La liberación femenina como una de las bellas artes: Anaïs Nin
Se cumplen hoy 120 años del nacimiento de la escritora francesa que hizo de su vida su obra maestra, una de las autoras más escandalosas, apasionantes y sofisticadas del siglo XX
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Como todos los escritores, Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, más conocida como Anaïs Nin (Neully-sur-Seine, 1903- Los Ángeles, 1977), vivió dos vidas: la de la experiencia y la literaria que, en su caso, se repartió entre novelas y relatos, muchos de ellos eróticos y algunos surrealistas, y su monumental Diario, publicado en siete volúmenes desde 1966 (en su mayoría en forma póstuma, a medida que morían las personas mencionadas: artistas, escritores, músicos, filósofos, psicoanalistas, astrólogos, familiares, parejas y amantes). Lo llevó ininterrumpidamente entre 1914 y 1977, pero hasta 1931 no aparecen consignadas sus experiencias amorosas. A partir de 1932, al conocer en París al escritor estadounidense Henry Miller y a su pareja June Mansfield (amigos, rivales y amantes de Nin), experimentó una transformación como mujer y escritora. El autor de Primavera negra sostuvo que la obra maestra de Nin eran sus diarios, escritos en gran parte en inglés, aunque aparecen pasajes extensos en francés y en español.
Hoy se cumplen 120 años del nacimiento de Nin, la mujer que buscó en la escritura la “liberación infinita” de sentimientos e instintos y la afirmación de sus identidades múltiples: hija incestuosa, dama de sociedad, amante, bígama consentida, escritora, paciente de psicoanálisis, pionera del poliamor, viajera “sedienta de profundidades” y de poesía. “¿Será posible que los seres humanos lleguen alguna vez a comprender el lenguaje de lo simbólico? Los poetas, los soñadores y los locos usan un lenguaje claro, claro, claro. Un lenguaje necesario para la vida que hay debajo de nuestra conciencia”, ponderaba Nin a orillas del Sena, donde había alquilado una casa flotante para sus encuentros con amigos y amantes.
Practicó el psicoanálisis con René Allendy y Otto Rank, de quienes trazó perfiles y que también fueron sus amantes; por fortuna, desoyó el consejo de ambos de que no debía seguir con sus diarios a fin de entregarse sin mediación al arte y la vida. “Este diario es mi kif, mi hachís y mi pipa de opio -remarcó la autora en las páginas de su diario-. Es mi droga y mi vicio. En vez de escribir una novela, me tiendo con este libro y una pluma, sueño, me abandono a reverberaciones múltiples, me alejo de la realidad tras reflejos, sueños y proyectos, y esta fiebre que me anima, me impulsa y me mantiene en tensión y despierta durante el día, se disuelve en la improvisación y la contemplación. Tengo que volver a vivir mi vida en el sueño. El sueño es mi única vida”.
"La vida es el proceso de llegar a ser".
— Fuedicho (@fuedicho) February 19, 2023
Anaïs Nin#Fuedicho pic.twitter.com/e5rhID7EMT
Hija de músicos -la cantante cubana de ascendencia francesa y danesa Rosa Culmell, y el compositor y pianista cubano de ascendencia española Joaquín Nin-, la música es una invitada constante en los escritos de Nin. “Lo que he amado en la música no es su austeridad, sino esa inflación del sonido, esa amplitud de las notas hinchadas hasta lo extravagante, el desbordamiento de las proporciones, el hechizo de la resonancia y la distensión, el flujo y el efluvio, la mayólica, el ciborio, la caída desde los carámbanos hasta los puntos estelares, de las cítaras a los sarcófagos, de la cera de las abejas a las víboras”, escribía en noviembre de 1932.
Había comenzado a escribir a los once años, cuando su padre dejó a su esposa e hijos y se marchó tras una rica heredera. Al principio, el diario adoptó la forma de cartas dirigidas al padre, en las que le rogaba que volviera con su familia. Cuando se reencontraron, años después, el donjuán quiso seducir a su hija que, por audaz consejo del doctor Rank, le siguió el juego y luego lo rechazó.
