejores: el rostro de Isabel Martínez sumido en un mar de granaderos; un hombre que sostiene un diario donde se lee MURIÓ; cuatro jóvenes que miran a cámara mientras una mano entra en cuadro y se apoya sobre el hombro de uno de ellos.
-Las hice de corazón, porque la reacción del público era bárbara. Todos para adentro, muy compungidos. No había nada de muchachada.
"Para mí, una de las fotos que resume la imagen del peronismo es ese primer plano de cuatro o cinco muchachos mojados, a cincuenta centímetros del gran angular de la Leica de Sara, mirando a cámara el día del velorio de Perón. Y la única imagen que tengo de Cortázar en mi memoria es la que ella hizo. Con la cara chanfleada y el cigarrillo a cuarenta y cinco grados. Un ícono parecido a la foto del Che Guevara de Korda. Con esas dos fotos y la cantidad de cosas que hizo organizando exposiciones, colecciones, libros, me alcanza para ponerla en la vitrina de los grandes hacedores de la cultura de este país", escribe Marcos López.
Pero los años 70 fueron, también, años en los que murieron todos.
-Mi padre, mi madre, mi hermano Carlos. Sus hijas quedaron solas, así que me hice cargo, no las iba a dejar en la calle. Lo único que les dije fue que no se hicieran ilusión de que iban a vivir conmigo, porque si yo algo quería era mi independencia y que si quería hijos los tenía yo. Si ya había defendido mi libertad con los muchachos, cómo no lo iba a poder hacer con dos nenas.
-¿Con qué muchachos?
-Con todos los que se querían casar conmigo cuando yo era jovencita. Y cuanto más les decís que no, más se quieren casar. Ahora me hubiesen quemado. Me hubiesen tirado alcohol y un fósforo.
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"Cuando mi papá murió, yo tenía 8 años -cuenta Mariana Facio-. Mi tía nos mandó al colegio Ward, en Ramos Mejía. Nos iba a ver todos los fines de semana. Yo le debo todo. A mí me educó, me dio mi profesión. Sólo tuvimos un enfrentamiento fuerte cuando quedé embarazada, a los 16. Ella estaba furiosa. Su elección había sido no tener hijos y de golpe le caían los hijos de arriba. Yo ya trabajaba con ella y me dijo que no se iba a hacer cargo de mi hijo, pero yo sabía que no me iba a dejar en la calle, y así fue. Ella es la madrina de mi hijo Pablo, le pagó la carrera de perito clasificador de granos. También le pagó la carrera a Vanina, la hija mayor de mi hermana, que estudió administración de empresas en la UADE. Sara ha pagado vacaciones, ropa, colegio, alquileres. Yo vivía en un departamento muy chico y mi hijo no tenía cuarto propio, entonces el año pasado ella y María Elena me compraron un departamento en Belgrano. Me mudé en diciembre. María Elena no lo llegó a conocer."
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"‘Estos cabellos, madre/ dos a dos me los lleva el aire’. Tararear la vieja canción española, cuando el pelo se desprendía por mechones, era una de las tantas argucias humorísticas destinadas a enfrentar el paso por ese túnel al que Susan Sontag llamó el reino de los enfermos. Dolor, cáncer; médicos chambones y médicos sabios, ambulancias, quirófanos, tratamientos y mutilación, sólo atenuados por la constancia de los afectos, hasta entrever la luz de salida, aceptar y sobrevivir", se lee en Retrato (s) de una artista libre. Era 1981, cuando a María Elena Walsh le diagnosticaron cáncer óseo. "Fueron dos años de quimioterapia -recuerda-. Pero cuando estuvo bien, empezamos a viajar. Europa, Nueva York. Yo tenía un lema: ‘María Elena, el Tercer Mundo no es para gente de la tercera edad, lo nuestro es el Primer Mundo’".
En 1985, por "diferencias intelectuales", ella y Alicia D’Amico decidieron separarse y Sara compró este departamento donde, desde entonces, funciona La Azotea. Ese mismo año, en el pasadizo que une el Teatro General San Martín con el Centro Cultural del mismo nombre, creó una fotogalería en la que, durante más de una década, montó ciento sesenta muestras de fotógrafos locales y extranjeros. En 1997 renunció y empezó a formar la Primera Colección de Fotografía de Patrimonio Nacional para el Museo Nacional de Bellas Artes.
