Samuel Butler dijo: "Dios no puede modificar el pasado, pero los historiadores sí". La ironía de Butler expresa que la memoria histórica no logra jamás ser un relato verídico de lo acontecido. Y no lo logra porque, como bien dijo Nietzsche por la misma época: "No existen los hechos; sólo existen las interpretaciones". Además, tampoco recordamos las cosas tal como nos sucedieron sino que recordamos la última versión que guardamos en el cerebro. La paradoja del recuerdo es que mientras más actualizamos un recuerdo -mientras más veces lo traemos a la memoria presente- más lo modificamos.
Por otro lado, muchos de los recuerdos que tenemos son falsos. No porque sean mentiras, sino porque accedimos a versiones de los hechos que fueron presentadas de manera sesgada y nunca nos preocupamos por buscar una versión más seria.
El viernes pasado, por ejemplo, se conmemoró el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto . Fue instituido por las Naciones Unidas en 2005 y se lo fijó en el 27 de enero porque fue en ese día de 1945 cuando el ejército de la Unión Soviética llegó al campo de exterminio de Auschwitz y liberó a los pocos sobrevivientes que quedaban. Se hicieron varias encuestas en Europa y en toda América sobre este tema a lo largo de los años y el resultado siempre es similar: la inmensa mayoría no sabe que fueron los soviéticos los que liberaron Auschwitz. Ni siquiera saben que fue el ejército de Stalin el que logró ingresar a Berlín, hasta el mismo búnker de Hitler. La mayoría cree que fueron los Estados Unidos los que derrotaron a Hitler, sin otra ayuda que la de Dios. ¿Es falsa esa percepción? No del todo. Estados Unidos tuvo un papel importante en los últimos años de la guerra (participó del desembarco en Normandía cuando ya los soviéticos habían herido de muerte al ejército nazi y, además, tuvo el papel central en el Pacífico contra Japón).
La percepción histórica de la mayoría de las personas que vive en Occidente se formó con setenta años de cine y series hechas en Hollywood. No es que haya habido una confabulación para que creamos tal cosa e ignoremos lo que sucedió. Sólo se debe a que aquellos relatos que logran emocionarnos nos resultan más creíbles, aunque su dosis de veracidad sea mínima.
Como también dijo Nietzsche, nadie realmente se preocupa por la verdad (que de por sí es apenas una ficción más), sino por armar (o creer) el mejor y más convincente relato posible. Nuestra memoria es un conjunto de restos variables que nos ofrecen una imagen más o menos coherente de un mundo que nunca existió.
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