La línea y el color en dosis justas
Catalina Chervin retoma la mejor tradición del dibujo con extrema sutileza
Recién en el siglo XV a partir de notables dibujantes como Pisanello y Gentile da Fabriano, el dibujo comenzó a ser considerado como obra de arte autónoma. Por cierto que desde la antigüedad tanto egipcios como griegos dominaban esa técnica, pero estaba empleada como preámbulo de la pintura por realizar. Algo similar ocurrió durante la Edad Media, y en maestros del Renacimiento como Leonardo o Durero son muchos los dibujos que sobreviven como ilustraciones de fortificaciones o de otro tipo de inquietudes. Ello no impide que existan dibujos de Leonardo, como su autorretrato, aunque los más son estudios para obras pictóricas o escultóricas.
Dibujo tiene su raíz en Ô"boj", un arbolito aterciopelado por la calidad de su madera, ideal para grabar. Del diseño xilográfico se pasó al diseño mismo. Hay dos clases de dibujo: el lineal y el tonal. En italiano se los llama "disegnare" y "adumbrare". El primero, en que prima la línea, es característico del estilo clásico mientras que el de luz y sombra es el que mejor se adapta al barroco.
En la Argentina, a partir de Spilimbergo y de Lajos Szalay ha primado el dibujo lineal, que alcanzó cumbres con Carlos Alonso, aunque no faltan eximios tonalistas como Guillermo Roux. Estas modalidades no se dan necesariamente dentro de una pureza total; casi siempre se trata de una cuestión de acentos, ya sea en la línea o en el claroscuro.
Catalina Chervin es una de las grandes figuras del dibujo argentino actual donde la minucia obsesiva de lo lineal se combina con una impecable dosificación de luces y de sombras. Por ello los más de sus trabajos combinan la pluma con el lápiz y el carbón, a veces cuando quiere dar un toque de color, la sanguina, o un toque de acuarela.
Para ubicar estilísticamente la obra de Chervin hay que remontarse a un pasado remoto, como pueden ser las imágenes cautivantes de un Hieronymus Bosch, considerado por muchos antecedente del surrealismo. Pero aunque Catalina comparte estas visiones donde entrañas y personajes entran y salen en múltiples instancias, ello en mi estimación no es suficiente para etiquetarla como surrealista, una solución demasiado simple para una imaginería tan compleja. Por cierto que se evade de lo que entendemos por realismo, sin que estas visiones pertenezcan al mundo del sueño, sino más bien al de una extraña ensoñación. Para mí, en ningún momento la artista pierde la lucidez de la vigilia; se trata, pues, de un soñar despierto.
Lo que ha contribuido para que estas obras sean paseadas por distintos museos de Europa y de los Estados Unidos es la tremenda sutileza de sus planteos y la perfección formal de la ejecución. Catalina explora, por momentos con el capricho de un Archimboldo, por momentos con la fantasía poética de una Olga Orozco, a la que admira, o de aquel epílogo de Borges en El hacedor : "Un hombre se proponía la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara."
La palabra pues que encuentro más adecuada para aproximarme a los dibujos de Catalina es "fantástico". Se trata de enigmas que tienen su solución en nuestra más honda interioridad tal como reflejada en algunos rostros.
No es casual que esta artista nacida en Corrientes y egresada de la Escuela Superior de Bellas Artes haya pasado por tantos y tan diversos talleres, como los de Fara, Kemble, Ideal Sánchez, Juana Butler, Eolo Pons, Pedro Pont Verges, Julio Pagano y Guillermo Roux. Se diría que de todos obtuvo algún aporte, que luego conjugaría dentro de su propia e intransferible personalidad, sin olvidar a Alfredo De Vincenzo, ya que la muestra de Chervin incluye además algunos grabados.
Estamos en presencia de una artista completa que no conoce treguas ni desmayos. Por ello celebramos doblemente que en estas épocas difíciles se lance al ruedo para recordarnos que las labores del espíritu nunca terminan y que deben ser continuadas hasta el último aliento, ya que seguirán vigentes más allá de nuestra existencia biológica.
(En Arroyo, Arroyo 834, hasta el 27 del actual).