La lengua es juego. La vuelta al día en 80 Julios, Les Luthiers y el triunfo de la risa
La conmemoración de Rayuela puso a Cortázar en el centro de la escena, con Vargas Llosa, en el día de su cumpleaños, como uno de los oradores; el grupo humorístico-musical actuó al aire libre
A puro jazz, la voz del homenajeado leyendo el capítulo 7 de su novela colosal sobre un fondo de un saxo tenor, empezó anoche en el Teatro Real la presentación de la edición conmemorativa de Rayuela. Tras ese momento musical, un sexteto de expertos –incluidos Mario Vargas Llosa y Sergio Ramírez– analizó la obra ante una sala colmada. Precisamente, el Nobel peruano, en "La trompeta de Deyá", un espléndido artículo que le dedicó a Rayuela en 1991, Vargas Llosa nos recuerda que en el departamento vecino a la rue de Sèvres y en la casa de la rue Général-Beuret, dos de sus viviendas parisienses, Julio Cortázar solía refugiarse en lo que denomina el cuarto de los juguetes a jugar a tocar jazz, como si fuese un niño.
Es fácil imaginarlo en esa circunstancia, con su estatura monumental y sus grandes manos sobre el instrumento, disfrutando de esas largas improvisaciones como solo lo permiten el jazz y la infancia: en el más puro estado de libertad. Así escribía Cortázar, que al abrigo de esa idea de la libertad derrumbó todas las barreras de lo permitido y emancipó a los escritores que lo sucedieron –entre los que hubo y hay muchos imitadores, pero no un discípulo, según la precisión que hace el nicaragüense Ramírez en otro texto recogido en la edición que le rinde tributo– de las ataduras del lenguaje y los grilletes de la corrección lingüística.
En 1963 había que ser un niño –y si ese niño estaba entre los más revoltosos, mejor– para atreverse a trastrocar la lengua de un modo tan escandaloso, a ponerlo todo patas arriba, contra la solemnidad y las normas preestablecidas, con tan inusitada cantidad de variaciones lingüísticas… Rayuela fue eso y más. Juego en estado puro desde su insólita estructura, que el mismo autor invitaba a transitarla a capricho, más allá del tablero de direcciones.
"Probablemente ningún otro escritor dio al juego la dignidad literaria que Cortázar, ni hizo del juego un instrumento de creación y exploración artística tan dúctil y provechoso –anota el Nobel peruano en ese texto ejemplar–. Para él escribir era jugar a divertirse, organizar la vida –las palabras, las ideas– con la libertad, la fantasía y la irresponsabilidad con que lo hacen los niños o los locos".
El VIII Congreso Internacional de la Lengua tiene en Cortázar a uno de sus grandes protagonistas. Debe de haber sido –junto a otros grandes nombres de la literatura en lengua castellana, de San Ignacio de Loyola a Juan Rulfo y de Sor Juana Inés de la Cruz a Borges– el que con más frecuencia mencionaron los académicos y los expertos, algo que le habría provocado cierta gracia al creador de 62, modelo para armar, tan poco dado a los homenajes y a las rigideces de las academias. Esa admiración indeclinable, que más que menguar pareciera acrecentarse con el paso de los años y de los lectores, tuvo su cumbre anoche.
La edición que conmemora ese prodigio incluye los textos antes citados y otros, aunque su gran novedad es el "Cuaderno de Bitácora", que Cortázar escribió de puño y letra, y que constituye no tanto un boceto de la novela como una serie de bosquejos de escenas, listas, ordenaciones de capítulos, citas y meditaciones que el autor fue anotando conforme avanzaba en la historia.
Apenas el lector hojea la edición, se topa con ese estilo único e irrepetible, esa prosa de soplo metafísico y sin embargo liviana y diáfana, lúdica siempre, escrita con la precisión de un orfebre y la inspiración de un ilusionista, que vuelve a leerse desde su insinuante línea inaugural ("¿Encontraría a la Maga?") con la sensación de que el libro acaba de salir de imprenta, tanta es su frescura y tanta su potencia narrativa, pruebas de que seguirá cautivando a nuevos lectores.
La arena de la política
A primera hora de la mañana, Luisa Valenzuela, que mantuvo una amistad muy estrecha con Cortázar, combinó afirmaciones punzantes con vetas de humos. "El español es una lengua hospitalaria, pero morosa –dijo la autora de Cambio de armas–. En ambos sentidos de la palabra: se demora y está en deuda. No es que los vocablos migrantes lleguen en tropel, pero a muchos les cuesta obtener carta de ciudadanía. Son vocablos ocupas, indocumentados, pero aquí están para quedarse. La RAE va incorporando neologismos y localismos con académica parsimonia. Viaja en carrozas mientras la lengua galopa. La Academia es real porque alude a la realeza; la realidad de las mutaciones lingüísticas y lexicográficas tiene otro ritmo".
Y agregó, con esa amabilidad que les permiten a algunas personas decir sin siquiera elevar la voz: "Nos legaron esta, nuestra lingua franca, tan útil y rica, a costa de ir diezmando, junto con la población, la enorme variedad y riqueza de las lenguas locales –La voz llenaba la sala entera. El tono era amable, sin énfasis, apenas nimbado de un aire socarrón y despreocupado que le daba un aire juvenil–. Muchos aún parecerían temerle al lenguaje inclusivo, como si simbólicamente amenazara la supremacía masculina o quizás hasta el propio monoteísmo". El aplauso celebró su inteligencia y su cercanía.
Hubo, además, otro momento de política franca. Claudia Piñeiro se hizo acreedora del aplauso más sostenido y apasionado de las dos primeras jornadas. Lo hizo denunciando el femicidio y exhibiendo su postura en favor del aborto seguro, legal y gratuito. Citó el trabajo que realiza Mariana Carrizo sobre al arte de la copla andina, el de Charo Bogarín sobre las mujeres qom y, finalmente, refirió una canción de Miss Bolivia: "Puño en alto y ni una menos –dijo, su propio puño en alto y un pañuelo verde amarrado a la muñeca–. Vivas nos queremos. Paren de matarnos. Paren, paren. Paren de matar".
Final de juego
A última hora, Les Luthiers (sin Marcos Mundstock, que padece una dolencia persistente) ofreció un espectáculo al aire libre como final de juego. Pocas expresiones artísticas han dado cuenta a lo largo del último medio siglo (Gerardo Masana fundó el grupo en 1967) de semejante ingenio para jugar con las palabras.
Hemos escuchado tantas veces "Las majas del bergantín" o "Sgt. Pepper" (aunque bautizado en rigor con el extenuante nombre de "Pepper Clemens Sent the Messenger, Nevertheless the Reverend Left the Herd", y, pese a esa afortunada obstinación, es inevitable desternillarse de risa con los juegos de palabras y los cambios de sentido, y también con invenciones musicales en la que caben scherzos, sonatas, divertimentos y cantatas, pero también chacareras, calypsos, cumbias y boleros, una prueba de la síntesis que, con ánimo indeclinablemente paródico, el grupo hace de la alta cultura y la cultura popular.
El espectáculo era doble. Estaba sobre el escenario, pero también en la platea. No hubo quien no se riera a carcajadas –las manos tomando el estómago o cubriendo los rostros– del desparpajo con que los músicos jugaban otra vez con el lenguaje, ellos también un poco niños como Julio, alterando el significado de las palabras o traicionando su acentuación, acudiendo a la malicia del retruécano, dejando en el camino letras para transmutar el sentido de las palabras, todos recursos que siempre alientan el malentendido y la risa franca del agradecido espectador.
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