En su juventud fue modelo y bailarina de flamenco. A los diecinueve años se casó con el banquero estadounidense Hugh Guiler y la pareja se instaló en París hacia el final de los années folles (los años 1920). Se puede ver en YouTube a Nin como actriz en films experimentales como Ritual in Transfigured Time, de Maya Deren; Inauguración de la cúpula del placer, de Kenneth Anger, y Bell of Atlantis, de Ian Hugo.
Se casó por segunda vez con Rupert Pole, en 1955, sin tomarse la molestia de divorciarse de Guiler. Gracias a este conveniente arreglo, disponía de residencias en Nueva York y en Los Ángeles, donde murió de cáncer a los 73 años.
“Desde que al amor lo llamamos amor, desde Safo, las mujeres han escrito sobre ese dios niño y volátil que arroja sobre los mortales sus flechas caprichosas -dice la escritora Clara Obligado a LA NACION-. Tiene los ojos vendados, así que no sabe lo que hace, pero esa herida suele resultar fecunda para la literatura. Si estas historias implican solo al corazón, y rehúyen la descripción del cuerpo, suelen llamarse literatura amorosa. Si lo exhiben, suelen llamarse pornografía. En este marco inestable tenemos que leer a Anais Nin, una de las escritoras más escandalosas, apasionantes y sofisticadas del siglo XX que irrumpió en el panorama del género con una perspectiva nueva. Amiga de Henry Miller y de su esposa June, con quienes vivió un intensa relación que hoy llamaríamos poliamorosa, se interesó por el psicoanálisis y fue alumna y amante de Otto Rank, compañero de Freud. Cuando se instala en Nueva York recibe un encargo peculiar: un lector misterioso le propone escribir textos eróticos a un dólar la página y crea entonces lo que ella llamó ‘el burdel literario de una snob’, con el que se mantiene a sí misma y a sus amigos. Los textos de El delta de Venus y Pajaritos inauguran una perspectiva que la separa de la pornografía tradicional para acercarse a una feraz narración del cuerpo y del placer desde una visión provocadora y feminista. Es fácil adjetivar sobre Anais Nin: bohemia, libre, mundana, polifacética, mestiza en cuanto al idioma, redacta, a lo largo de toda su vida, las treinta y cinco mil páginas de sus diarios que son un testimonio único de una de las épocas más apasionantes de la literatura del siglo XX”. Esos manuscritos, en cuadernos forrados por la madre de Nin y por la escritora, se encuentran en la Universidad de California.
“Una de las claves del erotismo perverso son sus diarios, tan terribles -dice la escritora y editora Adriana Fernández, que tradujo para Emecé los relatos de Pajaritos, cuando Nin escribía por ‘un dólar al día’-. Esos cuentos respondían a una consigna y el erotismo era deliberado, pero en los diarios sus experiencias personales, en especial las que tuvo con su padre, definen un estilo literario al servicio de la vida, lo que hoy llamamos autoficción”.
En 1990, Philip Kaufman presentó la película Henry y June, con Maria de Medeiros en el papel de Nin; en 1995, se estrenó el drama erótico Delta de Venus, dirigido por Zalman King, y en 2020, Pajaritos, con dirección de Stacie Passon. En 2022, el sello Lumen publicó La intemporalidad perdida y otros relatos, dieciséis relatos breves e inéditos que la autora había escrito entre 1929 y 1930. También el año pasado, en Buenos Aires, la actriz Thelma Fardin encarnó a Nin en Anaïs. El deseo consumado, obra de Lázaro Droznes dirigida por Virginia Lombardo, basada en los diarios de la escritora.
Lo que escribió Anaïs Nin sobre...
Antonin Artaud
En casa de los Allendy: Artaud, el rostro de mis alucinaciones. Ojos enloquecidos. Rostro afilado, con rasgos cincelados por el dolor. Soñador, diabólico e inocente, frágil, nervioso y potente. Tan pronto como se cruzan nuestras miradas, me sumerjo en mi mundo imaginario. Es, verdaderamente, perseguidor y perseguido.