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"La primera vez que me encontré con Sara fue en 1987. Había ido a verla con mi serie sobre el Hospital Infanto-Juvenil. En ese momento mucho no se entusiasmó, pero al poco tiempo me invitó a fotografiar el teatro San Martín (inauguraba todos los años la temporada en la Fotogalería con una muestra colectiva sobre el teatro). [...] Luego mostré en la Fotogalería Madres adolescentes y Mujeres presas, que había hecho con el apoyo de la beca Hasselblad, a la que ella me presentó. Tengo su imagen mientras enmarcábamos las fotos de las presas, un sofocante día de noviembre. Apasionada, trabajando con frenesí a pesar del intenso calor [...]. Más allá de lo difícil que pueda ser a veces la relación con ella, Sara abre, une, tiende redes. Hemos pasado por momentos de distancia y enojos, pero prevalecen el cariño y la gratitud. No es casual que hayamos hecho juntas el libro de madres e hijas. Quizás algo de la relación madre-hija se juegue en nuestro vínculo, con toda su complejidad", escribe Adriana Lestido, fotógrafa argentina, cuando se le pide que hable de su relación con Sara Facio.
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-Perdón, Sara, vino el señor con los DVD- avisa, asomándose, Mariana Facio.
-Ah, decile si me puede esperar cinco minutos.
Mariana cierra la puerta, Sara explica.
-Tengo el programa La Cigarra, que hacía María Elena, todo grabado. Y debo ser la única que lo tiene porque en la televisión lo borraron. Está en VHS y lo quiero pasar a DVD, pero me cobran carísimo.
-¿María Elena preservaba esas cosas?
-No, quería tirar todo. Yo traía todo al departamento que está al lado.
Cinco años atrás, María Elena Walsh compró el departamento contiguo a La Azotea con la idea de instalar allí su estudio. En 2005, durante el último viaje que hicieron a Europa, estaban pensando en cómo decorarlo.
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En todos estos años Sara Facio publicó libros de retratos (Neruda en Isla Negra, Borges en Buenos Aires); escribió sobre fotografía (La fotografía en la Argentina. Desde 1840 hasta nuestros días, Leyendo fotos); montó una retrospectiva de su obra (Antológica 1960-2005, en 2008, en el espacio Imago) e hizo series como Actos de fe en Guatemala, De brujos y hechiceras, Metrópolis. En la serie Autopaisajes hay una foto: la pierna de una mujer se apoya indolente sobre una reposera en la playa. La lona de la reposera, azotada por el viento, se alza en una comba que resulta, a la vez, dolorosa y grácil como una espalda que se quiebra. Se ve la arena, el mar. El resto es cielo. La felicidad ocurre fuera de cuadro.
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Lo que sigue fue rápido. Era noviembre de 2005. Llevaban treinta años juntas. Sara Facio y María Elena Walsh estaban en París, en el Louvre. Sara iba cargada de libros, tropezó, se cayó, se quebró las dos muñecas. "En el avión veníamos María Elena con bastones, y yo con las dos manos enyesadas -recuerda-. Parecíamos una película cómica. Al mes, para Navidad, María Elena ya no se pudo sentar a la mesa porque empezó a fracturarse vértebras, tres o cuatro, de forma espontánea. No era cáncer, era debilidad ósea por una osteoporosis muy avanzada. Cinco años estuvo así. En cama, con mucho dolor. Delante de mí disimulaba, pero la gente que la cuidaba me contaba: ‘Ayer se quejó mucho’. Había gente que no lo aguantaba, empezando por la gente de servicio, que me decía: ‘No, yo no la puedo ver así’ y me largaban en banda. Pasa en la familia. Cuando mi mamá se enfermó, mi hermano no quiso verla porque le hacía mal. Vos viste que los varones son muy sensibles."
En su libro Fantasmas en el parque (Alfaguara, 2008), María Elena Walsh escribió: "Sara no tiene nada de hermana. Es mi gran amor que no se desgasta, sino que se convierte en perfecta compañía. A veces la obligué a oficiar de madre, pero no por mi voluntad sino por algunos percances que atravesé de los que otra persona hubiera huido, incluida yo. Pero ella se convirtió en santa Sarita".
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"Cuando yo empecé a hacer fotos -le decía Sara Facio a María Moreno en una entrevista recogida en el libro Vida de vivos (Sudamericana, 2002)- todas las funciones del Colón eran de gala, y los fotógrafos tenían que ir de esmoquin y, si era una fotógrafa, de largo [...]. Hoy te avergüenza ver en una reunión de cancilleres en un hotel cinco estrellas a un grupo de zaparrastrosos que son los fotógrafos [...]. Creen que están en Sierra Maestra con el Che, pero no, están en el lobby del Sheraton." En la misma entrevista daba una fórmula para lograr una foto digna de museo: "Hacés una foto grande del mar. A eso le agregás lengüitas de lobos marinos, rociás todo con esperma de ballena y la colgás. ¿No es una foto bárbara?". Por frases como ésas, muchos de sus colegas la cuestionan, la repudian. Ella dice: "En muchos lugares soy persona no grata. Reseñan muestras donde hay fotos mías, pero no me nombran. Una opinión no te la pueden censurar, te la tienen que rebatir. Un intelectual sin sentido crítico no es un intelectual. Es un adulador".
