La lengua, al límite
El último libro de poemas de Juan Gelman continúa explorando la complejidad de un decir intransferible
Cuando se sitúa en el límite del lenguaje, la poesía inventa otra lengua hecha de los ritmos en los que intima la voz propia, que es de uno, acérrima, y también de todos, comunitaria: lo que aprendió el infante en la lengua materna, lo que le dictó el barrio de su patria personal, lo que se oye en los ecos demorados de otros poetas, lo que la ajenidad de los exilios extranjeriza allí donde se vivan, lo que las palabras alumbran como avatares del deseo. No todos los poetas inventan una lengua en el interior de su lenguaje; cuando eso ocurre, la poesía no sólo es reconocible, también es grandiosa. Góngora inventó una lengua, Pound la inventó, y también Pessoa. Hay una lengua Vallejo y hay una lengua Gelman. En esa lengua se escriben frases como la del título El emperrado corazón amora . ¿Cómo traducirlo a los códigos de la lengua común? Un corazón, que suele ser símbolo de la pasión o de la intimidad del yo, se "emperra", se animaliza en el linde de lo humano con una tenacidad salvaje para actuar lo amoroso. Pero en el amor mora: el amor es su lugar, su morada. No hay diccionario que explique ese verbo: amorar significa enamorar y a la vez morar, habitar el amor. La traducción, sin embargo, traiciona esa lengua, que es instantánea y luminosa, con ese dejo local que tiene la palabra "emperrado", que es al mismo tiempo universal, plural.
El título corresponde a un verso escrito en Cólera buey , de 1965. La lengua Gelman hace mucho tiempo crece y se multiplica y se complejiza. ¿Cómo explicar sus giros, sus neologismos, sus aforismos atónitos, su inventiva gramática, su ronca oralidad canyengue, sus desenlaces, sus ritmos verso a verso, golpe a golpe? El lector reencuentra el discurrir esplendoroso de esa lengua, un despliegue que sólo puede amonestar el desfiladero arbitrario del gusto, nunca el abismo de sentido de la gran poesía escrita en español. En esa lengua se escriben poemas que cada relectura ilumina, como uno llamado "No pasa", entre tantos otros: "No pasa el tranvía, no pasa / la naranja, no pasa / el fulgor de los tiempos prestados. / Votemos al insomne que canta / con un recelo distinguido. / Nadie le dio la cédula / de estar aquí y se pena con / el recuerdo de lo que no fue. / Muy más alto del pánico, / bajan los grillos que abrigaban a la noche que hicieron. / Eso sí, eso sí. / Toda la vez que el cielo baja / al escritorio de su animal / le escribe una esperanza. / Eso sí, eso sí".
Más que un tema, hay un estado que persiste en la poesía de Gelman: aquello que no está y sin embargo persiste, porque su presencia creó para el sujeto un lazo de fuego, un espacio indeleble en el que se halla para siempre: "las huellas de pérdidas cantadas", lo que el amor o el deseo quema y deja en el desierto, sus "oasis de sangre". Por eso el sujeto poético reclama a Stéphane Mallarmé: "Nada, nadie, nunca, no, ene / más molesta que un moscardón, un peso. / Ene que vive sin estómago. Mallarmé, nunca de ella te ocupaste, perdido / en vocales vacías". Para Mallarmé, el intolerable reconocimiento de la nada derivó en la postulación de la Idea en la palabra, eso que llamó "la gloriosa mentira". Fue el poeta de la impotencia creadora, el poeta del cisne congelado cuyos vuelos no han huido.
Gelman trabaja en dirección contraria: su mundo es el de la pasión que todavía mora en el corazón emperrado. Dice lo que se calla en la ventura "donde volverá a ser lo que fue", o las "partes de sí que no partieron", pero también las mutilaciones, las desapariciones, las mortificaciones, las muertes, los ahorcaditos que cuelgan en el centro de la llaga. Reaparecen las elegías al hijo desaparecido y a la madre, canciones fúnebres sobre Heine, Cavafis, Alí Chumacero, José Ángel Valente, la celebración de Juan L. Ortiz, y también las ansiedades del amor.
El poema eleva cúmulos de imágenes como espejismos en el desamparo, el desierto de la inquietud de sí donde cava sus preguntas: "¿Hay que aprender / del hubo que no hay alegría / que se va a dónde? / Nadie presta su no cantar". Y por ello dice las apoteosis del nunca y del no, en el borde de una locura nominadora acerca de aquello que dejó sus restos, sus trazos quemados, porque "La palabra no tiene hospitales / que le curen el mundo". Pasión como agonía del poema para decir eso que resta allí donde las pasiones desertaron.
Pero no se puede explicar este nuevo libro de Gelman. Basta con señalarlo: debería ser leído y ser hablado en el sí mismo de cada lector, debería ser vivido como una experiencia de los límites de la lengua.
el EMPERRADO CORAZÓN AMORA
Por Juan Gelman
Seix Barral
168 páginas
$ 69