Los ojos de Artaud. Antes de bajar los párpados, sube las pupilas y veo solo el blanco de los ojos. Los párpados caen sobre la blancura, un lento gesto de carne, y una se pregunta dónde están sus ojos. Él, el hombre que ha inventado dimensiones nuevas para los sentimientos, los pensamientos y el lenguaje. Ojos azules de languidez, oscurecidos por el dolor y el arrebato. Amables anoche y, al final, vivaces mientras caminábamos. Un manojo de nervios, enredados.
Otto Rank
Los libros constituyen la pared contra la cual veo destacarse su figura. Impresión de agudeza, interés, curiosidad. Lo contrario del automatismo, las fórmulas y los ficheros prefabricados. Al analizar es animoso, como si lo entusiasmaran estas exploraciones y aventuras. Disfruta muchísimo con su trabajo. No es de extrañar que haya creado lo que él llama un análisis dinámico, rápido, como un tratamiento de shock emocional. En relación con los viejos métodos, el suyo es directo, sin rodeos, ofensivo. Su alegría y su actividad te alivian inmediatamente del dolor, el nudo neurótico que liga las facultades a un círculo vicioso de conflicto, parálisis, nuevo conflicto, culpabilidad, expiación, castigo y mayor culpabilidad.
June Mansfield y Henry Miller
Yo he magnificado a Henry. Puedo hacer de él un Dostoievski. Le infundo fortaleza. Soy consciente de mi poder, pero mi poder es femenino; exige combatir pero no vencer. Mi poder es también el del artista, de modo que no necesito la obra de Henry para magnificarme. No necesito que me alabe y, como soy artista antes que nada, puedo conservar mi yo -mi yo de mujer- en segundo término. No bloquea su trabajo. Doy sostén al artista que hay en él. June no quiere solo un artista, quiere también un amante y un esclavo. Puedo desatender las exigencias de mi yo, rendirme al arte, a la creación. Sobre todo a la creación. Y eso es lo que hago ahora: crear a June y a Henry. Alimentarlos con mi fe. En mi fragilidad está el simbolismo de esa frágil consecución que los obsesiona. June ve en mí a la mujer que tras visitar los infiernos sale ilesa y quiere permanecer ilesa. June no perderá su yo, su yo ideal. Y Henry quiere ser el Dostoievski ideal. El artista. Encuentra en mí la imagen de esa identidad de artista. Completa, poderosa, ilimitada. No necesito su arte para glorificarme. Tengo mi propia creación. June, para ser más generosa, debería ser artista.
Jean Carteret
Su cara me recuerda las caras que vi en Fez. La frente, los ojos, bellos casi siempre, y las mejillas, el mentón, la boca, echados a perder casi por completo por tantas marcas de granos; la sonrisa destrozada por los dientes de oro. Como esas caras esculpidas en piedra que han quedado parcialmente erosionadas por la intemperie. La frente, los ojos, las pestañas de Jean, de una belleza espiritual, con una iluminación semejante a la que uno imagina que debía de tener Rimbaud. Pero el resto de su cara, marcada por la viruela, revela ansiedad, y la boca tristeza.
El orgasmo femenino
Todo el misterio del placer, en el cuerpo de una mujer, se debe a la intensidad de su pulso justo antes del orgasmo. A veces, la pulsación es lenta, una, dos o tres palpitaciones que vierten por todo el cuerpo un licor de hielo y fuego. Si la palpitación es débil y tenue entonces el placer es como una ola de dulce embriaguez. Cuando llega a su paroxismo, la bolsa de éxtasis revienta con más o menos energía y alcanza cada miembro del cuerpo, vibrando a través de cada nervio y de cada célula. Si la palpitación es intensa, el ritmo y los latidos son más lentos, y el placer es más duradero. [...] Un arco iris golpea suavemente los párpados y una música resuena en los oídos. Es el gong del orgasmo.
Traducciones de Enrique Hegewicz y Enrique Murillo
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