-¿Acá tenés el laboratorio?
-Tenía. Cuando hacía fotos. Ya no hago más.
-¿Desde cuándo?
-Desde que me rompí las dos muñecas. Y después se enfermó María Elena. Pero también por el cambio tecnológico. Me preguntan: "¿Cómo no sacás fotos digitales" y yo contesto: "Porque tendría que aprender. ¿Qué querés, que saque los bodrios que saca todo el mundo?". No tengo ganas de aprender la técnica a los casi 80 años. Tengo muchas cosas que hacer y poco tiempo.
-¿Le contaste a María Elena que ibas a dejar?
-Sí. Dijo que estaba bien. Ella había anunciado en 1978 que no iba a pisar nunca más un escenario y nunca más lo pisó. "Nosotras somos como Greta Garbo: decimos basta y basta", repetía. Yo hoy no tengo ninguna temática que me incite a hacer fotografía. No tengo inspiración. ¿Y hacer lo que me pide un galerista? No. Un galerista te obliga a hacer dos o tres copias de tu foto y adiós, y la fotografía es para que se reproduzca al infinito. Eso no es fotografía, eso es trabajar para un mercado.
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En el departamento que compró María Elena Walsh, unido a La Azotea por un pasillo, Sara Facio ha enmarcado diplomas, discos de oro, dibujos de y para firmados por Hermenegildo Sábat, Quino, Guillermo Roux.
-El disco de oro lo quería tirar. Éste es el premio Hans Christian Andersen, que María Elena ganó en 1994. También lo quería tirar. Mirá, Manuelita en vietnamita. Quería tirar todo. Las Manuelitas que le regalaban, las notas. Yo traía cosas y ella se reía: "Ya te lo llevás al museo". Ahora acá quiero hacer la Fundación María Elena Walsh, dedicada a promover proyectos culturales entre niños y jóvenes.
En dos cajas de madera guarda tortugas de metal, de malaquita, de marfil, de bronce, de cartón.
-¿No son una divinura? Yo no soy aferrada y María Elena era igual, pero peor. En la época del corralito le afanaron toda la plata del banco. Yo hice juicio, pero María Elena dijo: "No, yo recupero lo que me dé el banco y no pienso más en esto, voy a trabajar". Hizo la película Manuelita, ganó muchísimo dinero, y el libro Hotel Pioho’s Palace. Ella tenía más entradas que yo, por supuesto.
-¿Y eso nunca fue un problema entre ustedes?
-No, jamás. Al contrario, pienso que ganaba más porque merecía más que yo.
-¿Por qué?
-Porque lo que hacía era mucho más. De talento, de repercusión. Era lógico que ganara más que yo. Si vos estás casada con un Beatle, ¿no es lógico que gane más que vos?
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"Sara es una pionera. Los viajes que hizo hace más de cuarenta años para retratar escritores en ese momento poco conocidos, los libros maravillosos como Humanario y Buenos Aires, Buenos Aires, el mejor registro que existe de la llegada de Perón y de su muerte, la creación de la primera editorial fotográfica en la Argentina, la primera galería dedicada a la fotografía, la ayuda a tantos fotógrafos para que levantaran vuelo. Los conflictos que pudo haber generado con sus opiniones son tonterías. El tiempo pondrá las cosas en su lugar. Sara ama la fotografía y le dedica su vida. Abrió caminos. Eso es lo que importa y lo que seguramente se sentirá cada vez más: la vida que hay en toda su obra", escribe Adriana Lestido.
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La casa donde vive Sara Facio es un departamento en un piso alto, sobre la avenida Scalabrini Ortiz, que a María Elena Walsh le parecía "demasiado".
-Pero yo le dije: "Son los mismos ambientes que ya tenemos, sólo que más grandes".
En el living hay butacas, un equipo de música, un sofá color granate: prolijidad sin aspavientos. Una de varias bibliotecas guarda libros de Anne Sexton, Ezra Pound, Sylvia Plath.
-Es la biblioteca de poesía María Elena. No me desprendí de libros. De ropa, sí. Y de remedios. Llevé tres cajas al hospital Fernández.
Aquí y allá hay fotos, pocas: de su cumpleaños anterior, del último de María Elena, de María Elena con un bebé.
-Es su único ahijado. El hijito de la peluquera.
