La leyenda detrás de Soy leyenda
La nueva versión cinematográfica del clásico de Richard Matheson tiene todo para renovar el interés por la obra del autor
Mejor ver el lado positivo: el estreno de Soy leyenda y la taquillera presencia de Will Smith podrían renovar el interés por la vida y obra del escritor Richard Matheson, ex guionista de las series televisivas La dimensión desconocida y Kolchak , cerebro detrás del debut cinematográfico de Steven Spielberg y autor de culto si los hay. En una época en la que, por razones que no vale la pena comentar aquí, a veces parece tan complicado encontrar un buen libro, de esos que justifican la cariñosa entrega de tiempo, corazón y hasta noches en vela, la reaparición de Soy leyenda evoca ese tipo de lectura apasionada y nerviosa, donde el pulso de una historia y el destino de un personaje resultan bastante más significativos que las odiseas del ancho mundo ajeno a las páginas.
En la película, el protagonista que encarna el ex Men in black revive una anécdota triste y angustiante, nada menos que los presumibles últimos días del último hombre vivo en un planeta ya completamente dominado por una raza de vampiros. Del otro lado, en el libro original, la sutilísima imaginación de Matheson convierte el apocalipsis fantástico en una tensa metáfora de la desesperanza y la inevitabilidad de la muerte, todo un canto al sinsentido de la vida en el que los parientes de Drácula son, por mucho, lo de menos. Así, esta tercera adaptación fílmica del clásico de ciencia ficciónde 1954 presenta una poética catástrofe high-tech , un contundente cóctel de acción, drama y pixeles. Pero hay que decir que, para sufrir en serio y no solo asustarse, conviene acercarse a la novela, tan inmortal como los feos vampiros que la pueblan.
El espíritu de Soy leyenda recuerda al del brillante cuento "La última noche del mundo" (de El hombre ilustrado, 1951), de Ray Bradbury, donde toda la población de la Tierra sueña que esa noche será la final. La notable tensión del relato se basa en que, contra toda sospecha, nadie toma cartas en el asunto con alguna locura particular y en cada casa se repiten los rituales nocturnos de siempre: alguien cierra una canilla antes de ir a la cama, otro se lava los dientes, las parejas se desean buenas noches y los padres cubren a sus hijos para que no tengan frío. Ese tratamiento realista de lo sobrenatural produce un efecto inesperado y sorpresivo, de nudo en la garganta, que en la historia de la ciencia ficción norteamericana marca el pasaje de la estética pulp (las revistas populares plagadas de monstruos o extraterrestres) a la dorada era de crítica al racionalismo liderada por Bradbury, Philip K. Dick y Roger Zelazny. La obra de Matheson, un periodista free-lance que escribía novelas en el tiempo libre que le dejaba el trabajo de buscar trabajo, cruza la sensibilidad inaugurada por Bradbury con la fantasía propia del pulp , visible en los vampiros de Soy leyenda y en el curioso mal que lleva al protagonista de El hombre menguante (1956)a perder un poco de estatura cada día. El mismo procedimiento aparece en su guión para Reto a muerte (1971), la primera película dirigida por Steven Spielberg, donde el Plymouth de Dennis Weaver es acosado por un camión-camionero asesino (antecedente del Christine de Stephen King), y se transformaría en la marca de fábrica de los guiones de Matheson para La dimensión desconocida y Kolchak , en la que el periodista-investigador de fenómenos paranormales que interpreta Darren Mc Gavin dibuja el modelo sobre el que Chris Carter, creador de Expedientes X , imaginaría a su ya célebre Fox Mulder.
De hecho, el propio Carter homenajearía a este periodista, narrador y guionista (entre otros, de Roger Corman, con quien trabajó en 1963 en El cuervo , basada en textos de Edgar Allan Poe) en el personaje del senador Richard Matheson, uno de los habituales en los primeros capítulos de la serie. En el mundo de la imagen, Expedientes X es la justa heredera de la economía narrativa de Soy leyenda y se opone a la tentación efectista en la que cae esta versión dirigida por Francis Lawrence ( Constantine ), atada a la imperiosa necesidad hollywoodense de conjurar la furiosa soledad de Neville con todo aquello que el personaje no tiene en el libro, desde una compañía (la perra Samantha, o la microfamilia de Anna y Ethan) hasta la esperanza en la Humanidad, muy presente en el happy end que niega el inexorable fracaso reivindicado por el texto original. ¿Cómo contar la historia de una derrota colectiva a través de un solo personaje, sin diálogos posibles y dentro de una historia que permite muy pocos recursos? La respuesta de Matheson es un tour de force narrativo asfixiante, donde no hay lugar para virtuosismos de estilo ni concesiones al personaje. La respuesta de Hollywood es la acción por sobre el drama, la épica y las ilusiones del heroísmo, un souvenir de esperanzas para un personaje cuya fuerza reside justamente en la desesperanza. Y entre una y otra opción, laten las estrategias con las que el lector-espectador sobrelleva su propia deriva existencial. O como escribe Matheson: "Sentía que la esperanza no era la respuesta. Nunca lo había sido [...] allí estaba sin futuro, y virtualmente sin presente [...] ¿Instinto? ¿Estupidez? ¿Exceso de imaginación? ¿Qué lo había llevado a cerrar la casa, instalar un refrigerador, un generador, una cocina eléctrica, un tanque de agua, un banco de trabajo, quemar las casas aledañas, coleccionar discos y libros, y aun -parecía fantástico- instalar un mural?"
Mejor ver el lado positivo, y entregarle tiempo y noches en vela a este libro.