La maestra de canto
SILVIA ARAZI, la autora de la novela que tengo entre las manos, La maestra de canto , es frágil, parece tímida. Tiene la sonrisa y la mirada de una adolescente, aunque haya dejado no demasiado tiempo atrás ese período de la vida. Este es su segundo libro, el primero fue un volumen de cuentos, y la autora reconoce que algunos artificios de aquél reaparecen en la novela. Por ejemplo, los personajes que pueblan ambos libros son actores, artistas, cantantes, es decir, se dedican de una manera u otra al arte. Arazi repite las experiencias de los escritores de todos los tiempos que siempre han trabajado literariamente las mismas obsesiones a lo largo de la obra. Silvia es cantante, soprano lírica, cantó desde que era una niña y frecuentó Bellas Artes, "zigzagueó", según su propia expresión, en diferentes manifestaciones artísticas, incluso actuó como actriz y, finalmente, ingresó en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.
-Me dediqué al género lírico, operístico y en estos últimos años me abrí más e hice un espectáculo de canciones de los años 30, canciones francesas y negro spirituals . Paralelamente al canto siempre escribí. Estuve en el taller de Abelardo Castillo.
-Debe de ser buen maestro porque varios de sus alumnos han ganado diversos concursos. Imagino que a quienes escriben con los pies los echa en los primeros diez minutos.
-Ah, sí. Es muy firme y muy duro, que te admita es ya una especie de triunfo. Allí aprendí a ser rigurosa, a corregir, a exigirme. Fue difícil publicar porque ahora las editoriales pasan por momentos duros.
-Desde que recuerdo, los editores pasan por momentos duros ¿Y entonces?
-Luis Chitarroni me alentó y empecé a escribir La maestra de canto .
-¿Es un libro autobiográfico?
-No, pero me reconozco en los tres personajes. Los tres son parte mía; puedo tener algo de la fuerza de Úrsula...
-¿También su crueldad?
-Es probable. También participo de las dudas y melancolías de Federico y de la fragilidad de Ana.
-Dirías que son personajes contradictorios y, al mismo tiempo, pertenecen a la ineludible realidad de sus destinos.
-Sí, es así. Los tres son diferentes y yo estoy en los tres. Tanto los personajes principales como la maestra que enseña canto, Valerio (que habla siempre con parlamentos y retazos de libretos de ópera) y todos los demás son personajes de ficción; sin embargo, tienen gestos y manías de gente que he tratado a diario. Incluso algunos caracteres son reconocibles. Siento, para darte un ejemplo, que el teatro Colón está lleno de Valerios.
-¿Por qué la acción de tu novela va y viene del presente al pasado y al revés?
-Me pareció que eso le daba más dinamismo al relato. Por otra parte, relata alguien que recuerda y la memoria tiene saltos. Quise respetar esos vaivenes con una prosa límpida, clásica.
-No vamos a revelar el final pero, ¿por qué has elegido ese camino tan dramático?
-Es que yo pensaba, mientras escribía, que Ana cambiaría su destino y que pasaría, de ser esa figurita opaca en la vida y en el canto, a convertirse en una triunfadora, una gran cantante. Sin embargo, cuando llegué a esa escena donde se está muriendo la maestra que le vaticina un gran éxito, sentí que la voluntad de la novela no era ésa, sino todo lo contrario. Quizá sí, es una escena un poco trágica, pero pensé que el destino de la mayoría es precisamente ser esas pequeñas voces, esas pequeñas figuras secundarias.
-¿Cómo juzgás tu destino?
-Creo que soy muy afortunada. He vivido momentos maravillosos. He cantado, en el escenario del Colón, el Réquiem con Penderecki, por ejemplo, y ése es uno de mis recuerdos más emocionantes. He interpretado música de cámara alemana y francesa, arias de Massenet, de Verdi y, en el Instituto, estudié los papeles de Desdémona, de Mimí, de la condesa de Las bodas de Fígaro. Ahora comparto estas dos actividades tan diferentes: el canto y la literatura. La literatura tiene algo secreto, no se está tan expuesto como en el canto; uno está amparado como en una burbuja. Por supuesto, sigo dando clases de canto y me encanta hacerlo.
-Cantar es algo maravilloso.
-Ah, sí. Cantar es sentir la felicidad en el cuerpo.
-Y el que canta, aunque lo haga mal, nunca está solo.
-Es cierto y por eso, si tuviera que decidirme entre canto y literatura, elegiría la literatura y cantaría en mi casa.