Es probable, dice después, que en un rato lleguen plomeros. Por culpa de una filtración hace días que está sin agua en la cocina.
-Estoy conociendo todos los restaurantes del barrio. Ayer fui a comer sushi. A María Elena no le gustaba, entonces, cuando venía alguna amiga, yo aprovechaba. Pero era una estupenda compañera. Salvo en el sushi. Y los teatros.
-¿Por?
-Porque siempre se quiere ir antes. Es impaciente.
-¿Y en el cine?
-Iba porque a mí me gusta con locura, pero al Patio Bullrich, porque entonces se iba en la mitad de la película a Yenny a ver libros.
Son las doce cuando suena el timbre y Sara se levanta a atender. Vuelve y anuncia: "Son los plomeros. Vení".
En la cocina hay dos hombres, uno acostado en el suelo, otro mirando la mesada de mármol como si esperara un mensaje del más allá. "Mire que no hace falta que saque el mueble -advierte Sara-. Si usted saca esa tapa de aluminio, sale todo." El plomero mira en silencio la mesada de mármol, la tapa de aluminio. Sara dice: "Bueno", y dice "Vení". En el living muestra un folleto de Ediciones Larivière en el que se anuncia una antología de sus fotos.
-Ése es uno de los dos proyectos que tengo. El otro es hacer una edición en La Azotea con una gran colección de fotografías de fotógrafos argentinos que yo guardo. La idea es dejar las cosas preparadas para cuando no esté.
-¿Hace mucho que empezaste a pensar en eso?
-La verdad que desde que me lastimé, y desde que se enfermó María Elena, estoy pensando mucho en que yo también me voy a ir. Voy a cumplir siete nueve. Es mucho tiempo.
-¿María Elena dejó todo ordenado?
-Sí, porque una de las cosas por las que no se quería ir María Elena era por los problemas que iba a tener yo. Según ella, iba a empezar a aparecer todo tipo de gente a reclamar cosas. Y es verdad, porque ya empezaron.
Desde la cocina se escucha un gemido: "Señora". Sara se levanta. Va a la cocina y regresa feliz. En la cocina, los plomeros han retirado parte del mueble sin necesidad de romper la mesada. "¿Vio que le dije que salía? Si está hecho para eso. Bueno. ¿Cuándo viene y a qué hora?". Uno de los plomeros responde: "Mañana", ella dice: "Después de las diez". Ellos no contestan nada y se van. En el living hay agua tónica, un plato con bocaditos, una gata llamada Nefertiti que se ensaña con el respaldo del sofá granate.
-Titi, ¿qué hace? María Elena decía que a los gatos hay que ponerles nombres con I, porque la I es un sonido que ellos escuchan.
-¿Se llevaba bien con tus sobrinas?
-Sí. De lejos, ¿eh? Mucha distancia. Pero la querían mucho. Mariana estuvo con María Elena... creo que fue la última que la vio viva. Porque yo me fui. Cuando vi que se iba, no quise verla más y se quedó Mariana, no sé, una, dos horas.
* * *
"Falleció de mi mano -cuenta Mariana Facio-. La noche anterior me acerqué a acomodarle la cabeza. Ella me dijo: ‘Amorcito mío, aquí estamos’. Me apretó la mano y lloró. Entonces yo le dije que tenía que descansar, que estábamos todas con ella. Éramos un grupito. Sara y tres chicas más. Ella las llamaba el petit comité. Al otro día ya se despertó mal. Vino la médica y me dijo ‘Se está yendo’. Así que me quedé ahí, agarrándole la mano. Yo había combinado que Sara se fuera al estudio y que yo llamaría a una de las chicas del petit comité para que le avisara. Al final, cuando pasó todo, Sara vino y yo le dije: ‘No vas a entrar, ¿no?’. Quería que se quedara con la imagen de María Elena despierta. Y ella no la quiso ver. Yo creo que en esto Sara no tiene egoísmo. Que tiene más piedad por María Elena que por ella misma. Que sabe que María Elena está mejor así."
* * *
María Elena Walsh murió el 10 de enero de 2011 en el Sanatorio de la Trinidad. Cuando habla de ese momento, Sara Facio usa frases elípticas, como "Cuando María Elena se fue" o "Cuando pasó lo de María Elena". Aunque el petit comité había preparado una estrategia suave, ella terminó enterándose por un médico que recibió el aviso desde la clínica y la llamó para darle el pésame. Al escucharlo, Sara preguntó: "¿Qué me está diciendo?".
-Me habían advertido que ella no podía estar mucho tiempo así. Pero se ve que yo no lo quería entender.
La gata trepa sobre el respaldo del sofá granate, clava las uñas.
-Y bueno.