La magia del Chango Cárdenas
Recuerdos del Cilindro y el Centenario, gracias al autor del “one gol wonder”
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El primer recuerdo que tengo del Cilindro es difuso. De aquella visita iniciática conservo apenas un par de flashbacks albicelestes teñidos de sepia. Una tarde, a mediados de los 80, Racing jugaba contra Racing. En un amistoso, equipo actual se enfrentaba con un seleccionado de veteranos del club. Lo recuerdo porque retuve un dato: en el once de los mayores jugaba Norberto “el Toro” Raffo y para el de los profesionales, su hijo, Néstor a quien apodaban “el Torito” y formaba parte del plantel de juveniles que había ganado el torneo Proyección 86. El Toro y el Torito.
El segundo recuerdo no tiene nada que ver con el partido. Fuimos con mi viejo en el Torino de mi tío Andy, y a mi primo Agustín y a mí nos compraron unas cornetas plásticas alargadas (esas que en el mundial de Sudáfrica, en 2010, bautizaron “vuvuzelas”). En las escalinatas de la tribuna, las usábamos para emular esas escopetas de boca ancha que usaba Elmer, el Gruñón, en los dibujitos animados de la Warner Bros. También nos compraron unas banderas plásticas, de palo, con un dibujo de la copa Intercontinental que decían “Primer Campeón Mundial”. Y aunque sospecho que probablemente haya hecho dupla con el Toro Raffo en ese partido, definitivamente el Chango estuvo ahí.
Para mi generación, los que tenemos entre 40 y 50, los que heredamos (y honramos) la gloria, pero padecimos los años de sequía de campeonatos, de cargadas, y nos acostumbramos a las frustraciones, Juan Carlos Cárdenas, el Chango, fue un prócer. Pero fue, sobre todo, un gol. Un “one gol wonder”. Esa imagen perpetuada, que se viralizó y que se reprodujo al infinito. Y por la cuál tuvimos que soportar, también, todo tipo de chanzas, la épica de aquella gesta había dejado la gloria de otrora congelada, en blanco y negro, como el vuelo eterno de John Fallon, el arquero del Celtic, hacia su palo izquierdo, en el Estadio Centenario de Montevideo. Una gloria suspendida, volátil y etérea, que con el correr del tiempo viralizó, también, la idea de que de tan repetido, el zapatazo se iba a ir afuera del arco, arriba del travesaño.
Mi primera vez en el Estadio Centenario fue a mediados de los 90, con mis viejos, en mi segunda visita a Montevideo, la ciudad más linda del mundo. Llevé la camiseta con la publicidad de una yerba mate, un modelo que ahora es vintage, pero que en ese entonces, pocos años antes, había usado Rubén Paz. Conocer el sitio donde el Chango había hecho ese gol fue el motivo principal de aquella excursión, con la música de Jaime Roos como banda sonora.
Años más tarde, conseguí a través del Ministerio de Cultura local, una autorización para hacer las fotos de ¡Uruguayas campeonas!, la antología de cantoras de la Banda Oriental, primer y único lanzamiento de Lulú Discos, en el Centenario. El día antes de la sesión, llamé al Estadio para saber por dónde teníamos que entrar al campo de juego. Sí, el field donde se había disputado la final de la primera copa mundial, un dato irrelevante comparado con el gol del Chango. Atendió el teléfono Mario Romano, el Director del Estadio, el hombre que había firmado la carta autorizando aquella toma. El detalle es que él no recordaba haberlo hecho. Cuando le expliqué que al día siguiente teníamos que pisar el césped, me sacó volando: “Este estadio es patrimonio universal del fútbol. Uno no puede entrar así al Maracaná o al Monumental, acá hay mucha historia…”, me espetó. En vez de apelar a la carta que él mismo había firmado, le dije lo primero que me salió: “Yo soy hincha de Racing. Imagínese el valor que tiene ese estadio para mí…”. El tipo se transformó: “¡Momentito! 4 de noviembre de 1967. Cejas; Perfumo, Chabay, Martín y Rulli; Basile, Raffo y Cardoso; Rodríguez, Cárdenas y Maschio. ¡Venga cuando quiera! Esta es su casa”. Habían pasado 40 años de su golazo, y el Chango otra vez hacía magia en el Centenario.
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