La lección del maestro
BORGES PROFESOR Edición, investigación y notas de Martín Arias y Martín Hadis (Emecé)-390 páginas-($ 17)
ABRIR este volumen en cualquiera de las clases -fueron veinticinco en total- que Borges dictó en la Universidad de Buenos Aires en 1966 es reencontrar su voz, sus vacilaciones, su respiración, sus muletillas, las habituales digresiones con que agregaba datos accesorios y apasionantes a los temas tratados y hasta sus silencios. Según cuentan los recopiladores de este libro, estas clases fueron grabadas por alumnos y luego transcriptas de cualquier manera. La tarea de ellos fue organizarlas; corregir confusos nombres y fragmentos tomados sólo fonéticamente con los consiguientes errores; adecuar la puntuación, quizás inexistente en el original; agregar notas aclaratorias al pie de la página y buscar los textos originales, citados por Borges, quien pese a su "memoria simultánea" -como alguna vez la calificó Eduardo Mallea- y a su extraordinaria erudición (o quizá por esta misma razón), de vez en cuando cambiaba ligeramente algún vocablo. Los editores han tratado de respetar al máximo el texto de las clases. Respeto, por momentos excesivo, ya que a veces hay palabras repetidas, recurso habitual en la mayoría de los profesores.
Es sorprendente que se hayan conservado estas clases, sobre todo pensando que por aquellos años Borges era considerado un reaccionario, casi una mala palabra para los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires que iban a sus clases pero se abstenían de leer sus libros.
Resulta emocionante, para quienes a lo largo de los años hemos oído a Borges hablar de literatura inglesa, revivir en este libro su pasión por Coleridge, el opiómano, su admiración por Macpherson, quien sacrificó fama y amores en aras de Escocia, su patria; recordar el benévolo juicio que le mereció aquel culpable Dante Gabriel Rossetti, y el menos amable sobre Carlyle, el precursor del nazismo. Reencontrar la patética estima que tuvo por el doctor Johnson, con sus frases acres o épicas, que Borges rescataba a menudo: "La profesión de los soldados y de los marineros tiene la dignidad del peligro" o aquella otra que repitió hasta en El arte de injuriar : "Su esposa, caballero, con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende telas de contrabando". No menos patética es su mirada comprensiva hacia Boswell, el biógrafo de Johnson, que hace de éste uno de los personajes más queribles del libro.
Borges profesor repasa, como hemos dicho, toda la literatura inglesa, desde sus comienzos con los anglosajones y las kenningar hasta su amado Stevenson, aquel imaginativo escocés alto, tuberculoso y valiente.
El libro se cierra con un "Anexo anglosajón", que incluye una veintena de fragmentos amados por Borges; con el alfabeto rúnico (una curiosidad para casi todos los lectores) y una Bibliografía.
La lectura de este libro será un placer para los que hayan oído a Borges hablar de estos temas; para quienes, más jóvenes, nunca llegaron a oírlo; para los amantes de la literatura inglesa y aun para quienes no se interesan mayormente por ésta, porque el protagonista de las clases, tanto o más interesantes que la lectura de una novela, es por sobre todo el gran escritor que las dicta.